Política

Alberto: El inflexible

Si poder comprar alimentos no fuera una tarea imposible para una porción enorme de compatriotas, lo acontecido el jueves durante la celebración de la UIA sería un espectáculo risueño. Pero es trágico. El jueves 2 de diciembre, en Parque Norte, tuvo lugar la vigésimo séptima Conferencia Industrial organizada por la Unión Industrial Argentina (UIA), organismo... Leer más »

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Si poder comprar alimentos no fuera una tarea imposible para una porción enorme de compatriotas, lo acontecido el jueves durante la celebración de la UIA sería un espectáculo risueño. Pero es trágico.

El jueves 2 de diciembre, en Parque Norte, tuvo lugar la vigésimo séptima Conferencia Industrial organizada por la Unión Industrial Argentina (UIA), organismo controlado por Paolo Rocca de Techint y presidido formalmente por el abogado lobista de empresas de la alimentación, Daniel Funes de Rioja.

El evento contaba con la participación fluida de una parte importante del gabinete productivo y económico del país. El mismo público reunido allí, había escuchado una semana atrás a Wado de Pedro, Gustavo Béliz y el jefe de gabinete, Juan Manzur, en el encuentro de otro organismo presidido por el mismísimo Funes de Rioja.

Mas allá de la asidua gestualidad del gobierno nacional con el puñado de empresarios que mantiene secuestrada la economía nacional para sus propios intereses, durante la propia jornada del jueves, se especulaba con la no presencia de Alberto Fernández al cierre del evento.

El portal de operaciones al servicio de Estados Unidos, Infobae, llegó a decir que Alberto Fernández “perdía una oportunidad” de congraciarse con los mercados y hacer bajar el riesgo país que fijan las calificadoras internacionales para condicionar las tasas de intereses que se paga sobre el endeudamiento externo que azota a las finanzas públicas.

Con esa operación en marcha, Alberto Fernández aseguró que levantaría su agenda programada y concurriría al evento para dejar en claro –por enésima vez- que tiene voluntad de acordar con el FMI y que los empresarios son un aliado indispensable del gobierno para edificar el crecimiento económico.

En el cierre del evento, el Presidente le dedicó un especial capítulo a los precios de los alimentos.

«Vamos a ser muy exigentes en el cuidado de los precios de los productos de consumo masivo. Veo con preocupación el aumento irracional del precio de los alimentos, aún sabiendo que hay factores exógenos que inciden. Igual es mi preocupación con el precio de los insumos de la construcción. Seré inflexible con quienes se abusan en este contexto», sostuvo Alberto Fernández.

Lo hizo tras aclarar que «hay problemas globales con la inflación» y en el país «afecta seriamente», pero alertó que «no es posible de que algunos pícaros aprovechen el momento para obtener ganancias extraordinarias» mediante aumentos en los precios.

Por si algún desprevenido se acerca a estas páginas, la advertencia de Alberto Fernández tiene lugar a pocos días de concretarse los dos años de ejercicio de la presidencia de la República Argentina, y fue lanzado ante la presencia de Daniel Funes de Rioja, presidente de la COPAL que es la cámara empresaria que nuclea a los productores de alimentos, máximos responsables del deterioro en el bolsillo de la enorme mayoría de los argentinos y las argentinas.

Durante dos años, los encuentros entre Daniel Funes de Rioja, sea como presidente de la COPAL o ahora en su rol de presidente de la UIA, con autoridades del gobierno nacional y con el propio Alberto Fernández han sido numerosas. Entre los reclamos más usuales del sector empresario, estuvo el de la eliminación de la ley antidespido, la convocatoria a una “rebelión fiscal” frente al impuesto a las grandes fortunas y una dinámica de evasión constante a cumplir con la política de acuerdos de precios.

En cada una de esas certezas argumentales, el sector empresario ha sido inflexible. Conquista más o conquista menos, ha logrado mantener incólume el dispositivo económico montado sobre la realidad nacional que les permite enriquecerse a costa del empobrecimiento de la mayoría.

Aún más, han logrado tener como correlato el discurso oficial que alienta las exportaciones en un país en el que el bolsillo de sus trabajadores se debilita con precios arrastrados inflacionariamente por el precio internacional de las cosas y la dolarización de segmentos económicos injustificables.

Tal sólo para repasar, el periodista Nicolás Sagaian recordaba en junio de 2021 sobre el precio de la leche que “A pesar de que el consumo de lácteos se encuentra estancado en uno de los niveles más bajos de los últimos 30 años (en torno a los 185 litros per cápita), el precio de la leche en sachet aumentó un 67,6 por ciento en los últimos 12 meses y acumula un salto del 483 por ciento desde junio de 2016, según datos el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec).”

