Opinión

Medio Ambiente y Salud

El modelo de producción agropecuario argentino, un problema de salud pública

La soja, el principal producto de exportación de Argentina, está relacionado con el uso de semillas transgénicas y agroquímicos que causan enormes daños en la salud, en un contexto de poco control estatal.

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The Associated Press documentó decenas de casos en provincias argentinas agricultoras donde se emplean sustancias tóxicas en un contexto de poco control estatal.
A raíz de esto, muchos médicos advierten que el uso descontrolado de pesticidas puede ser la causa de crecientes problemas de salud que vienen experimentando más de 12 millones de personas que viven en la vasta región agrícola de Argentina.
El viento arrastra los tóxicos, que quedan esparcidos en escuelas y viviendas, al tiempo que han contaminado fuentes de agua. Los peones del campo manipulan las sustancias sin el equipo protector necesario y la gente almacena agua en contenedores de pesticidas que deberían haber sido destruidos. Las y los trabajadores rurales se ven obligados a trabajar extensas jornadas, expuestos a químicos tóxicos sin recibir las indicaciones necesarias para su debido tratamiento. Esta es la realidad de muchos.
Pérdida de embarazos, malformaciones genéticas, mutaciones, cáncer, leucemia, afecciones respiratorias severas, son sólo algunas de las enfermedades que aparecen de manera cada vez más recurrentes en estas regiones del país y lamentablemente en los sectores más vulnerables.
Es claro el resultado: los pesticidas no saben diferenciar entre un insecto, una maleza o un humano, por lo que, las modificaciones en el medio ambiente no demorarán mucho tiempo en advertirse en el hábitat, e irremediablemente en nuestros cuerpos.
Desde el hospital de la localidad de Cerrito, en la provincia de Entre Ríos, el médico Darío Gianfelici manifestó en reiteradas ocasiones su preocupación por la utilización de agrotóxicos en la producción regional, lo que a su entender ha aumentado notablemente el registro de casos de algunas enfermedades como dermatitis y afecciones en las vías respiratorias.
Este modelo de producción agrícola al estilo industrial, implica además, la extensión de los monocultivos, la deforestación para expandir el espacio para cultivar, la expulsión de pueblos locales y el deterioro en la calidad de vida y la salud integral de millones de personas.
Argentina, un país envenenado con glifosato
En términos de promedio de litros por cantidad de población, Argentina es el Estado con mayor consumo de herbicida glifosato del planeta. Un químico que ya se encuentra prohibido en más de 74 países.
Investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET), revelaron que la provincia de Entre Ríos registra niveles de acumulación de este herbicida cancerígeno de los más altos que existen a nivel mundial. Un dato realmente alarmante, sumado a que, según estudios de la Universidad Nacional de la Plata, los mismos ya se encuentran en el aire y el agua.
Basavilbaso, municipio del departamento de Uruguay, situado en dicha provincia, además de ser un lugar super explotado por el monocultivo de soja, es icónico tras el caso de Fabian Tomasi, un trabajador rural que dedicó los últimos años de su vida a luchar contra el uso de agroquímicos y contra las terribles enfermedades que a él mismo le ocasionaron.
Fabian Tomasi, un referente de lucha
Fabian Tomasi trabajó desde muy joven como peón rural, hasta que, a los 23 años, comenzó a fumigar plantaciones de soja para la empresa Molina.
Él era el encargado de cargar aviones con agroquímicos y “regar” las plantaciones con ellos. A pesar de las advertencias de las etiquetas, que entre otras cosas indican el uso de protectores y guantes, los patrones de Fabián simplemente le sugirieron que no vuelque las sustancias contra el viento.
En verano, Fabian fumigaba descalzo y luego se sentaba a la sombra del avión a comer un sanguchito. Cuando llegaba a su casa abrazaba a su hija y lavaba la ropa de trabajo junto con la del resto. Todo se fue contaminando. La falta de regulaciones, de capacitaciones, de restricciones en el uso de estos venenos y la ausencia del Estado comenzaron a matarlo lentamente.
Años después, le diagnosticaron polineuropatía tóxica metabólica severa. Su piel había entrado en contacto con glifosato, DDT, endosulfán y otros agroquímicos, algunos de los cuales hoy ya están prohibidos en el país.
Según el doctor Alberto Lescano, había estado en contacto con tóxicos que le habían provocado una serie de desajustes a nivel corporal, que sólo eran explicables por una alta exposición de sustancias tóxicas.
