Opinión

Por Daniel Rotta Escalante

Inmigrantes

Los argentinos nos consideramos gente bien no siempre por los valores morales que atesoramos como pueblo y como Nación, sino más bien por creernos mayoritariamente de origen europeo, una creencia consolidada con la educación sarmientina aún no desterrada...

Los argentinos nos consideramos gente bien no siempre por los valores morales que atesoramos como pueblo y como Nación, sino más bien por creernos mayoritariamente de origen europeo, una creencia consolidada con la educación sarmientina aún no desterrada, que nos llevó a incorporar como verdad absoluta que todo lo proveniente de allende los mares fue y es humanista, de gran cultura, de fuerte contracción al trabajo, etc., ideas que se fogonearon a partir de la necesidad de construir un bastión que le sirviera al Imperio, (sea el español, el inglés, el yanqui). Esa cultura prejuiciosa, racista y xenófoba era la herramienta imprescindible para la colonización y la dominación, de tal manera de crear una fuerte barrera interna que sirviera para evitar todo tipo de unión, solidaridad y cooperación.

Acordes con los tiempos que corren en otras latitudes, azuzar las fobias racistas que anidan fuertemente en la sociedad argentina puede ser un buen instrumento para la desestabilización, aprovechando la cultura del individualismo, la falta de solidaridad, las fobias de todo tipo que impuso el neoliberalismo a través de la educación, la universidad y los medios de comunicación   La historia negada

Se olvida que los antepasados europeos no eran integrantes de las coquetas noblezas europeas que impusieron a sangre y fuego el colonialismo económico y cultural, sino la resaca de una sociedad que enviaba a la América todo lo que le sobraba: nuestros antepasados eran los más pobres, los más ignorantes, los enfermos y adictos, los marginados sociales y hasta delincuentes. El viejo continente precisamente los expulsaba porque dentro de su sistema de producción y de acumulación, había millones de desarrapados que sobraban. Esos fueron nuestros abuelos.

 Muchos de los descendientes que desconocen la dolorosa historia del desarraigo, de las miserias y de las luchas que sus antepasados europeos debieron encarar, para encontrar un lugar en la América, creen, sin embargo, que todo lo lograron con una pacífica y bucólica contracción al trabajo. ¡Nada más alejado de la verdad histórica!  Llegaron aquí con años de ignominia y explotación sobre sus conciencias a “hacerse la América”. ¡Y vaya que la hicieron! A tal punto que, a muchos de sus descendientes, hoy, les repelen la pobreza, la marginación de miles de compatriotas argentinos y de la Patria Grande, quienes aún esperan una oportunidad histórica para avanzar socialmente.  Hoy, como ayer, el trabajo

Muchos no quieren reconocer que, como los abuelos que bajaron de los barcos, los inmigrantes de ahora tienen para aportar un bien que, aunque no siempre reconocido y valorizado, es un aporte imprescindible para la producción y para el desarrollo y la consolidación del escuálido mercado interno argentino. Estudios sociales incuestionables indican que si la Argentina no hubiera recibido las corrientes inmigratorias en los últimos años, su crecimiento hubiera sido menor en un 25 por ciento. Aunque sea por esto, los argentinos y mucho más sus gobernantes, debieran de tener muy en claro el valor de ese aporte, ya que no es lo mismo un mercado de 30 o 40 millones habitantes que uno que duplique o triplique esas cifras. En torno de la mayoría de las grandes ciudades argentinas se da el siguiente fenómeno socio-económico: que entre un 80/90 por ciento de la producción de verduras y frutas frescas proviene de quintas que están en manos de familias bolivianas, las que se radicaron en tierras improductivas pertenecientes a los antiguos inmigrantes (italianos, españoles, suizos, alemanes, rusos etc.) cuya descendencia no quiso ni fue preparada para trabajarlas, sino para quedarse en las ciudades cumpliendo el sueño de “mi hijo, el dotor”. Otros ejemplos paradigmáticos son los que se refieren a la construcción, donde la gran mayoría de los trabajadores son inmigrantes paraguayos, bolivianos y/o compatriotas provenientes de provincias del interior profundo. Otros son los trabajadores de la industria textil, la del calzado, los gastronómicos y entre las empleadas domésticas es masivo el aporte de mujeres “extranjeras” y/o provincianas.  Muchos argentinos que se llenan la boca en contra de los inmigrantes no alcanzan a dimensionar que esos trabajos eran los que realizaban sus abuelos y abuelas cuando bajaron de los barcos, pero que ellos, como descendientes, no están dispuestos a realizar.  La Argentina sigue estando llena de inmigrantes, aunque solo se estigmatiza a los extranjeros pobres que traen su fuerza de trabajo y casi no se llevan nada, excepto alguna pequeña remesa a sus familiares, pero,  acaso, ¿no son también extranjeros empresarios y empresas que se llevan todo lo que pueden y mucho más? ¿Acaso sólo los pobres son narcotraficantes y delincuentes? Quienes afirman esto, ¿tan poco conocen la realidad? ¿O es que se miente a sabiendas y alguna gente compra carne podrida a través de la pantalla? ¿Qué es la Argentina sino un gran abrazo para todos “los hombres de buena voluntad” que hasta habilita a un colombiano –cuya fortuna se acrecienta mágicamente-, a ser diputado y a pretender erigirse en primer mandatario?

   Las argumentaciones de energúmenos contra los pobres –inmigrantes o migrantes-reflejan la idea de un modelo de nación chiquita, muy pequeña, en la que no es necesario que haya mucha gente demandando bienes. No es necesario que haya más gente consumiendo, trabajando y produciendo. Pretenden una pequeña quintita en donde sólo les sea factible llevar adelante sus negocios. Debieran persuadirse de que la Argentina no es la vieja y decadente Europa y que sus gobernantes actuales -con algunas vergonzantes excepciones-, no tienen ninguna semejanza con los Sarkos ni los Berlusconi, porque los argentinos, mediante nuestra decisión soberana, decidimos ubicarnos en el lugar en donde geográfica e históricamente nos corresponde: La América morena y mestiza de los pueblos originarios, la de sus negros africanos, la de los distantes pueblos orientales, la de los miserables expulsados del viejo continente y, por sobre todo eso, la de increíbles e irreverentes mestizajes que diluyó en nuestras venas alguna veleidad de “sangre azul”.