Sociedad

Violencia de género en todos lados: hace falta una democracia real

Con casi 300 femicidios en lo que va del 2020, millones de casos de violencia de género y una desidia que permite que cada 23 horas falte una mujer, llega otro 25 de noviembre “Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres” para recordar lo urgente que es abordar la problemática.

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El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, no es una fecha más en el calendario; además de recordar a las hermanas Mirabal, asesinadas por ser mujeres y militantes políticas; el 25 de noviembre sirve para visibilizar la violencia que sistemáticamente se intenta esconder en cada uno de los lugares de trabajo, el mercado, la Justicia, los medios de comunicación, las escuelas, los espacios artísticos y deportivos, las calles y las casas, en definitiva en cada rincón de la cultura. Si bien no todas las mujeres son feministas, todas en algún momento de sus vidas han sido violentadas por razones de género; ajustando a los tiempos que corren la frase del Che Guevara, podría decirse que “ser mujer y no ser revolucionaria, es una contradicción”.
La violencia de género se sostiene y se alimenta de un sistema desigual: el patriarcado. Si bien el capitalismo por características intrínsecas del sistema excluye a parte de la población y se basa en la desigualdad social; su complemento histórico es el patriarcado que suma otra matriz de desigualdad a la cotidianidad; además de las diferencias socioeconómicas, el patriarcado agrega las diferencias entre géneros, poniendo al varón cis-genero (nacido hombre biológicamente) en un lugar de privilegio respecto a los demás géneros. Aunque los hombres sean víctimas de desigualdades y también sufran las imposiciones del capitalismo y el patriarcado, son muchas veces quienes reproducen nuevamente esas violencias pero hacia las mujeres.
Eva Duarte, responsable de que el voto femenino se hiciera realidad e impulsora de la participación de las mujeres masivamente en la política; el 26 de julio de 1949 decía que ”Si nuestros compañeros se sintieron proletarios porque les fue negado el acceso a la propiedad y a una existencia mejor y no gozaron más que de una ficticia libertad política, regulada por la reacción y negada por el fraude, nosotras las mujeres fuimos menos libres y más explotadas. Si los trabajadores conocen la repugnancia que hay en comercializar el trabajo a bajo precio considerándolo, no como el esfuerzo a través del cual el hombre se realiza, sino como una mercancía más en el mercado de consumo capitalista, esa repugnancia ha sido doble en la mujer. Y si al hombre se le impidió el goce total de la vida ciudadana, a la mujer laboriosa como él, más negada que él y más escarnecida que los hombres se le negó también y en mayor proporción el derecho a rebelarse, a asociarse y a defenderse”.
El discurso de “Evita” sigue vigente y se profundizó con la crisis económica de los últimos cuatro años y la pandemia, para el segundo semestre de este año, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) midió el desempleo dentro del mercado de trabajo y las más afectadas en todos los rangos etarios son las mujeres, sobre todo en la franja de 14 a 29 años donde alcanzan el 28,5% de desocupación mientras que los varones de la misma edad se encuentran casi 7 puntos porcentuales más abajo.
Además de ser las más desempleadas, las mujeres también son en mayor proporción quienes tienen los peores salarios y los trabajos más precarizados. Como si esto fuera poco no solo el trabajo es un problema sino que al llegar a sus casas son, según las mediciones oficiales, en un 98% quienes tienen a su cargo las tareas de cuidado y del hogar.
Esta distribución del trabajo y el cuidado es violenta en sí misma porque obliga a las mujeres a relegar sus proyectos, su formación, sus urgencias, mientras que los varones que muchas veces viven en la misma casa en casi la totalidad de los casos (exceptuando al 2%) no llevan siquiera una parte de las responsabilidades del hogar y la vida familiar y por ello cuentan con más tiempo para formarse, conseguir mejores trabajos, distenderse, descansar, cuidar su salud y planificar sus vidas.
Cuando el sistema institucionalizado sobre el que se construyen las vidas es violento y desigual, las personas individualmente tienden a reproducir esa violencia, muchas veces sin darse cuenta y otras muchas avalando esa desigualdad.
Es fácil hoy en día decir que las mujeres deben “empoderarse” y “quererse como son” asignándoles toda la responsabilidad de salir del circuito violento y desigual en el que toda la sociedad está sumergida; pero desde la niñez, los estereotipos y la educación marcan la diferencia entre géneros con una brecha de libertades y limitaciones que hace muy difícil, aun hoy, con muchos derechos conquistados, poder romper con la lógica patriarcal.
