“Don´t look up” (“no miren hacia arriba”, o “dejen de mirar hacia arriba”), es el nombre de la reciente película de Leonardo de Di Caprio que volvió a poner en la agenda pública la crisis climática. En ese sentido, hace poco más de un año, publicaba una opinión en cuatro puntos en relación al origen del Covid-19, la pandemia y sus presuntas soluciones.
A poco de finalizar 2021, con más del 70 por ciento de la población de nuestro país con esquema completo de vacunación y con un nuevo récord de contagios en las principales ciudades de Argentina, me gustaría profundizar en algunos aspectos o dimensiones que, como es habitual, irán a parar a ese lugar incómodo que disgusta tanto al fundamentalismo negacionista (o antivacunas) como al dogmatismo que reina en el discurso dominante científico.
1- A dos años de comenzada la pandemia de Covid-19, se confirmaron a lo largo y ancho del mundo la existencia de una gran cantidad de variantes de Sars-CoV-2. Las tasas de contagio y letalidad de estas variantes han producido graves efectos a corto y largo plazo en la salud de las personas, incluyendo internaciones y muchísimas más muertes a nivel mundial que las ocasionadas por una gripe normal, incluso pese al empleo de un gran abanico de elementos de protección personal y dispositivos de aislamiento y distanciamiento social que no se han utilizado con gripes normales y que redujeron el número de muertes por Covid-19 considerablemente.
A quienes desestiman la importancia de la pandemia en relación a los problemas ocasionados por el hambre o la pobreza, es menester objetar que la pandemia (sinergizando con el capitalismo) se ha ensañado -como lo demuestran varios estudios1– mucho más fuertemente con la clase trabajadora, con los sectores pobres y marginados y que, a su vez, la pandemia (de nuevo en connivencia con el capitalismo) ha condenado a la pobreza y al hambre a millones de personas en el mundo. Pandemia y pobreza, Covid-19 y hambre, no son dimensiones contrapuestas. A modo de ejemplo, combatimos el avance del extractivismo, de la megaminería y del agronegocio, aunque no necesariamente se cobren más muertes que el hambre, y siendo que, de nuevo, extractivismo, hambre y enfermedad van de la mano.
2) Tal y como decíamos, las vacunas -lejos de las fake news instaladas por el sector antivacunas- no contienen chips ni restos fetales y han sido muchas veces (no siempre) efectivas para lidiar con diferentes patógenos a lo largo de la historia. El desarrollo de la primera generación de vacunas se ha mostrado bastante efectivo para disminuir casos graves, internaciones y muertes, desacoplando las curvas de contagio de las curvas de muerte por Covid-19 acá y en la mayoría de los países del mundo.
Foto: Leo Vaca – Telam
3) Sin embargo, tal y como advertíamos, que las vacunas puedan ser bastante efectivas para evitar casos graves o muertes no implica que sean 100 por ciento seguras, ni que generen inmunidad de grupo, ni que sean la solución a la pandemia, como se apresuró a aventurar buena parte de la comunidad científica, asociando cuatro variables que no necesariamente van de la mano.
La pandemia fue la oportunidad perfecta para que las corporaciones farmacéuticas avanzaran y se enriquecieran con el desarrollo masivo de tecnologías de vacunas (ARN y basadas en adenovirus modificados) que no se habían utilizado previamente en humanos a largo plazo, a gran escala o que no se habían utilizado en modo alguno.
Pese a que las farmacéuticas, los gobiernos y buena parte del sector científico nos aseguraron que las mismas estaban testeadas rigurosamente como cualquier otra vacuna y que no generaban ningún efecto adverso diferente de una vacuna clásica, cualquier persona sabe hoy que si le toca AstraZeneca, Sputnik o Pfizer la probabilidad de tener dolor, fiebre o de quedar en cama por horas o días es mucho mayor (han proliferado los memes) que si le tocó una vacuna tradicional a base de virus inactivado, como la de Sinopharm. Y este fue el menor de los problemas: hubo una cantidad y diversidad de efectos adversos2a corto plazo, tales como trombos, pericarditis, miocarditis, ACVs e incluso muertes que fue significativamente mayor que la generada por las tecnologías tradicionales.
