Opinión

Por Kike Dordal

La Comunicación, fuera de la academia, fuera de la Institución

El autor plantea que “la Comunicación no es una entidad en sí misma. Sólo es un instrumento para la relación entre la política y el pueblo”.

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Esta no es una definición académica, ni mucho menos enciclopedista. Tampoco es la sentencia de un erudito probo. Podría si ser una zoncera siempre que, como indica el maestro Don Arturo, no fuere analizada desde y hacia su origen. Nada de esto. Se trata sólo de un conjunto de palabras ordenadas, intencionadas, que en en sí mismas construyen, o mejor dicho, proponen la construcción de un sentido.
Si intentamos atenernos al rigor lingüístico y filosófico, un conjunto de palabras ordenadas carece de un posible sentido sino no son el resultado de un pensamiento. En este mismo sentido – valga la redundancia – se han construido y plasmado en palabras más o menos ordenadas, infinidad de intentos de definición, de marcación de límites y trayectos, de apropiación con diversas intencionalidades referidas al concepto de Comunicación. Incluso algunos han apostado más fuerte aún y la han subdividido en diferentes tipos en un intento, siempre con la excusa pedagógica, de describirla taxonómicamente como si se tratara de una plantita o animalito nuevo de una especie o familia aún no conocida.
Este ensayo o conjunto de palabras con cierto orden, tampoco intenta encasillarla una vez más, sino, muy por el contrario, liberarla de sus pretendidos propietarios para pasar a ser de pertenencia colectiva, común, comunitaria, popular o como les plazca llamarla.
Para esto resulta necesario comenzar por subvertir algunos conceptos preestablecidos. En un intento tibio de emular, de alguna manera, a Paulo Freire, antes de comenzar cualquier análisis deberíamos despojarnos de la idea de que “la comunicación es…” para reemplazarla por otra idea, aquella que plantea que la comunicación no “es” sino que se hace, se construye dentro de un marco social, en un contexto, en una circunstancia y con amplia diversidad de actores. Variables todas. Infinitamente variables.
Podríamos sanamente dedicarnos a revisar y revisionar las historia, aún desde que la comunicación no era social, cuando el humano no era social y jamás encontraremos una entidad, ni un objeto. Sólo veremos un instrumento conceptualizado y dividido en el tiempo concordante con todas las variables y procesos que atraviese.
Para comprender este planteo debemos desplazar a la Comunicación del lugar de entidad. Retirarla de la Institución y mucho más de la Academia para luego intentar verla, observarla circular por los diversos canales y soportes. Verla ir y venir. Detenerse. Cambiar. Vulnerarse. Abstraerse. Tanto que frente a una minuciosa observación de esta absurda pero intencionada conceptualización, se desmoronarían las rígidas pretensiones de encerrarla en una caja como concepto, como definición de una entidad, de manera que, si se sale de ella, se sale de la Comunicación. Absurdo. Inaceptable.
Si nos tomáramos el trabajo de observar atentamente el fenómeno de la Comunicación Social y a la vez esforzarnos por despojar de nuestra mente todos los prejuicios construidos, como también los posjuicios, la veríamos simplemente como se hace y se deshace en un mundo de seres humanos y formas diversas y veremos también como el fenómeno que tratamos de entender igualmente cambia, pero no con vida propia, sino en respuesta a las acciones e intenciones de los actores que lo protagonizan.
En primer lugar caerá estrepitosamente el concepto preformado del esquema básico de Emisor-Medio-Receptor (o perceptor para los más osados) junto a su pretendida y colonizadora idea de la “unidireccionalidad” del mensaje. Resulta muy sencillo advertir, en este ejercicio visual, la dinámica multidireccional del fenómeno comunicacional para pasar a comprender rápidamente que esta rigidez académica acuñada tiene un sentido claramente político.
Hasta aquí llegamos y apareció, indefectible, la palabra mágica. La política. Ella define las formas en que las sociedades se organizan y de qué manera quieren administrar esa organización. Al más distraído no le será dificultoso deducir que, dependiendo de la formación política de los integrantes de esa sociedad, surgirá la forma en que ésta se organice y como administre ésa organización. La siguiente e inmediata pregunta es compleja. Porque es la misma sociedad la que debería elegir la manera en que se forma políticamente aún sin haberse formado en política para decidir. En este aparente “merengue” entran en juego el sistema educativo y la Comunicación de una sociedad. La segunda es el motivo de esta letra.
Alguien podrá creer que en el caso de nuestra sociedad, el principal problema radica, precisamente, en la falta de formación política de nuestro pueblo. Nunca faltó formación. Basta con leer la tapa del Diario La Nación desde 1870 en adelante que debajo de su nombre versa “Una tribuna de doctrina”. Sucesor y heredero de la idea de “educar al soberano”. Siempre, en mayor o menor medida los poderes han hegemonizado el manejo de este instrumento de formación política que son los medios, desde el cual vinculan sus intenciones políticas con el pensamiento del pueblo. Esta hegemonía siempre ha estado en disputa. En mucha mayor medida en la primera década del Siglo XXI hasta la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual 26.522 sancionada en octubre de 2009. Pero esta disputa es tan fundamental como fundacional, por lo cual ha absorbido y adsorbido todos los escenarios de batalla hasta convertirse en una guerra moderna de poderes que desplazó al pueblo de la posibilidad y el derecho de apropiarse de su instrumento básico de construcción política: La comunicación.
Paradójicamente, el único y legítimo dueño se ha quedado afuera. Todo queda en manos de la Institución y la Academia. Muy similar sendero transitó la educación, pero es para otro texto.
Si comprendemos entonces que la Comunicación no es una entidad, ni un concepto. Que por lo tanto no “es” sino que se crea y que los responsables de esa creación son los pueblos, organizados y en lucha, para recuperar los instrumentos que les permitan construir política y administrarla en su beneficio, dejando de estar a merced de cipayos vendepatrias o simplemete “mejores y mas justos” administradores de lo ajeno. Comprenderemos, entonces, nuestra realidad.
El pueblo, organizado, en la calle y en lucha es el motor de la política y el que construye la comunicación necesaria para su liberación. Los hombres sólo construimos pensamientos que plasmamos en palabras. Los pueblos construyen libertad.
La Comunicación será popular o no será.
Más temprano que tarde, seremos libres.