Opinión

Por Antonio Gutiérrez

Kant y la paradoja de Altamira

El problema de Jorge Altamira, su posición paradójica, como la posición de cierta izquierda argentina llamada dogmática, deben ser analizadas más allá de las broncas y perplejidades que ocasiona.

Es verdad que Altamira termina, quizá sin proponérselo, trabajando para la derecha, pero su actitud “incomprensible” no deviene, como muchos creen, de una traición deliberada a sus principios ni de una conducta directamente aviesa (le concedamos por ahora esta confianza), sino más bien de un exceso de principismo y de un apego incondicional a sus ideales, exceso que implica una circularidad que lleva curiosamente a favorecer a aquello mismo que cree combatir. En otras palabras, es un purista, un perfeccionista, un rígido, que no está dispuesto a apartarse ni un milímetro de la senda trazada y que obedece el imperativo a cualquier precio, sin condiciones. De ese modo su virtuosismo es su peor defecto, y el peor peligro, su acción“repudiable” no está en el inicio sino que es un punto de llegada, una consecuencia. En este sentido es un kantiano duro, que no repara en condicionamiento alguno y que sólo atiende al cumplimiento irrestricto de lo que él considera es su deber moral.          Es decir, quien obedece irrestrictamente al “imperativo categórico” kantiano obra sin miramiento ni condición alguna, desatiende el contexto en el que se dan las cosas, actúa sólo en función de lo que juzga es el deber moral y acaba así muchas veces atentando contra sí mismo y desdiciendo inclusive, por un rodeo, sus propios principios. Son las paradojas del “imperativo categórico”. El cumplimiento irrestricto de la ley moral conduce a esos despropósitos, no contempla las condiciones de posibilidad en las que el mandato se cumple. Recordemos que la moral kantiana no es una moral de contenidos, sino un esquema vacío que atiende sólo a la forma: no dice debes hacer esto o aquello, sino haz lo que hagas, hazlo por respeto a la ley moral. Debes actuar de manera tal que puedas querer que el motivo que te ha llevado a obrar sea una ley universal. Sartre en su libro El existencialismo es un humanismo pone el ejemplo de un joven dela Resistencia que se ve en la disyuntiva de asistir en ese momento a su madre que se está muriendo o irse con sus compañeros de lucha. Si se queda con su madre, traiciona sus ideales combativos, falta al deber, pero si es kantiano puro y obedece irrestrictamente a su deber revolucionario, abandona a su madre enferma y atenta contra su propio bienestar.            La izquierda dogmática no acompaña al kirchnerismo, porque siente que si lo hiciera traicionaría sus ideales, faltaría al deber, empañaría la pureza del mérito moral, pero, al cumplir incondicionalmente, sin restricción alguna, con el deber y sus ideas revolucionarias, termina en la posición antagónica, colocándose paradójicamente del lado de la derecha, traicionando al fin de cuentas esos mismos ideales que enarbola. Esta es la disyuntiva, la encrucijada, en la que se debate una parte de la izquierda argentina que por un supuesto exceso de fidelidad a sus principios, a las formas puras de sus ideales, da un giro sobre su eje y cae en su contracara. Siempre en el exceso hay un límite que se transpone. Hay un cuento de Jorge Luís Borges: Las tres versiones de Judas, donde una de las versiones, la menos convencional, es que Judas no fue en realidad un traidor en un sentido estricto, sino el más leal, el más kantiano, el más moralde todos: no reparó en su propia persona ni en los prejuicios que su acción le ocasionaría (quedar como el ser más abyecto de la historia) con tal de cumplir con el imperativo y ser fiel al deber moral, que era llevar adelante la misión de traicionar a Cristo para que Cristo pudiera morir en la cruz y ser Cristo, etc. Pero más allá de la ficción borgeana, el problema de Altamira, uno de los problemas de Altamira, como el de una parte de la izquierda argentina, es ese dogmatismo, esa incondicionalidad, por otro lado peligrosa y que suele conducir a lo peor. Cabría recordar que los nazis, frente a los tribunales que los juzgaron por el genocidio, argumentaron precisamente esa incondicionalidad categórica: la obediencia irrestricta al deber. Y no estamos diciendo que Altamira y una parte de la izquierda dogmática, sean nazis, sino todo lo contrario, pero es la obediencia irrestricta al ideal la que termina poniéndolos en una posicióncomplicada.          