Se estima que en el sector lechero entre un 70 y un 80 por ciento de los costos están dolarizados. Ante cada devaluación o shock de la economía se enciende una bomba de tiempo.

Este año, por ejemplo, “la suba en los precios internacionales de los granos, como la soja y el maíz, que son parte de la alimentación del rodeo, pegó fuerte en los costos”, afirma Jorge Giraudo, director ejecutivo del Observatorio de la Cadena Láctea Argentina (OCLA).

Lucía Guadagno, acerca del precio del pan, sostenía que “En el Gran Buenos Aires, en junio de 2018, el kilo de pan costaba 55 pesos. Hoy cuesta 183. Aumentó un 230 por ciento mientras en el país se perdieron empleos, el poder adquisitivo de la mayoría de los trabajadores cayó y la pobreza superó el 40 por ciento”. “Hoy, con un salario mínimo, se compran 30 kilos menos de pan que hace cuatro años.” Sentenciaba hace apenas unos meses.

Sergio Alvez, periodista misionero, relataba el mes pasado que “Argentina registra un consumo anual per cápita de 6,5 kilogramos de yerba mate, pero el precio no para de aumentar. Según el Indec, el paquete de yerba aumentó 55 por ciento en los últimos doce meses y, según datos privados, en precio en góndola se incrementó 6000 por ciento en trece años.”

Eduardo Duschatzky, por su parte, en referencia al precio de la carne sostenía hace apenas dos meses que “Entre marzo de 2017 y el mismo mes de 2021, el precio de la carne vacuna se incrementó un 389,6 por ciento, mientras que la inflación general fue en el mismo período de 310,6 por ciento, según un informe del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf).”

Junto a otros indicadores del deterioro social, el encarecimiento de la carne, entre otros alimentos, es uno de los factores que explican que la pobreza haya trepado al 42 por ciento y la indigencia al 10,5 por ciento en la segunda mitad de 2020, según la última medición divulgada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec).

La tendencia alcista siguió de largo con la pandemia. El “Informe Mensual de Precios” realizado en carnicerías y supermercados por el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna (Ipcva) constató que, entre abril de 2020 y marzo de 2021, el precio de la carne aumentó el 65,3 por ciento, en tanto que la inflación general medida por el Índice de Precios al Consumidor (IPC del Indec) fue en el mismo período del 42,6 por ciento. Además, la suba fue mayor en los llamados cortes populares de la carne.

Durante la pandemia el consumo se ha retraído fuertemente en la Argentina, sin embargo, la inflación sigue acogotando la capacidad de consumo de un pueblo, destrozando cualquier explicación peregrina de la inflación como una consecuencia de la oferta y la demanda.

En ese mismo tiempo en que la Argentina creció económicamente, pero apenas se reflejó en el balance de los grupos económicos, el Presidente ya había advertido en los albores de su mandato que “Se terminó el tiempo de los vivos”. Nada de eso ocurrió, y nada indica que vaya a operar sobre la realidad, la inflexibilidad anunciada ante la UIA.

 

En el medio de las palabras, la realidad

Duele el bolsillo de los argentinos. Y ese es un problema bien real que enfrenta la inmensa mayoría que habita este país.

Es un conflicto real y efectivo que se materializa cotidianamente, cada vez que un ciudadano real, de carne y hueso, se para frente a una góndola para comprar algo de alimento.

Los problemas de la dirigencia política, las necesidades de los sectores empresarios transformadas en titulares de diarios y portales, parecen habitar la agenda de respuestas necesarias. Hay una suerte de cámara de eco en la que habita una minoría que piensa que los problemas que atraviesan la Argentina son los que le suceden a la minoría que integran.

Por fuera de ello, la Argentina está llena de tensiones sociales. Hay tensión cuando un laburante se mete la mano en el bolsillo para pagar en el supermercado. Hay tensión a la hora de comprar pañales, hay tensión en el comerciante que no puede pagar el cajón de pollo que acaba de aumentar una vez más y hay tensión en el jubilado que no sólo dejo de comprar pechuga, si no también pata y muslo y está por dejar de comprar las alitas el día 15 de depositada la jubilación.

Son tensiones silenciosas que atraviesa el malhumor social, muy alejada de los debates superestructurales, muy atomizada y carente de agenda política aglutinante. Pero está ahí, castigando la legitimidad de la política de una manera preocupante.

En el medio de tamaño dolor social, el Presidente tuvo un momento para hacer referencia al acuerdo con el FMI. Sostuvo que el gobierno sigue negociando «a paso seguro y con el pulso firme». Tan firme como inflexible es con los precios.