Opinión

Por Mario Paulela

La anomalía Porteña

Cuando Raúl Alfonsín puso la autonomía porteña como moneda de cambio en las negociaciones políticas que desembocaron en el Pacto de Olivos, astutamente estaba obteniendo “oro por chucherías”, como diría Don Rodrigo Díaz de Carrera, aquél personaje de Les Luthiers.

Es decir, en su avidez descontrolada por obtener la reelección, Carlos Menem cedió alegremente el equilibrio institucional más importante obtenido en el país desde la Organización de 1862.Dice Jorge Abelardo Ramos:“…Las fuerzas porteñas postularán la candidatura del mismo (Carlos) Tejedor, que apoyado por Mitre definirá su programa localista al declarar que el Presidente de la República era en Buenos Aires “un huésped”. No se detendría ahí. Afirmó que la Constitución era un simple pacto; ratificó su pensamiento de que las provincias tienen derecho a organizar fuerzas militares propias y a ejercer policía la marítima. (…) Ignorando el precepto constitucional expreso, la legislatura bonaerense vota cincuenta millones de pesos para comprar armas. Tejedor hace desfilar y practicar tiro a los soldados de Buenos Aires disfrazados de bomberos. El mitrismo rodea al insolente gobernador y hace de él su candidato (…) (el Presidente de la Nación, Nicolás) Avellaneda es humillado en la ciudad capital y desconocida su autoridad nacional en los hechos más nimios. Cuando el Presidente de la República se dispone una noche a entrar en un teatro, un agente de policía le impide la entrada. Tejedor premia al día siguiente a ese agente.” (Jorge A. Ramos, Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, Tomo 2 Del Patriciado a la Oligarquía 1862-1904 Editorial Plus Ultra)La “cuestión porteña” se saldó a costa de de una terrible guerra civil. Al terminar con la anormalidad de una ciudad rica dominando puerto y aduana de un país entero, sin pertenecer a su organización político-institucional y de hecho, en abierta rebelión a éste y a su gobierno,  la Ley de Federalización n° 1029, promulgada por el Presidente Roca, ponía en manos de la Nación, no sólo la multimillonaria renta aduanera, sino también creaba un municipio que quedaba directamente bajo la héjira del Poder Ejecutivo Nacional. Es decir, que la ciudad en donde reside el Gobierno de la Nación estaba gobernada por un delegado nombrado por el Presidente: el intendente.Si bien, como dijera Carlos Pellegrini, “Es necesario que en la República se trabaje y se produzca algo más que pasto” (Discurso en la Cámara de Diputados de la Nación, Diario de Sesiones, año 1875, p. 123, tomo II), en referencia a la necesidad de crear y desarrollar industrias propias, la ciudad de Buenos Aires no aportaba al país otra cosa que las cuantiosas riquezas generadas por la renta de su Aduana, quienes pensaron la Ley de Federalización comprendieron claramente que un distrito como el porteño jamás podría representar un Proyecto escindido o diferente del Proyecto Nacional. Ese es el monstruo político que creó el Pacto de Olivos y la reforma constitucional de 1994.La astucia de Raúl Alfonsín, al negociar con Menem semejante enormidad institucional a espaldas de cualquier nivel de consenso mayoritario, consistió en que, a cambio de la preciada reelección, arrancaba al Estado Nacional la creación de un distrito electoral de características únicas, la conformación de un electorado artificialmente divorciado del resto de la República y con la posibilidad de elegir proyectos socio-económicos diferenciados de la Nación. En otras palabras, una verdadera bomba de tiempo política.Si bien el plan alfonsinista limitaba su imaginación a la sencilla conformación de un distrito importante, que concentrara los ingresos más altos por habitante y en el que jamás ganara el peronismo; los coletazos de la infección ideológica noventista, las crisis del fin del siglo y las pobres administraciones en manos del “progresismo”, dieron lugar a un experimento político que jamás debió haber tenido lugar en la historia, especialmente después del desastre neoliberal: el macrismo.Hoy por hoy, el balance de la gestión (?) del Pro resulta una calamitosa repetición de sistema de “tierra arrasada” del menemato, esta vez a escala municipal. La falta de inversión pública municipal en las cuestiones básicas del vivir cotidiano de los habitantes: salud, infraestructura, educación pública y bienestar social es escandalosa. El desinterés de los capangas macristas por nada que no sea una mediática y artificiosa “seguridad”, traducida en el esperpento llamado “policía metropolitana” (cuya inutilidad ya sido ya probada en los conflictos de tomas de tierras organizadas por propios punteros macristas y salida de control debido a la impericia de los mismos) y por redireccionar recursos y clientela a ámbitos privados de salud y educación resulta de una audacia escapada de todo límite.El macrismo deja al descubierto más que nunca la anomalía porteña, una autonomía antinacional, un electorado voluble de inaceptables ínfulas y un divorcio nefasto del Proyecto Nacional que ha puesto de pie al país después del tsunami neoliberal.Buenos Aires, ciudad, no puede ser un reservorio de políticas que han demostrado, no sólo su capacidad de daño, sino su literal imposibilidad de generar bienestar para el pueblo. Por el contrario, deberá alinearse con la dirección marcada desde el Gobierno Nacional y dejar de ser parte del problema para pasar a ser, por fin parte de la solución.