Es esa “moral kantiana” y el cumplimiento del deber sin restricciones ni consideraciones ajenas al deber mismo, lo que explica que esa izquierda argentina dogmática actúe en forma descontextualizada, con esquemas formales y no tenga en cuenta mayormente la condición de posibilidad de las cosas ni el contexto en el que se producen los hechos, es decir, no considere los cambios históricos ni las condiciones de la época ni las cuestiones de la subjetividad ni las transformaciones de la modernidad ni nada de nada. Creen que el sujeto, la pobreza, los explotados, los explotadores, etc. son siempre los mismos a través de los tiempos. No tienen presente, por ejemplo, los fenómenos actuales de exclusión, marginalidad, rotura del lazo social, desinserción de los ordenamientos simbólicos, etc. etc.         Pero para Jacques Lacan esa incondicionalidad kantiana irrestricta no es tal, sino que hay un condicionamiento detrás del imperativo categórico, un plus, una ganancia, un resto y ello es el goce, la motivación inconsciente que conduce a la acción, el sentimiento de culpa, la necesidad del sujeto de recibir por consiguiente un castigo y de remediar aunque sea en parte la distancia entre sus aspiraciones morales, estéticas, etc. y lo que consigue a nivel fenoménico, es decir, entre el ideal moral y las miserias de sí mismo que la realidad cotidiana le muestra a la vuelta de la esquina. Esto explica la posición paradójica de esa izquierda descontextualizada, que termina favoreciendo a sus enemigos y que nos recuerda aquel mecanismo de “identificación con el agresor”, descrito por el psicoanálisis. Lamentablemente, hay sujetos y grupos que atentan inconscientemente contra sus propios intereses, que dan un giro sobre su eje y setransforman en sus propios adversarios.         Recordemos el caso de Macbeth, de Shakespeare, aquel militar que por su valentía y fidelidad al rey Duncan, obtiene todo el reconocimiento y la gloria, pero que luego cae en la tentación, incitado por Lady Macbeth, de asesinar a Duncan, o sea, de atentar contra su benefactor. Asesina al rey y es inmediatamente descubierto y cae en desgracia. De esta manera arruina sus propios logros, desarma lo que había conseguido, se vuelve contra sí mismo. Es el movimiento circular del superyó freudiano, que Freud y Lacan equiparan al imperativo categórico kantiano, que establece la crueldad contra el propio sujeto y contradice sus ideales, que manda inclusive a delinquir a los individuos más puristas y moralistas.        Esa parte de la izquierda, descontextualizada, aunque respetable y firme en sus convicciones, sigue creyendo, por ejemplo, en la “teoría del caos”, piensa que si se agudizan las contradicciones del sistema y se toca fondo, estarán dadas las condiciones estructurales para el advenimiento de la Revolución. Por eso quiere de algún modo la caída del gobierno, e inclusive el ascenso de la derecha al poder ejecutivo, porque piensa que cuando más descomposición social e injusticia existan, mayores posibilidades habrá de levantamientos populares y, por ende, de Revolución. Es decir, su incondicionalidad kantiana, hace que no crea en los cambios progresivos ni en los avances en dirección a una mayor justicia, avances a los que considera reformistas y burgueses, meros obstáculos para la Revolución verdadera. Hay que recordarle que en lo que respecta a esa “teoría del caos”, la realidad y la historia se han encargado de demostrar quenunca se toca del todo fondo y que siempre se puede caer un poco más, hasta límites insospechados. El ejemplo son algunos pueblos del África, que no por haber “tocado fondo” han realizado precisamente la Revolución.ANTONIO GUTIÉRREZIntegrante de Carta Abierta Salta