Política

Cenar con la Reina, para no andar de rodillas

El acuerdo con el FMI condiciona la dinámica económica del país de manera determinante. Las negociaciones incluyen efervescentes discursos sobre no andar de rodillas y exclusivas cenas en castillos romanos con Reinas holandesas exportadas por nuestra oligarquía. De denunciar el préstamo como una estafa, a mendigar atenuantes.

CENAR

“Si todavía no cerramos un acuerdo con el FMI es porque no nos vamos a arrodillar” fue la frase que lanzó Alberto Fernández en el estadio del Club Deportivo Morón en el acto de unidad del Frente de Todos, realizado para mostrar cohesión y unidad política en la recta final de la campaña electoral.

Era la tarde del 27 de octubre, una semana que había arrancado con un espiral discursivo contra el FMI, anticipaba el viaje de Alberto Fernández y Martín Guzmán a la cumbre de las potencias extranjeras reunidas en el G20, un ámbito que hace poco tiempo atrás, merecía un extendido repudio popular allí donde se realizaba.

48 horas después, sobre el cierre de esta edición, bien lejos de la estridencia que acompañan los discursos en tiempos de campaña, Martín Guzmán ingresaba al castillo de Sant’Angelo, en Roma, a la orilla del Río Tíber, frente al Pons Aeilus unido al Vaticano por el pasillo fortificado del Passetto.

Allí compartía una cena distendida con Kristalina Georgieva, directora del FMI, acompañados por la Reina Máxima de Holanda -exportada desde estás tierras de la familia Zorreguieta- y el socialdemócrata alemán Olaf Scholz, entre otros comensales y bajo la mirada comedida del frecuente corresponsal enviado en exclusiva, Román Lejtman, al servicio de Infobae, según apariencias.

En la cena, una vez más, Martín Guzmán intenta acercar posiciones con Kristalina Georgieva para alcanzar un acuerdo de “facilidades extendidas” que le permita a la Argentina quedar atado a las auditorías periódicas del FMI por los próximos 20 años para ampliar el margen con el que saldar el préstamo contraído por Mauricio Macri para financiar la fuga de capitales y el lavado de activos protagonizado en su gestión de gobierno.

 

El avance de las negociaciones

Los éxitos o fracasos parciales no se miden por la estatura de los discursos, aunque las posiciones de los contendientes de una negociación, marcan nítidamente cuántos casilleros ganaron o perdieron en el camino de la refriega.

En el mes de febrero de 2020, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner mantuvo una discusión pública con el organismo multilateral de crédito, ello, tras reclamar una quita considerable en la deuda que mantiene la Argentina.

Cristina sostuvo el 8 de febrero del año pasado que «por lo menos (el Fondo Monetario Internacional) debería establecer una quita sustancial porque hizo un préstamo por fuera de la historia del FMI, comprometiendo el 60 por ciento de la capacidad prestable del organismo y se hizo violando obligaciones que tiene el propio Fondo».

La respuesta se demoró 48 horas, y llegó de la mano del vocero del organismo Gerry Rice quien, sin ningún tipo de investigación previa, sostuvo que el organismo «no violó sus estatutos al prestarle dinero a Mauricio Macri» y que por eso «no pueden aceptar una quita de la deuda».

Cristina le volvió a responder el 13 de febrero, y en una serie de tuits sostuvo: «Yo me pregunto, cuando dicen ‘no, no se puede hacer una quita al capital del FMI porque su estatuto prohíbe hacer quitas’. ¿Pero cómo que el estatuto del FMI prohíbe hacer quitas? También prohíbe que se den préstamos para permitir fugar el dinero. ¿Y por qué vamos a hacer valer una prohibición y la otra no?”

Mas allá del oportuno debate, en la actualidad, Gerry Rice cenaba sentado a la izquierda de Martín Guzmán, quien compartía su diestra con la Reina Máxima de Holanda, mientras un vino blanco regaba las copas de los comensales. No surge en la crónica de Román Lejtman, pero seguramente no se debatía una eventual quita sobre el capital y los intereses adeudados, reivindicación que, como la denuncia penal que se lanzara tras la investigación del BCRA, parece haber quedado en la desmemoria dirigencial.

Tras ese primer traspié en la discusión de una eventual quita, la posición argentina parecía radicalizarse al encomendarse al Banco Central un exhaustivo informe sobre el endeudamiento externo de Mauricio Macri que llegó a concluir en mayo de 2020 que «el conjunto de políticas económicas que se aplicaron desde diciembre de 2015 facilitaron la fuga de capitales por más de US$ 86.000 millones y crearon las condiciones para la irrupción de un nuevo episodio de crisis por sobreendeudamiento externo».

