Ciudad

2000 días presa política

Milagro de esperanza

Crónica de un acampe

milagro
Una, dos, diez, cien banderas se asoman por la esquina, llevan escrita una mirada, dos ojos profundos como la injusticia pero con el brillo imborrable de lxs que luchan. Las manos callosas que llevan esos ojos de bandera, tienen el mismo rostro de la esperanza empedernida, tienen el cuero duro de lxs que no tienen nada más que lo que han sabido compartirse, tienen una sola certeza y es que la felicidad es para todxs o no es para nadie. Avanzan.
Cientos de pies inundan la Plaza de todos los pasos, la Plaza a la que tarde o temprano llevan los caminos de nuestra historia: la Plaza de Mayo. Buscan un hueco entre el pasto y los recuerdos y empiezan a armar las carpas que a partir de ese 6 de julio y durante los próximos días serán sus casas. La Plaza siempre fue hogar de lxs que llegan con banderas en los ojos.
Me siento entre los techos improvisados de aquella ciudad de grito y nylon y pienso que las carpas siempre han sido parte de nuestra cronología, empezando quizá por las que armaban las naciones originarias de esta tierra mientras afuera crecía la siembra; siguiendo tal vez por las que ampararon a lxs cientxs que se movilizaron en el Éxodo Jujeño; por las que se armaron en la cima de los Andes con el sueño de cruzar y liberar toda Latinoamerica; y así una por una hasta los tiempos no tan lejanos de Carpa Blanca y acampes en rutas varias al fuego del piquete y a ritmo de bombo. Carpas hechas por el Pueblo una y otra vez “para hacer ruido”, para darle un lugar visible y corpóreo a lxs invisibilizadxs.
Va bajando el sol entre las voces de trapo pero a pesar de las pocas luces de la Ciudad más rica y desigual del país, se puede seguir leyendo en las pancartas “Libertad a Milagro Sala”. Sonrisas de todas las edades se agrupan alrededor del fuego de la olla para abrigarse del descontento y del hambre masivo que carcome la alegría de un poco más de la mitad del país. Unxs cuantxs pibitxs pintan con la mano sobre un cartón, me duele entera la Patria cuando los cuento y se que 6 de cada 10 no comen lo suficiente, ni se abrigan lo necesario; cuando veo a las madres que los cuidan a unos metros y presiento que la mayoría se salteó la cena más de una vez, con la excusa de un dolor de panza, para que esxs pibitxs tuvieran al menos un mate cocido antes de irse a la cama.
Es entonces que vuelve a resonar su nombre, Milagro, Milagro Sala. El nombre de “la flaca” de la que hablan con orgullo lxs habitantes del acampe. El nombre de la que le dolió su pueblo y no se quedó solamente con la pena enroscada en el alma esperando que alguien más hiciera algo, sino que aunque lxs que realmente tenían que hacerse cargo desde el Estado no aparecieron ni para la foto, junto hombro con hombro a todxs lxs que les hacía ruido el estomago y abrió un comedor, con el frío de lxs sin techo construyó cientos de casas y haciendo trocitos la desidia sin guardapolvo abrió espacios educativos y de salud comunitaria.
Y cuando “lxs negritxs”, “lxs originarixs”, “lxs militantes”, “lxs marginadxs” tuvieron hasta pileta de natación a base de la fuerza con la que se organizaron, de golpe y porrazo apareció el Estado, el Estado que en Jujuy tiene los hilos atados al poder empresario, y en forma de Justicia a Milagro se la llevaron. Al otro día de detenerla le armaron una causa para poder decirle de que se la acusaba. De haberle dado esperanza a lxs que no tenían ni una almohada para soñar un país mejor.
Milagro, se repite como un mantra entre las carpas, como si diciendo su nombre en voz alta al frío de la noche le costara más meterse entre los huesos y hacer un hueco. Como si de repente todxs nos juntáramos un poco más a pesar del distanciamiento social. Milagro, Milagro, Milagro. Y allá por detrás de las banderas se alza la Casa Rosada, quizá vacía a estas horas, pero bastante ausente cuando se le pide expedirse por el tema de lxs presxs politicxs, que contando a Milagro suman 35. Milagro, Milagro, Milagro, y por aca a lxs que vieron con sus propios ojos aquellos barrios hechos de barro, de amor y de trabajo, se les vuelve vidriosa la mirada. Milagro, murmuran para adentro, aguantando las lágrimas de emoción y bronca, o quizá soltando alguna fuera de la carpa para que se confunda con la lluvia que desde hace horas no amaina. Milagro. No amaina.
Los cantos empiezan desde temprano el 7. Hablan de “la flaca”, de la revolución, de la familia que quedó esperando novedades en alguna provincia o que vino entera al acampe a bancar los trapos, hablan de una convicción muy exacta, inamovible, como las carpas, el país podría ser de otro modo, si las riquezas que producen lxs que trabajan y se quedan unxs pocxs, se distribuyera mejor.
En línea con los cantos por la tarde hay una charla, “Soberanía” dice el título, y aunque todxs la describen distinto, se trata de lo mismo, se trata de la Patria. Hablo con unxs pibxs que me cuentan que bancan a Milagro porque ella organizó al pueblo para hacer sus propias casas, y que ahora que ellxs crecieron y ven lo difícil que es juntar aunque sea para un alquiler por más que trabajen sin descanso de lunes a lunes, entienden que lo que hizo no es para menos, “es un milagro, Milagro” me dice uno sonriendo con melancolía.
Noche y otra vez sol, y otra vez cantos, y otra vez guiso que se revuelve de a varixs. Acampe. Y Milagro. Y Milagro que sigue entre rejas y en las banderas, y entre los labios de quienes la nombran como diciéndola para que se libere, para que esté presente en esa Plaza, en ese instante de calidez entre compañerxs.
Espontáneamente se arma una ronda de mujeres en medio de las carpas, hablamos de las violencias, y al hablar de la injusticia, también hablamos de Milagro. Un par de compañeras se quiebran, porque agobia de angustia saber que cada 23 horas en nuestro país matan a una mujer, y que desde hace 2000 días hay una “flaca” que está presa por haberle hecho frente a lxs que desde su privilegio no las dejaban trabajar “por minitas” o las silencian cuando denuncian el abuso “porque son problemas de la casa”. En el medio de la charla irrumpe una pollera larga y un sikus detrás. Hablan en la lengua ancestral de lxs que se niegan a olvidar. Un humo sagrado colma la ronda y cada una de las carpas. “Jallalla Milagro” gritan una a una las gargantas del acampe, un cura del Pueblo bendice a todxs también, porque en esa Plaza no hay nadie que no crea en nada, al menos en esas banderas y en esas miradas todxs creemos y repetimos como en un rezo, como en un mantra, como en un deseo, como una promesa: Libertad… libertad a Milagro Sala.

