Opinión

Cierre maestro

El restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos a poco más de cincuenta años de su interrupción puede considerarse como el resultado de una tormenta perfecta.

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Por Santiago Molle

La llegada de Obama a la Casa Blanca, la transición entre Fidel y Raúl Castro, la muerte de Hugo Chávez, el nombramiento del primer Papa latinoamericano y la creciente presencia de China en la región, son solo algunas de los factores que ayudan a explicar el acercamiento de ambos países.

ALTAS CUMBRES

Obama asumió como presidente de Estados Unidos en enero de 2009. En abril de ese mismo año se llevó a cabo la V Cumbre de las Américas en Puerto España (Trinidad y Tobago), que contó con la presencia de los mandatarios de 34 países del continente, entre ellos el propio Barack Obama. La única nación sin representación era Cuba. ¿El motivo? La Organización de Estados Americanos (OEA) suspendió a Cuba de su participación en el Sistema Interamericano en 1962 como respuesta a la adopción del comunismo en la isla caribeña. En el marco de la cumbre, Obama anunció el inicio de una nueva era: bajo su administración, Washington, buscaría una alianza entre iguales basada en intereses comunes y respeto mutuo con los países del continente. En junio de 2009 la Asamblea General de la OEA levantó la suspensión de Cuba.

Obama se había manifestado a favor del establecimiento de un diálogo sin precondiciones con los dirigentes cubanos durante su campaña presidencial en 2008, e incluso prometió cerrar el centro de detención de Guantánamo en el caso de llegar a la Casa Blanca. Así, se distanciaba del entonces presidente George W. Bush, quien había impuesto restricciones a los viajes y al envío de remesas a Cuba en 2004, enviando un claro mensaje en contra de cualquier tipo de entendimiento entre ambos países. La opinión pública, por su parte, se mostraba cada vez más dispuesta a intentar un nuevo enfoque en relación al asunto cubano.

Sin embargo, el acercamiento no se produjo de inmediato; la administración Obama parecía estar demasiado ocupada tratando de encontrar una salida a la espectacular crisis financiera que había estallado en Wall Street poco tiempo atrás. Cuba también vivía tiempos excepcionales: luego 49 años ininterrumpidos al frente del gobierno cubano, Fidel Castro anunciaba en febrero de 2008 que no aspiraría ni se aceptaría el cargo de Presidente del Consejo de Estado.

INCUBANDO EL CAMBIO

La Asamblea Nacional del Poder Popular eligió como Presidente al hermano Fidel, Raúl Castro, que impulsó una serie de reformas destinadas a dinamizar la golpeada economía cubana, fundamentalmente a través del levantamiento de prohibiciones y regulaciones. Entre 2008 y 2010 se llevaron adelante varias reformas: la entrega en usufructo de tierras estatales ociosas para su explotación por parte de campesinos y cooperativas, la venta libre de electrodomésticos, la elevación de la edad jubilatoria, la autorización para acceder a Internet, la reducción progresiva de los empleos públicos y la ampliación del trabajo por cuenta propia, entre otras.

En abril de 2011 se celebró el VI Congreso del Partido Comunista Cubano, en donde se propuso “actualizar” el modelo económico, manteniendo la planificación central pero teniendo en cuenta el mercado y la gestión “no estatal”. En el transcurso de ese año se legalizó la compra-venta de autos e inmuebles entre particulares, se autorizó el crédito bancario al sector privado para dinamizar el trabajo autónomo y se anunció la eliminación ordenada y gradual de las “gratuidades universales” y la cartilla de racionamiento, con el objetivo de optimizar la asignación de subsidios. En diciembre de 2012 se eliminó la necesidad de contar con una autorización para salir del territorio cubano. En síntesis, se pusieron en marcha una serie de reformas estructurales destinadas a corregir las fallas de un sistema que, de no rectificar el rumbo, acabaría por hundirse, según palabras del propio Raúl Castro.

Pero fue 2013 el año que determinó el futuro de la relación entre Cuba y Estados Unidos: en marzo, con apenas días de diferencia, moría Hugo Chávez y Jorge Bergoglio se convertía en el primer Papa latinoamericano. Mientras China, que parecía inmune al colapso económico global (al igual que URSS luego del crack de 1929), seguía incrementando su presencia en el patio trasero estadunidense. Ese año terminaría con un apretón de manos entre Barack Obama y Raúl Castro durante el funeral de Nelson Mandela en Sudáfrica. El acercamiento parecía irreversible.

LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Tras su llegada al poder en 1999, Hugo Chávez se convirtió en el mejor amigo del pueblo cubano. Venezuela se transformó en el principal socio político y económico de la isla caribeña, que atravesaba serias dificultades desde de la desintegración de la URSS en 1991. Chávez comenzó a proveer de petróleo a precios y plazos preferenciales a Cuba, y ésta brindaba asistencia y asesoramiento en materia de salud, educación y deporte, entre otros. El presidente venezolano impulsó la integración política y económica regional a través de la creación de nuevos organismos internacionales, con el fin de disputar la hegemonía estadunidense ejercida desde la OEA. ALBA, UNASUR, CELAC y Petrocaribe contaron con el auspicio de Venezuela y la participación activa de Cuba. Tras la muerte de Chávez y el desplome del precio del petróleo (principal fuente de ingresos de Venezuela), la realidad cubana, atada a la suerte de su principal socio, parecía complicarse.

Tan solo ocho días después de la muerte de Hugo Chávez, Jorge Bergoglio se convertía en Francisco, el primer Papa no europeo. Si bien la elección sorprendió a varios mandatarios alrededor del mundo, la designación fue bien recibida por todos ellos. Desde el comienzo, Francisco comenzó a enviar señales que invitaban a creer que su pontificado iba a marcar un punto de inflexión, tanto dentro como fuera de la Iglesia Católica. Cuando en diciembre de 2014, Castro y Obama anunciaban casi en simultáneo el restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, ambos mandatarios destacaron el rol decisivo de Francisco durante las conversaciones tendientes al restablecimiento del diálogo. La visita del Papa a ambos países durante septiembre de 2015 simbolizó la culminación de los buenos oficios vaticanos para acercar las partes.

Para completar el panorama es necesario hacer una breve mención al papel de China en Latinoamérica. El constante crecimiento chino transformó al gigante asiático en un demandante neto de materias primas, empujándolo a una búsqueda casi constante de nuevos proveedores. África y Latinoamérica fueron los destinos apuntados por China en ese sentido. Valiéndose del cuestionamiento al liderazgo estadunidense en la región luego del fracaso de las políticas neoliberales aplicadas durante la década del noventa, y con el agravante de la reciente crisis financiera global, China se transformó para muchos países latinoamericanos en el principal socio comercial. La política internacional china, basada en la no injerencia en los asuntos internos de los países y en la inexistencia de condicionamientos para quienes requieran de su asistencia, terminó de inclinar la balanza a su favor en varios países, disconformes con el estilo norteamericano. Las millonarias inversiones de China en la región obligaron a la Casa Blanca a repensar su política para Latinoamérica, si quería evitar que el gigante asiático terminara por arrebatársela.

EL FIN Y EL COMIENZO

El intercambio de prisioneros anunciado en diciembre de 2014 entre Cuba y Estados Unidos confirmó que el acercamiento entre ambos países era una realidad. Obama señaló que la política de aislamiento a Cuba durante más de medio siglo había probado ser ineficaz y que era tiempo de un nuevo enfoque. Meses antes, el gobierno cubano había adoptado una nueva ley de inversiones extrajeras que abría todos los sectores a los capitales extranjeros (excepto salud, educación y defensa). Por su parte, la Administración Obama retiró a Cuba de la lista de Estados que “apoyan el terrorismo”, pocos días después del encuentro que ambos mandatarios sostuvieron en el marco de la VII Cumbre de las Américas celebrada en Panamá entre el 9 y el 11 de abril de 2015. Durante los meses de julio y agosto del mismo año se reabrieron las embajadas en Washington y La Habana. Los empresarios norteamericanos comenzaron a ver con creciente interés las oportunidades de negocios que ofrece Cuba, principalmente en materia de comunicaciones, turismo, automotor, bienes de capital (tractores, por ejemplo) y materiales para la construcción.

Los avances en la normalización de las relaciones entre ambos países han sido notables. Sin embargo, quedan aún varios temas por resolver: el bloqueo comercial, la base militar de Guantánamo, las indemnizaciones reclamadas tras las expropiaciones realizadas por la Revolución y la demanda estadunidense de mayor democracia en Cuba, entre otros. El contexto y la necesidad llevaron a las partes a retomar un diálogo que nunca debió haberse interrumpido. Quizás pueda considerarse a este acercamiento como el cierre ideal del paso de Obama por la Casa Blanca, pero todo parece indicar que se trata de algo mucho más importante: el fin de una etapa vergonzosa de la historia latinoamericana y mundial, y el comienzo de un nuevo tiempo marcado por el diálogo y la cooperación.