¿Muchísimo menor que los efectos generados por contraer Covid-19? Sin dudas. Por eso, frente a la opción que nos daban las farmacéuticas, no quedaba otra que recomendar vacunarse con lo que hubiera a mano. Pero esa comparación es maliciosa. Hoy resulta un contrafáctico, pero lo que hubiera debido hacerse, como sostuvimos, es generar vacunas tradicionales como hicieron de manera rápida varios países y empresas o como se intenta hacer también aquí. Y recomendar su uso sobre todo en población de riesgo frente a trombos, problemas cardíacos o ACVs. No solo se han probado efectivas sino más seguras en el corto plazo. La propia propaganda oficial nos da la razón cuando dice que para menores de edad (sin hacer juicio de valor) es recomendable utilizar la Sinopharm porque es la tecnología más segura y probada.
Y es que, para peor, todavía poco sabemos de los efectos a mediano y largo plazo de estas nuevas tecnologías -que ojalá sean pocos o nulos-. ¿Cuántas dosis por año de vacunas genéticas tendremos que darnos contra el Covid-19? ¿Tres? Y luego en el futuro contra otros virus o patógenos, ¿cuántas más?
Frente a una pandemia global todas las corporaciones y Estados deberían haber desarrollado tecnologías previamente comprobadas. Y en todo caso avanzar de a poco con las nuevas tecnologías. Se trata del tan conocido como básico «principio precautorio». Queda claro que se podía (Soberana, Novavax, Sinopharm, Sinovac, etc.) y no se quiso.
Son sobrados los ejemplos3 de experimentación masiva por parte de los Estados y las empresas para aumentar las ganancias o para ganar guerras, o sea, para aumentar las ganancias. Como decía, hoy ya es un contrafáctico. Pero es importante decir que uno de los principales motores del movimiento antivacunas fue la imposición de estos nuevos desarrollos tecnológicos por parte del lucro farmacéutico y del modelo científico hegemónico.
Y para quienes trabajamos en los efectos ambientales y sanitarios catastróficos que generan los desarrollos tecnológicos agroganaderos (siempre publicitados como inocuos), las dudas y preocupaciones tienen antecedentes fundados.
Por otro lado, las vacunas contra Covid-19 se han mostrado desalentadoramente inefectivas para prevenir reinfecciones y contagios, al menos en el contexto de una apertura que ha relajado fuertemente el distanciamiento social y el uso de elementos de protección. Si bien bajan la carga viral, el presunto efecto solidario de no contagiar al otro/a o la teoría de generar inmunidad de grupo termina resultando una fake news del propio dogmatismo científico, que cae por peso propio ante el número récord de casos en países (Canadá, Francia, España, Italia, Alemania y Portugal, entre otros) con esquema completo en un 70, 80 por ciento, o más, y que nuevamente no hace más que alimentar el escepticismo antivacunas que conoce de memoria la cantinela oficial de que con las vacunas se resolvían todos nuestros problemas.
Si bien las vacunas han reducido fuertemente las internaciones y las muertes, los casos se multiplican y en muchos países el sistema de salud vuelve a colapsar.
Así como antes, en lugar de poner la responsabilidad en el Estado o en las empresas que incumplían o negaban protocolos, se ponía la responsabilidad en quien no se quedaba en casa por tener que salir a conseguir algo para comer, hoy la responsabilidad del aumento del número de casos sigue siendo individual(ista), se pone únicamente en quienes no se han vacunado4, sea cual fuere la razón, pero no en la baja eficacia de esta generación de vacunas para prevenir contagios o en las políticas incoherentes de Estados que sostienen que no hay que usar más barbijo, que hay que ir a recitales, a partidos de fútbol a estadio lleno, que sostienen fiestas clandestinas gubernamentales o que debemos viajar en transportes hacinados para luego decirnos que nos cuidemos en las fiestas. La promoción de chips subcutáneos como estrategia de pase sanitario o el despido de trabajadores no vacunados no hace otra cosa que alimentar lo peor del sector conspiranóico. Y no es para menos.