Hubo un tiempo en que a la embajada de Estados Unidos se llegaba encabezando una movilización para repudiar su pretensión neocolonial o se entraba con el disimulo que caracteriza al que sabe que se está mandando una cagada.
Parece haber quedado atrás ese tiempo, casi atrapado en la nostalgia. Ha quedado tan lejos como quedan hoy las expectativas que atravesaban la conformación del Frente de Todos del ajuste que atraviesa la planificación económica que ejecuta sin dobleces el empoderado Sergio Tomás Massa.
Quince minutos antes de la medianoche
En el límite que separaba el jueves 15 de septiembre y el viernes 16, Sergio Massa ingresó en el parlamento el proyecto de presupuesto 2023. Números, metas y compromisos serán examinados durante las próximas jornadas para desentrañar la magnitud de un ajuste que tiene justificadores por doquier en la dirigencia de la alianza gobernante.
Un nuevo dogma recorre las certezas políticas de funcionarios, legisladores y abonados a la justificación serial. Aparentemente, Sergio Massa fue designado al frente del ministerio de economía para llevar a cabo un ajuste ineludible por consecuencia directa de dos factores íntimamente relacionados: la culpa es de Guzmán, y las medidas antipopulares son las únicas que se pueden tomar después de un presunto “golpe de mercado”.
Aceptar esta tesis exige, por un lado, fingir demencia. Y por el otro, abandonar toda reflexión seria y razonable sobre política y economía. Luego de semejante fatalidad, la conclusión inevitable es que el único destino que tiene la Argentina es subordinarse a los intereses geopolíticos de los Estados Unidos para evitar sucumbir antes del 2023, oportunidad en que los relatores de semejante superchería, acomoden los huesos en la función pública hasta que encuentren otra razón para seguir viviendo sin dar una sola pelea.
Finge demencia quien alega que Guzmán fue una suerte de lobo solitario empleado a sueldo del FMI que llegó para embaucar al conjunto del Frente de Todos para dejarlo atrapado en un acuerdo programático con el organismo internacional, sin que nadie advirtiera la maniobra. Lejos de eso, muchos de los que hoy lo erigen como responsable de todos los males, celebraban la prematura reestructuración de la deuda con los especuladores privados que operaron como instrumento para financiar la fuga de capitales durante el macrismo.
Se aplaudían los espaldarazos de Joseph Stiglitz, las reuniones con Kristalina Georgieva en las que se perdían todas las discusiones, pero que eran útiles porque el “Fondo había cambiado”, y se escondía bajo la excusa de la pandemia el conjunto de decisiones que ordenaban una planificación económica pensada para fortalecer la rentabilidad de un puñado de grupos económicos y subordinar nuestra economía la extranjero.
Decide abandonar el análisis político y económico quien no advierte que, mas acá y mas allá de Martín Guzmán, nuestro país ha espiralizado dramáticamente la estafa de las Leliq y los instrumentos financieros que están agigantando las ganancias del sistema financiero.
14.000 millones de pesos por día en intereses de Leliq, pases pasivos y otros instrumentos le otorga el Estado Nacional a los bancos. Aún peor, desde que se fue Guzmán del ministerio de economía, el presidente del Banco Central aumentó la tasa de interés que se le paga a los bancos y encarece el crédito a los que producen de una manera escandalosa. De hecho, está al borde de superar el record del “Messi de las finanzas” Nicolás Caputo.
Un repaso indispensable
Hemos repetido hasta el cansancio en esta columna que el Frente de Todos estructuró en la campaña del 2019 la necesidad de cerrar el ciclo de restauración neoliberal que impusiera Macri durante su gobierno. Una propuesta clara y concreta era terminar con “la estafa de las leliq” para poder mejorar jubilaciones y salarios con el dinero que se perdía en la canaleta de la dolarización y la fuga de capitales que financiaban los bancos con esa guita.
Nada de eso ocurrió. Y no fue la pandemia. Para el 20 de marzo de 2020, cuando se dispuso el aislamiento en la Argentina, el Banco Central había triplicado el stock de Leliq, como compensación a la reducción de la tasa de interés. Ya empezaba el ciclo de disimulación del continuismo explícito de las premisas neoliberales.
La pandemia reforzó todas esas premisas. Mientras operó como excusa para el deterioro de las condiciones de vida de la mayoría, significó una rentabilidad escandalosa para empresas multinacionales y corporaciones que simulan ser locales pero ofrecen respuesta a necesidades del extranjero.
