Nuestra Patria tiene una intensidad política que no nos deja descansar. La organización y planificación del magnicidio, conmueve a la sociedad toda, y no para traernos tranquilidad justamente.
De distintas formas, se puede percibir un alto grado de confusión al momento de procesar y posicionarse frente a la situación: descreimiento a la veracidad del hecho, falta de unanimidad de su repudio, y hasta la distópica idea de un auto atentado que busca impunidad personal. Esto está fuertemente condicionado por los medios masivos de comunicación, y preocupa el acatamiento y la reproducción irreflexiva del mensaje. ¿Pero es solamente esto? Las definiciones y toma de posición política de una parte importantes de la oposición, y las fuerzas que la integran, agravan aún más el escenario, promoviendo el quiebre institucional mediante el uso de la violencia no estatal organizada.
Inmediatamente nos podríamos preguntar ¿es la primera vez que se atenta contra la representación popular? ¿Es la primera vez que se busca por medios violentos suprimir las expresiones del Movimiento Popular y asesinar, desaparecer, corromper, los liderazgos -como el de Cristina- que expresan los anhelos de millones de compatriotas? Podríamos seguir preguntándonos ¿no es hora de repensar el pacto de convivencia actual y proponer uno nuevo que tenga de base un Contrato Social Económico para terminar con la exclusión y la miseria? Preguntas necesarias para aplomarnos en el tiempo político y social que estamos atravesando.
Si algo le faltaba a la Democracia Dependiente, en estos largos 40 años de vida, era que su pacto de convivencia -el cual no solo se rige por la estructura jurídica constitucional, el sistema republicano, la separación de los poderes estatales y el estado de derecho- se rompiera abruptamente con el intento de asesinato de la vicepresidenta de la Nación.
La Paz Social (entendida ésta como la armónica convivencia comunal), es aquella que se construye con Justicia Social como principio rector en la realización material de su pueblo; y la resolución de los conflictos por medio de los resortes institucionales (aparato burocrático institucional, en todas sus dimensiones, sobre todo en la política) son dos aspectos centrales para que la Democracia funcione como Sistema Social. No son los únicos, claro. Tampoco las más importantes, o sí. La selección no es casual. Elijo estas y argumentaremos brevemente por qué.
No se puede pretender (más allá de la generalidad y amplitud del concepto) que la Paz Social llegará en las condiciones de vida que tenemos actualmente. Para tomar un ejemplo: si nos remitimos a las estadísticas -y destacando las cualidades técnicas del instituto oficial- podemos ver una foto parcial abrumadora de las condiciones sociales. Cabe aclarar que, para este humilde redactor, esta forma de leer el estado de situación social, no expresa en términos integrales la magnitud de la crisis. Sin ánimo de cuestionar la metodología empleada para la elaboración de los datos estadísticos oficiales, la profundidad amerita decir que, estamos ante la más grave situación de nuestra Historia.
Sin una homogeneidad material de base que garantice un piso de dignidad, que cohesione el cuerpo social y ponga en perspectiva su acenso, jamás habrá tranquilidad, respeto, solidaridad, integración, en una palabra, Comun-unidad. Todo lo contrario. El neoliberalismo como propuesta de organización social, se encargó de pulverizar las relaciones Comunalsocietales, impugnar (por diferentes medios) las experiencias colectivas y territoriales surgidas como intento de respuesta. Además, solo para mencionar otra característica, la hiperindividualización nos hizo creer que hay un destino sin el nosotros/as.
Urge inventar una nueva Organización Social del Trabajo, la Producción y el Consumo, como respuesta efectiva a la exclusión laboral masiva que padecemos. Urge reconfigurar la ocupación de nuestro espacio territorial nacional. Urge la desconcentración de las grandes ciudades, principal y fundamentalmente la megalópolis AMBA.
Estas dos argentinas -la incluida y la excluida del sistema- se encuentran cada vez más polarizadas. La misiadura castiga sin respiro a los sectores populares, y se extiende. No hay punto de negociación con los poderosos y los sectores dominantes. El capital concentrado y su élite, ha declarado que su proyecto es un país para 15 millones de habitantes. Lo fueron, lo son y lo serán. No vamos ahondar en esto. Ya Jauretche desnudó con precisión quirúrgica la condición colonial, dependiente, antipopular y parasitaria de nuestra élite.
Se impone el más fuerte. Difícil que no vivamos en una continua, permanente y cada vez más, asfixiante violencia social. No es nuevo. Las manifestaciones de la violencia social son múltiples y operan en varias dimensiones.
Para lograr el tan aclamado camino hacia esa Paz Social que tanto necesitamos, se hace imperioso recuperar la Dignidad Material de Nuestro Pueblo; recuperar la Autoridad Política Institucional, para hacer cumplir con rigurosidad el programa de gobierno que propuso el Frente de Todos en su contrato electoral. Y que permitió, entre otras cosas, una bocanada de esperanza tras la larga noche del gobierno neoliberal más crudo. Se esta perdiendo una oportunidad de transformación que traiciona las voluntades que le dieron origen y legitimidad.
Parece que nos alejamos un poco de la terrible imagen de un fulano que se metió entre la gente y le disparó dos veces en la cabeza a la vicepresidenta de la Nación, a Cristina.
Para saber donde estamos, debemos ser precisos en esto: también es consecuencia de un proceso que lleva mucho tiempo en la Argentina.
Por otro lado, los instrumentos institucionales que deben motorizar esa esperanza colectiva -expresada mediante el voto popular- se demuestran obsoletos, vetustos, insuficientes. Si a esto le sumamos un compendio de actos de claudicación en sectores claves del gobierno nacional, la distancia se hace cada vez más extensa. Lo que pasa arriba no tiene nada que ver con lo que pasa abajo. La tan llamada crisis de representación, es solo la punta de algo muchísimo más profundo. Ésta no solo involucra a la política. La mayoría de las formas representativas, institucionales o no, están atravesadas por esta crisis. En una palabra, y siendo imprecisos, se sostienen principalmente por su formalismo. No podemos dejar de vincular directamente el deterioro de las instituciones democráticas con lo sucedido.
No podemos dejar de pensar que, de un lado y del otro de la polarización, hay un cuestionamiento severo a estas formas.
El atentado e intento de magnicidio sobre la vicepresidenta de la Nación, trasciende la condición estrictamente personal de Cristina.
Fue un principio de acción planificado, organizado e instrumentado por un grupo con el objetivo de eliminar físicamente a la representación política y social más importante de la Argentina.
Y con ello, generar (o acelerar) un enfrentamiento civil abierto, heterogéneo y atomizado en miles de expresiones. La tragedia y el desencuentro violento de un pueblo, de una sociedad diezmada por el neoliberalismo.
Terminada la última dictadura cívico-militar, y regidos hace varias décadas ya por el sistema democrático liberal y el estado de derecho, el intento de magnicidio hace temblar los cimientos básicos de nuestra democracia.
No nos quedemos en el diagnostico. Trascendamos los análisis. Trabajemos en traducir tanta bronca, en Potencia Política Popular Organizada. Con más Encuentro, con más Patriotismo, con más Nacionalismo Popular Revolucionario, con más Peronismo. Seamos artífices de un destino merecido, con Justicia Social, para la Paz Social. Evitemos una tragedia que golpea cada vez más fuerte: un nuevo extravió de la Argentina.