El punto de partida era la tierra. Los campos cultivados y la minería eran el primer escalón en que sumar trabajo. A partir de allí, comenzaba el proceso de transformación de esas materias primas, basado en la inventiva de millones de emprendedores, que a su vez se apoyaba en la tradición oral transmitida por generaciones; en las fuentes de energía disponibles, para reducir el esfuerzo humano y aumentar la productividad; en el apoyo económico brindado por los Estados y por el sistema bancario, en permanente evolución.
La historia del capitalismo es imposible de resumir en pocas páginas y a la vez es un imán apasionante para entender las mutaciones sociales producidas en unos tres siglos desde la primera revolución industrial hasta el presente.
En concreto, en aquel inmenso trajinar sin techo a la vista para la producción y la productividad; desde el origen mismo de ese flujo; la distribución de los excedentes generados por la productividad creciente y su apropiación asimétrica, ocuparon el centro de la escena. Los dueños del capital aumentaban su patrimonio sin pausa, mientras sus dependientes debían luchar día a día por su subsistencia.
Tanto aumentaba el patrimonio de los capitalistas, que rápidamente excedió sus niveles de consumo controlables y también las oportunidades de inversión en nuevos emprendimientos, con lo cual se pasó a una etapa que se extiende hasta ahora: el exceso de capital en pocas manos, que adquiere autonomía respecto de aquellas densas cadenas de valor que nacían en la tierra.
La hegemonía de las finanzas y la expansión a escala planetaria de las corporaciones más poderosas, buscando reducir sus costos y ampliar sus mercados, consiguieron dos males simétricos:
Primero: la evaporación del sueño americano del crecimiento infinito y sin pausa, al vaciar a los países centrales – especialmente EEUU – de infraestructura productiva.
Segundo: el reemplazo de la dependencia colonial de gran parte del mundo, sostenida militarmente, por la alianza entre los sistemas bancarios y las filiales de corporaciones, que se hicieron cargo progresivamente de gran parte de los negocios de mayor rentabilidad en todos y cada uno de los países periféricos.
Este proceso, que tiene vigencia sostenida desde mediados de la década del ´70 del siglo pasado, cuando se completó la recuperación del capital fijo destruido en la Segunda Guerra Mundial, ha dividido al mundo periférico en tres grupos:
- a) Aquellos países que representan esencialmente fuente de recursos primarios para las corporaciones, donde el mercado interno no tiene gran potencial para ellas y en todo caso es abastecido por importaciones, ya que las exportaciones – sobre todo mineras – generan la capacidad de compra suficiente. O sea: Exportar recursos e importar bienes. En nuestra región, eso sucede en Chile, Perú, Ecuador, Colombia.
- b) Aquellos países que entraron a la década del ´70 con un mercado interno abastecido por empresas locales y con una fracción de la población con buena capacidad de compra. En Latino América esto sucede solo en Argentina, en Europa en varios países pequeños y en Italia o España, aunque con características propias.
Aquí las corporaciones desarrollaron algunas actividades nuevas, pero les sumaron a ellas la compra de gran parte de las empresas líderes nacionales, junto con las actividades de servicio público que estaban a cargo del Estado. La propensión a exportar de todo ese conglomerado es mucho menor que en los países del grupo anterior y además, el contenido de insumos importados es alto. Esto causa que la balanza de pagos es crónicamente deficitaria, aun en casos como el nuestro que tiene sectores exportadores netos, pero ese beneficio se ve ampliamente compensado por las empresas que se aplican al mercado interno, tanto por sus insumos importados como por los giros de utilidades y regalías, que hacen que muchas filiales multinacionales tengan saldo negativo en su balance de divisas. De los tres escenarios, este es el que tiene más flancos de inestabilidad, por el déficit sistemático de divisas que afronta.
- c) Los países con mucha población, que se utilizaron como plataforma ensambladora de bienes de consumo durables, para atención de mercados regionales. Es el caso de Brasil, India, Vietnam, Tailandia. China y Corea del Sur pertenecieron a este grupo, pero desarrollaron políticas de independencia económica y tecnológica que les han dado perfil propio hace décadas. En estos casos, la “ventaja” diferencial para las corporaciones, es el bajo costo local del trabajo.
Los escenarios descriptos no son rígidos a escala de frontera nacionales. Argentina puede tener atributos del tercer grupo, cuando se deterioran sus salarios o podría pertenecer en parte al primer grupo, si se expandiera su minería y su extracción de petróleo.
Lo que interesa señalar es que ese ordenamiento mundial ha sido definido por la lógica empresaria de las multinacionales y en tal carácter su dinámica depende esencialmente de la capacidad de esas corporaciones de encontrar mercado para la oferta que generen.