En la actualidad, no encuentran techo los precios internacionales de los commodities del agronegocio, la crisis energética global transformó Vaca Muerta en un objetivo para el saqueo, el litio y la minería registran precios inéditos. Y mientras la economía argentina es ofrecida en Estados Unidos en forma inescrupulosa, en la Argentina los precios locales golpean severamente sobre el bolsillo de las mayorías populares.
En otro tiempo, lejísimos de la desertificación ideológica que atraviesa como flagelo actual el campo dirigencial del movimiento nacional, hubo también un tiempo de alza de precios internacionales de las materias primas, caída del empleo global, caída global de los salarios y ordenamiento hegemónico con Estados Unidos ocupando la centralidad occidental. En ese tiempo, irrumpió en nuestra historia el peronismo, para hacer precisamente todo lo contrario a lo que hace el Frente de Todos en este tiempo histórico.
La violencia oligárquica
Un 16 de septiembre de 1955 comenzaba a gestarse el golpe de estado que derrocaría al general Juan Domingo Perón unos días después. Comenzaba a gestarse la Revolución Fusiladora que traería no solo exilio para Perón, proscripción política para las mayorías populares, represión y muerte sobre la resistencia peronista, si no además, alineamiento geopolítico de nuestro país con el decadente imperio británico y el naciente imperio estadounidense.
Entre el 16 y el 19 de septiembre, fuerzas militares leales a Perón y militantes civiles se enfrentaron a los golpistas en distintos puntos del país. Recién con la amenaza de volar la destilería de Ensenada y bombardear Buenos Aires por parte de la Marina de Guerra, Perón decidió renunciar y conformar una Junta Militar que negocie con los golpistas. El 23 de septiembre asume Lonardi, hasta que en noviembre del 55 le entrega el poder a Pedro Eugenio Aramburu.
Aquella victoria de Perón sobre el embajador norteamericano Spruille Braden concretada en 1946, luego que el subsuelo de la Patria se sublevara y cambiara el destino de este país para siempre aquel 17 de octubre de 1945, empezaba a desandarse rápida y muy violentamente.
La economía nacional empezaba a subordinarse a los intereses norteamericanos, encontrando los Estados Unidos simpatías en las filas golpistas militares, pero mucho más aún, en numerosos dirigentes políticos que decidían abanadonar el peronismo sin vergüenza alguna.
Stanley no es Braden
“El señor Braden, en su afán de asegurarse la constitución de un gobierno propio en la Argentina, pactó aquí con todo y con todos, concedió su amistad a conservadores, radicales y socialistas; a comunistas, demócratas y progresistas y pronazis” señalaba Perón en un enorme discurso el 12 de febrero de 1946 en la proclamación de su presidencia.
Con esa sencilla frase, se establece una diferencia sustancial entre el entonces embajador Braden y el actual embajador Marc Stanley. Mientras Braden se reunía con todos menos con Perón y los que conformarían el peronismo, Stanley se reúne principalmente con los que ahora se pretenden como emergentes del movimiento nacional.
En apenas una semana, Stanley sumó fotos con gobernadores, ministros y dirigentes gremiales. Fue felicitado por la exitosa gira de Sergio Massa por Estados Unidos en el que puso nuestras riquezas al servicio de Norteamérica. Y suma una nueva gira en el horizonte cercano, que habrá de protagonizar el ministro del interior Wado de Pedro junto a gobernadores del Norte Grande de nuestro país.
No es menor, ni secundaria la distinción. Marca la densidad y profundidad de la hegemonía conquistada por Estados Unidos sobre el colonizado sistema político que subordina la riqueza nacional y el destino de nuestro Pueblo a las pretensiones extranjeras.
No por casualidad, Perón recordaba en una entrevista con Félix Luna sobre el último dialogo que mantuvo con el entonces embajador Braden en la casa de gobierno. Perón recordaba haberle dicho “Mire, no sigamos, embajador, porque yo tengo una idea que por prudencia no se la puedo decir” a lo que Braden le pidió que se lo dijera, y Perón le espetó “Bueno yo creo que los ciudadanos que venden su país a una potencia extranjera son unos hijos de puta. Y nosotros no queremos pasar por hijos de puta.”
No son, apenas, retazos de nuestra historia. Son lecciones para un futuro y una vara para el presente, en el que hacer buena letra con Estados Unidos parece una rutina obligada para todo aquel que asume como inevitable el ajuste y la dependencia.