Con ese informe, se motorizó la creación de una comisión bicameral en el Congreso de la Nación para investigar el origen y destino del endeudamiento externo. También, se impulsó una denuncia penal contra las autoridades que se habían comprometido en la contracción de un crédito que no se encuentra, ni siquiera, documentado formalmente en la estructura del Estado Nacional.

Mientras eso ocurría, los cupones de vencimiento del año 2020 y 2021 se fueron pagando en forma sistemática, hasta completar miles de millones de dólares en el último pago de 2021.

Así como aquellas tensiones fracasaron y cayeron en las garras de la paradojal amnesia que sufre la dinámica de conducción política de los destinos del país, luego vino el debate que introdujo Cristina Fernández de Kirchner sobre el destino que debía otorgarse a los Derechos Especiales de Giro que el organismo le había remitido a la Argentina como socio del FMI y con destino a paliar los mayores costos de la pandemia.

El debate interno en el gobierno se traducía entre aquellos, como Guzmán, que querían utilizar los Derechos Especiales de Giro para pagarle al FMI. Y por el otro lado, Cristina, que señalaba la necesidad de otorgarle un destino distinto. La discusión aquí fue mucho menos pública, y fue la propia Cristina quien resignó su posición en la presentación de candidatos del FMI al reconocer que los DEG iban a ser utilizados para cancelar los cupones de deuda del FMI.

Con esas derrotas incontrastables en una negociación que sólo se tensiona discursivamente, pero encuentra en el país el actor que retrocede en chancletas frente al organismo multilateral, la posición argentina ahora se limita a discutir plazos y sobrecargos.

Un ayudín en el G20

El petardeo discursivo de Martín Guzmán en el encuentro de la Internacional Progresista, y la retórica escogida por el Presidente Alberto Fernández en el homenaje a Néstor Kirchner, intentan mejorar la posición del país en una negociación que la encuentra en franco retroceso.

La discusión, ahora, está concentrada en mostrar una victoria logrando señalar que el FMI no está dispuesto a eximir de sobrecargos al préstamo que se adeuda. Mas allá de los detalles técnicos, un eventual acuerdo de “facilidades extendidas” con el país, se le impondrían sobrecargos cercanos al 2%, es decir, 900 millones de dólares, suma cuantiosa para la Argentina, pero irrelevante para un organismo que, hasta los mas amarretes de las finanzas, descuentan que será una victoria para que la Argentina pueda mostrar.

También, pretende el país que se le otorguen 20 años para saldar la deuda, no así los 10 años que el reglamento del FMI impone para los acuerdos de facilidades extendidas. Es decir, algo así como gritar un gol en contra.

Las enseñanzas que nos dejó Néstor Kirchner en estas fechas tan sentidas para las mayorías populares, es que el FMI no tiene voluntad de cobrar las deudas, lo que tiene como meta principal, es aferrarse a las revisiones periódicas, las auditorías crónicas sobre las finanzas nacionales y la subordinación de la estrategia económica del país a los designios de la tecnocracia financiera internacional.

Por eso Néstor les pegó una patada en el culo allá en el 2005. Y fue desde el año 2006 hasta el 2015, uno de los pocos períodos de nuestra historia en la que no se aceptaron las revisiones del FMI, siquiera, las auditorías del artículo IV de su estatuto, obligatorias por ser miembro del organismo.

Néstor Kirchner sabía que allí operaban las cadenas de la dependencia económica de nuestro país y decidió cargar contra ellas, hasta poder traducir con voluntad política un destino nacional pensado desde la Argentina.

Quizás, en esta coyuntura tan extravagante, alguien puede pensar en vender el sometimiento por 20 años de las revisiones del FMI como una conquista política. Lo podrá hacer en la caja de ruido en que se escucha el tronar de los discursos y la retórica.

Seguramente sea tarea holgada conseguir los apoyos en el G20 para alcanzar semejantes metas. Hay cenas amables y oídos dispuestos para escuchar reivindicaciones semejantes, y el convencimiento quede a punto caramelo para ser presentado una vez superado el 14 de noviembre.

Pero claro, mas allá de la elección y la caja de ruido que habita la política,  lo difícil va a ser convencer a la gente de las virtudes de tener una oficina del FMI durante 20 años trabajando en la sede del Banco Central, allí donde auditan las cuentas para que ningún presupuesto tenga la intencionalidad de distribuir de manera ínfima la riqueza en nuestra Patria.