Internacionales

Malvinas y la Segunda Guerra Mundial

Margaret Thatcher aprovechó el conflicto bélico para legitimarse ante los británicos y el mundo. Más allá de lo estrictamente militar, diseñó una estrategia discursiva que le permitió recrear un pasado de batallas victoriosas. Las cuentas que aún quedan pendientes.

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La estrategia militar del Reino Unido en la Guerra de Malvinas se vio acompañada de una contundente campaña política y discursiva que buscó legitimar la postura de Londres ante los ojos de la sociedad británica y el escenario global. En este plano, una de las construcciones narrativas más destacadas y efectivas fue la del establecimiento de paralelismos entre la Guerra de Malvinas y la Segunda Guerra Mundial.

Según esta perspectiva, en 1982, al igual que en 1940, una población británica viviendo libre y democráticamente en una isla es atacada por una potencia continental autoritaria y expansionista. Frente a ello, un gobierno conservador, apoyándose en sus tradicionales valores nacionales, debe encabezar una justa y defensiva guerra por su libertad.

En función de comprender los fundamentos de esta estrategia discursiva, debemos hacer un breve repaso del casi medio siglo que separa a ambos conflictos. Si bien el triunfo británico en la Segunda Guerra Mundial se convirtió instantáneamente en un pilar central de la identidad nacional del Reino Unido a partir de 1945, las décadas siguientes fueron, sin embargo, épocas de sostenido declive de Londres en el tablero internacional: la guerra había tenido un profundo impacto en términos sociales y económicos; el surgimiento de dos superpotencias y la desintegración de su propio imperio ultramarino como consecuencia del proceso de descolonización lo relegaban a un segundo plano en el concierto de las naciones; y el “milagro alemán” y la consolidación de la futura Unión Europea limitaban su influencia regional.

A su vez, ninguno de los conflictos político-militares en los que Londres se había visto involucrado en el período 1945-1982 había estado cerca de aportar el mismo nivel de prestigio que la guerra mundial y más de uno había concluido con consecuencias cuestionables o directamente negativas. En este punto, se destacan la Partición de la India en 1947 (descripta usualmente como una de las crisis de refugiados más grandes de la historia), la humillación sufrida ante Egipto en la Crisis del Suez en 1956, los 30 años de conflicto norirlandés entre 1968 y 1998, y las menos dramáticas, pero más vergonzantes derrotas en las tres Guerras del Bacalao contra Islandia entre 1958 y 1976.

Dentro de este proceso histórico, se constituyó el gobierno de Margaret Thatcher quien asumió como primera ministra el 4 de mayo 1979. Enfrentándose a una situación económica compleja, Thatcher optó por llevar adelante políticas monetaristas ortodoxas que en el corto plazo crearon altos niveles de desempleo y gran malestar social.

De esta manera, el estallido de la Guerra de Malvinas en 1982 se le presentó a Thatcher como una oportunidad histórica tanto de reposicionar al Reino Unido en el escenario internacional como de recuperar la autoestima nacional y aplacar las profundas divisiones internas del país.

Para ello, el gobierno no tardó en trazar paralelismo con la Segunda Guerra Mundial ya que esto permitía presentar a la guerra como una obligación ética y moral. En este esquema, el gobierno conservador de Thatcher se intentaba reflejar en el gobierno conservador de Winston Churchill, mientras que la dictadura argentina era descripta como “fascista”, en función de asemejarla a la Alemania Nazi. A su vez, este tipo de construcción discursiva maniquea y simplificadora era característico del Thatcherismo, ya que le permitía presentar la política en términos claros de lucha entre fuerzas antagónicas: bien y mal, libertad y opresión, democracia y fascismo. Con ello, el gobierno pretendía un retorno a la cosmovisión geopolíticamente más sencilla de la Segunda Guerra Mundial y evitar las complejidades más incómodas del rol del Reino Unido en la tardía Guerra Fría. Por otro lado, esta nostalgia por el Reino Unido de 1945 también se alineaba con la visión conservadora y tradicional que el gobierno de Thatcher tenía para la sociedad en su conjunto.

Finalmente, el triunfo militar en el Atlántico Sur terminó de cerrar este arco narrativo y catapultó al gobierno a niveles de popularidad que nunca había tenido antes: Thatcher sería reelecta en 1983 y 1987 y gobernaría hasta noviembre de 1990; a diferencia de Churchill que fue desplazado del puesto de primer ministro antes del fin de la guerra.

No obstante, en última instancia, el triunfo bélico de 1982, al igual que el de 1945, no logró revertir las corrientes históricas más profundas que arrastraban al Reino Unido, que siguió su curso de declive relativo. Dos años más tarde, Londres se vio obligada a negociar la devolución de Hong Kong a China, acabando con cualquier ilusión de resurgimiento británico. Por otro lado, la guerra de 1982 no resolvió ninguna cuestión de fondo y el reclamo argentino continúa siendo 40 años más tarde apoyado por una multitud de países en foros internacionales. De esta manera, Malvinas permanece como una importante cuenta pendiente del legado imperial británico, tal como la reunificación de Irlanda, la independencia de Escocia y la cuestión de Gibraltar.

 

Francisco Taiana es historiador, sinólogo y analista internacional.