9 de Julio, Día de la Independencia. En la Plaza nadie se disfraza de dama antigua o de señor con galera, porque en este acto patrio, todxs representamos al Pueblo, al mismo Pueblo que hizo posible la independencia hace 205 años y al mismo Pueblo que hoy sigue renegando con los mismos problemas coloniales de no tener derecho ni sobre su propia tierra.
Me duele el cuerpo y la piel se agrieta de sequedad, como le pasa al barro, pero a esa altura después de días de convivir en la carpa, después de años de compartir la misma bandera, todxs allí somos una sola masa. Nos deslizamos entre charlas y guitarreadas, entre fueguitos y mateadas individuales para cuidar al otrx. Independencia hoy no es una palabra vacía en un manual escolar, independencia es las vidas de todxs; es el mar, los lagos, la tierra, el aire, es el laburo, la democracia. La independencia late entre el silencio y la esperanza de esa masa que alborota el paisaje censurado de verdades que denuncian injusticias. Independencia es que la Justicia defienda lo que le hace bien a la Patria, y la Patria no son dos o tres simbolismos, sino en gran medida esta masa, de cuerpo dolorido y piel agrietada, esta masa de barro y grito, de ideas despeinadas de pasar noches en vela con tal de no dejarse callar.
Termina el acampe, pero el ruido no amaina, el nombre de “la flaca” se escucha aun más alto con las voces afónicas de frío en la Plaza. Quizá es ahí cuando realmente caigo que han metido presa la esperanza, que han tratado de mil modos de enrejarla, pero que el milagro de los humildes, ese que vino como torbellino irreverente a dejar claro que ante la injusticia nadie se calla, sigue intacta, sigue construyendo en colectivo, sigue mostrando el camino, sigue gritando aún desde la bandera de las miradas, que el Pueblo de las manos callosas tiene derecho a vivir en su propia casa.