Cuando una niña recibe una escobita y un niño una pistola de juguete, se les está asignando roles, formas de vincularse y de pensar; para las mujeres la cocina y los hijos y para los hombres la violencia y el éxito. Al no ser aplicada la Ley 26.150 sancionada en 2006 que establece la Educación Sexual Integral como un derecho de todas y todos los estudiantes, tampoco la escuela puede ser un lugar donde desandar los roles aprendidos, donde descubrir otras formas de vincularse y de ser sin violencia de por medio.
Una respuesta rápida a la problemática podría ser que las mujeres ya no respeten los estereotipos, pero cuando por ejemplo una de ellas pretende comprarse ropa, no solo toda la ropa está diseñada para responder a los estereotipos, sino que además tienen talles irreales. El famoso “talle único” que suele ser pequeño o muy pequeño como para que lo use la mayoría de las mujeres, es un constante indicador de cómo debieran ser las mujeres según la óptica del mercado. Cuando hasta la ropa limita la libertad, no es fácil luchar contra las imposiciones y la “culpa” que de “no ser” como el mercado, la escuela, los medios de comunicación, dicen que deben ser las mujeres.
No son las mujeres individualmente quienes deben frenar con la violencia, como aseguraba el polémico fiscal Santiago Teran diciendo que las víctimas de violencia deberían andar armadas para defenderse de sus agresores; sino que cuando el problema es sistemático e histórico, es el Estado, por ser el organizador formal de la sociedad, es quien debiera de tomar cartas en el asunto.
Pero dentro del mismo Estado también hay desigualdades, de todas las personas que ocuparon la presidencia de la Nación, solo una mujer, Cristina Fernández, llegó a ese puesto; además la mayoría de los cargos jerárquicos en los tres poderes fueron históricamente ocupados por hombres. Los hombres también pueden y debieran trabajar por una sociedad con igualdad de género, pero al no sufrir las mismas imposiciones y violencias a veces las políticas públicas que estos intentan aplicar sobre las victimas de violencia de género, no contempla todas las aristas de la realidad de las mujeres; queda claro que por el simple hecho de ser mujer, no todas están capacitadas para poder ocupar cargos públicos y desempeñarse mejor en la búsqueda de soluciones a la desigualdad de género que un hombre que, quizá gracias a que una mujer se ocupó de sus tareas de cuidado y de su hogar, pudo capacitarse; pero si es verdad que sin mujeres ocupando los lugares de decisión en el Estado, difícilmente se contemple la igualdad de género y la erradicación de la violencia de género como una prioridad y una urgencia.
Actualmente, Argentina cuenta con un Ministerio Nacional de Mujeres, Géneros y Diversidad conformado en gran parte por mujeres, pero si no hay disponible el presupuesto necesario para llevarlas adelante, de nada sirven las políticas públicas anunciadas. Solo en el primer semestre del 2020, más de 55.000 mujeres solicitaron ayuda por medio de la línea 144, lo cual demuestra que la línea funciona, pero también que los casos de violencia de género han aumentado este año; contando los de este mes son casi 300 los femicidios perpetrados y cientos los intentos de femicidio. Mientras tanto, el 2020 ha llevado al límite los discursos machistas dentro de la Justicia, el ejemplo más claro fue el del Juez Fernando Rivarola que calificó de “desahogo sexual” a una violación múltiple. No importa que tan inclusivas y bien pensadas están las políticas públicas que buscan eliminar la violencia y la desigualdad de género si no hay presupuesto para ellas y la Justicia constantemente va en contra de esa línea.
Una democracia con millones de sujetos que no pueden desarrollarse plenamente aunque las leyes se lo permitan, porque son ciudadanas de segunda, no es una democracia real, sino una democracia para pocos a costa del sufrimiento de muchas. Construir una democracia sin femicidios es responsabilidad de todas y todos cotidianamente y en todos lados, pero es el Estado quien debe coordinar y encabezar esa búsqueda por la igualdad de género, por ello hoy mas que nunca hace falta que este presente, que priorice resolver esta problemática profunda e histórica, que regule el mercado y los medios de comunicación que constantemente violentan a las mujeres estereotipandolas, excluyendolas e invisibilizándolas y que reforme la Justicia con perspectiva de género; solo así podrá trazarse un camino común hacia el horizonte de hacer realidad la consigna del 25 de Noviembre.


Si sos víctima de violencia de género o sabes de alguien que la padezca, llama a la línea 144 para atención, contención y asesoramiento en situaciones de violencia de género. También podes comunicarte por WhatsApp al  +5491127716463. Ambos números las 24 horas, los 365 días del año.