En el primer caso – exportaciones de recursos – y en el tercero – trabajo barato – se construyen escenarios que son poco deseables para los países, pero pueden tener cierta estabilidad en el tiempo.
En el segundo caso, que nos involucra con fuerza, la estabilidad depende de generar las divisas para que quienes venden autos, heladeras o computadoras en el mercado interno, hasta las franquicias de café, comida rápida, taxis y muchas otras similares, puedan seguir girando las divisas que reclaman sus casas matrices. Allí hay intereses en conflicto, al interior del universo de corporaciones, que provocan la pérdida de horizonte y que esos actores solo podrían resolverlo convirtiendo a nuestro país en un miembro del primer o del tercer grupo de naciones, ambas cosas de concreción muy compleja, aunque estamos en pleno intento de lograr lo primero: ser grandes exportadores de recursos minerales y a la vez lo tercero: reducir el salario real por debajo de Brasil.
En tanto el conflicto no tenga “solución”, estamos en el peor escenario imaginable:
– La puja distributiva, propia de todo momento del capitalismo, se resuelve a favor de capitalistas que se llevan, legalmente o no, sus excedentes del país, con lo cual la inversión se deteriora, además de causar o agudizar los problemas de divisas ya comentados.
– La contradicción de que la fuente de ganancias de las corporaciones es el mercado interno, el cual se debilita por el accionar de esas mismas corporaciones, es la causa de que esos actores recurran a la inflación como forma de incrementar sus ganancias, en un proceso de deterioro general que suele llevar a devaluaciones periódicas, a la caída más abrupta aún del ingreso popular y a un ciclo de recuperación posterior, en que las empresas sobrevivientes son cada menos y con más poder relativo.
– En tal contexto, la financiarización de la economía es acelerada; lo proyectos de inversión tienden a desaparecer y el sistema pierde por completo su capacidad de generar trabajo, no solo para los compatriotas que van ingresando a la vida adulta, sino para todos y todas aquellas que tengan alguna dificultad relativa en un mercado de trabajo con mucha mayor oferta que demanda.
Estos procesos no son de coyuntura, se desarrollan a través de más de una generación. Recordemos que el mayor salario real promedio del país se alcanzó en 1974, con muy baja desocupación. Nueve años después, comenzó el gobierno de Raúl Alfonsín a distribuir cajas de alimentos a población indigente, en una escalada de necesidades asistenciales que con algunas oscilaciones no se detuvo hasta hoy, sin que en 40 años tengamos una caracterización adecuada y mucho menos un camino de salida a la vista.
La economía popular
Los millones de compatriotas que van quedando fuera del trabajo en relación de dependencia, de ocupar un puesto en la empresa tipo que nos muestran los libros y nos cuenta la historia, no se limitan a estar atentos a los sucesivos programas de asistencia oficial, que han tenido variantes infinitas en todo este tiempo democrático.
Necesitan encontrar otras fuentes de ingresos.
Esos recursos surgen inexorablemente estableciendo vínculos con la que llamaremos economía tradicional, ya que integrantes de ella son los que pagan. Sea servicios personales de la más variada condición – a los que se engloba en el término changas – o sea tareas que conectan con alguna cadena de valor industrial, como son típicamente la recolección de residuos urbanos para entregar a empresas procesadoras o las tareas de confección domiciliaria de partes de indumentaria para empresas que articulan esos aportes individuales.
En los casos más favorables, en que se tiene acceso a un pedazo de tierra, aunque sea en condiciones precarias, también se encaran proyectos alimenticios de cercanía, que si se procesan y entregan en la propia comunidad cubren necesidades alimenticias, pero no generan ingresos; si buscan acceder al mercado, normalmente dependen de intermediarios, que se apropian de buena parte del valor agregado.
Toda esta gama de actividades, que no ha dejado de crecer, pero paradojalmente lo ha hecho fuera de programa oficiales de contención y protección pública, es lo que desde los propios actores se auto califica de economía popular.
La somera descripción que antecede debería bastar para entender que no se trata de un sistema aislado y separado de la economía tradicional sino, por el contrario, de un subsistema específico, en que quienes trabajan allí, no cuentan con los beneficios sociales que forman parte de la legislación laboral que se ha generado desde hace más de 80 años. Ni aguinaldo, ni vacaciones, ni indemnización, ni licencia por maternidad, ni carrera laboral interna, ni obra social, ni capacitación gratuita. Ni, ni…
¿Quién proveería esos marcos de contención, si los y las trabajadoras no tienen empleador? Una de dos: O cada uno de los trabajadores, porque generan ingresos que permiten su auto seguro, o un fondo especial público aplicado al efecto. La primera opción es válida solo en el caso que esa forma de trabajo se desarrolle por opción concreta y no por falta de posibilidad de sumarse a la economía tradicional. La segunda, parece ser el camino más efectivo y posible.
Pero no es esto lo que queremos discutir a esta altura del documento, sino la naturaleza de la llamada “economía popular”.
Quienes luchan por agregar derechos a este universo de trabajadores sostienen que el capitalismo ha entrado a una fase de deterioro que no genera trabajo para todos, al contrario: genera cada vez menos trabajo.
De allí el surgimiento y crecimiento de la economía popular a la cual reclaman reconocer como sujeto.
Nuestra caracterización, por lo hasta aquí expresado, es diferente.
El origen del problema es la integración al capitalismo global como país dependiente de las decisiones de corporaciones multinacionales.
Esa integración, para la Argentina, y paradojalmente, se concretó esencialmente a través de la transferencia de empresas que controlan el mercado interno. Este hecho nos crea un problema serio de estrangulamiento en la disponibilidad de divisas, la presión para tomar deuda externa, para devaluar y la tendencia de las empresas que ven reducirse el mercado interno a usar la inflación como generador coyuntural de ganancias.
Esa secuencia es auto destructiva y congela el crecimiento, expulsando millones fuera del trabajo en relación de dependencia.
Ese colectivo busca identidad propia y a partir de ella reclama derechos al Estado, similares a los que tienen los demás trabajadores.
Hasta el momento los gobiernos populares no han tenido esta caracterización, ni de la secuencia completa, ni de los reclamos de los trabajadores de la economía popular, sino que han pensado que el crecimiento resolvería el problema, cubierto con asistencia social en el interín.
Los caminos posibles
Planteadas las cosas como antecede, las opciones son bastante claras.
Como país, podemos:
- a) Integrarnos al capitalismo global agregando a nuestra estructura la capacidad exportadora de Chile o Perú en materia de minerales que, sumada a nuestro potencial agropecuario, desatarían el nudo de las divisas, permitiendo que la dependencia que representa el mercado interno controlado por multinacionales se pueda prolongar.
b)Realizar lo anterior, dentro de un proceso de argentinización sostenida de la producción que pueda ser controlada por capitales nacionales, eliminando los flancos de uso de divisas innecesarios y la pérdida de potencial inversor que representa el giro de utilidades al exterior.
Como administradores del tejido social:
- a) Asumir que la obligación de cualquier gobierno popular es crear condiciones para maximizar la ocupación de la población económicamente activa, con trabajo de calidad. El desempleo nulo o solo friccional, debe ser una meta superior.
- b) Entender que esa meta se ve obstaculizada con fuerza por la forma dependiente en que el país está integrado al capitalismo global.
c)En simultáneo con las acciones estratégicas que modifiquen nuestras relaciones dentro del capitalismo, entender que existe una fuente enorme de trabajo potencial: la atención de las necesidades sociales que quedaron fuera del horizonte de negocios corporativos.
- d) Algunas de esas necesidades son:
. Mas de 3 Millones de viviendas.
. Generación de energía fotovoltaica a escala domiciliaria, en millones de viviendas.
. Saneamiento integral de los cauces hídricos y sus riberas.
. Sistemas de cuidado integral de población que lo necesite.
. Sistemas de abastecimiento de alimentos con producción de cercanía.
. Mercados populares de productores, con administración público-privada.
. Red nacional de prevención sanitaria.
. Mantenimiento integral de caminos rurales.
. Producción de equipamiento para la agricultura en pequeña escala y para la agroindustria correlativa.
. Centros de Organización Territorial de servicios técnicos personales, articulados con el actual sistema de educación técnica y de formación profesional.
. Sistemas eficientes de recuperación, reciclado y reutilización de residuos urbanos e industriales.
- e) Concebir y poner en marcha, junto con organizaciones sociales hoy integrantes de la economía popular, planes para cada una de las necesidades a atender, que comprendan definición de metas, recursos humanos y materiales necesarios, formas de capacitación y retribución necesaria en cada momento para los compatriotas intervinientes.
- f) Eliminar de los planes oficiales la concepción de que la solución para el trabajo es calificar la oferta, esperando que encuentre la demanda en el mercado. A la inversa, preparar compatriotas para atender las demandas que ya están esperando.
- g) Como componente del programa, entender las formas de equiparar los derechos de los trabajadores sin relación de dependencia, pero con clara función social, con aquellos que pertenecen a la economía tradicional.
El título de nuestro documento es provocativo, porque pretende ir al hueso de la cuestión.
No existe la economía popular. Existe la injusticia, que nace en la dependencia. Si esta no desaparece, subsistirán la inflación, la inestabilidad económica, el bimonetarismo, la deuda externa, la caída del salario real, la falta de inversión. Y la economía popular.
Enrique M. Martínez, presidente del Instituto para la Producción Popular.