A su vez, el doctor Medardo Ávila, de la Red Universitaria de Ambiente y Salud, recuerda a Tomasi con gran cariño y sostiene que «las empresas de fumigación aérea son los más contaminantes, las que usan las dosis más altas, tienen el menor cuidado y están más atrás del dinero de todo el agronegocio. Y así como él, hay cientos de Fabianes que trabajan sin ningún tipo de protección manipulando esos venenos», lamentó durante una entrevista.
La salud de Fabian era cada vez más débil, pero sus deseos de visibilizar esta problemática que envenena la vida de la tierra, del agua, de animales y humanos, con el único fin de enriquecer a unos pocos y alimentar a otro continente, fue lo que le dio las fuerzas para seguir adelante con cincuenta kilos menos y casi a rastras.
La imagen de Fabián se hizo mundialmente conocida cuando el fotógrafo Pablo Piovano lo retrató en 2014 en su exposición “El costo humano de los agrotóxicos”, durante una cruzada por el noreste argentino buscando visibilizar el lado más oscuro del agronegocio.
Fabián también fue portada del libro “Envenenados: una bomba química nos extermina en silencio”, del escritor y periodista especializado Patricio Eleisegui.
Los más afectados por los agroquímicos
Las personas más afectadas por el uso de agroquímicos viven en zonas rurales, cerca de las áreas de fumigación trabajen o no en ellas, ya que estos tóxicos son arrastrados por el aire y el agua.
En Argentina, actualmente se fumiga con glifosato, endosulfan, azatrina, cipermetrina, clorpirifos, y 2,4 D, entre otros. En relación a esto, de acuerdo a la Red de Médicos de Pueblos Fumigados con glifosato, serían alrededor de 13,4 millones las personas afectadas, viéndose triplicados los casos de cáncer, los abortos espontáneos y las malformaciones.
Según Medardo Avila Vázquez, coordinador de la Red Universitaria de Ambiente y Salud e integrante de la red de Médicos de Pueblos Fumigados, “a diferencia de otros países donde el límite establecido es de tres litros por hectárea, aquí se utilizan hasta doce” y en total son “200 millones de litros de glifosato los que se usan anualmente, lo que es igual a cinco litros por habitante al año”.
En tal sentido, el Dr. Raúl Montenegro, biólogo y uno de los profesionales que más ha trabajado en el tema, sobre todo en la provincia de Córdoba, hace hincapié en que se utilizan criterios inadecuados en su regulación y explica que la exposición en pequeñas cantidades puede no dar ningún síntoma o signo al principio, pero que los tóxicos, se van depositando lentamente en el cuerpo y aumentan cada día hasta convertirse en una dosis tóxica y ahí ya es el momento en que la persona comienza con malestar general sin dar signos claros de su origen.
Pero el Estado, a través del Senasa (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria), solo categoriza la peligrosidad de los agrotóxicos según la clasificación denominada “Dosis Letal (DL) 50”, que solo mide la toxicidad aguda de un producto en base a la dosis con la que muere el 50% de una población de animales de laboratorio. Nada establece sobre las intoxicaciones crónicas, por ejemplo, cuando las personas de una comunidad están expuestas a dosis pequeñas por largos periodos de tiempo o sometidas a distintos tipos de plaguicidas que se aplican durante meses o años, como explicaba el Doctor Montenegro.
El Senasa no tiene en cuenta los efectos endocrinos de los agroquímicos (alteración del equilibrio hormonal) ni las enfermedades epigenéticas (expresiones incorrectas del ADN) ya que basa sus aprobaciones en informes de las propias empresas. Es por eso que incluir estudios de toxicidad crónica y afectaciones en el ambiente es clave.
Glifosato, símbolo de la agroindustria
El glifosato es el principio activo del herbicida RoundUp de la firma multinacional Monsanto. Este agroquímico ataca a todas aquellas plantas que el agricultor no desea, las llamadas “malezas”, como así también insectos de todo tipo (incluyendo las abejas, que están en peligro de extinción y que son fundamentales para la vida en la tierra). La única vida que el glifosato no ataca es la de las semillas genéticamente modificadas como la soja transgénica.
El 20 de marzo de 2015 la Organización Mundial de la Salud (OMS) dio a conocer un estudio que revela que el glifosato causó daño al ADN y a los cromosomas en las células humanas analizadas. A pesar de ello, tanto en Argentina como en otros cientos de países, se sigue comercializando y utilizando.
Este químico fue desarrollado por Monsanto en Estados Unidos durante la década del 70, aunque la alemana Bayer la adquirió en 2018. Desde ese momento, Bayer cuenta con más de 13 mil demandas en todo el mundo ocasionadas a los riesgos que implican para la salud los herbicidas que comercializa.
En los últimos años los cultivos en general y la soja transgénica en particular, con una superficie sembrada de más de 18 millones de hectáreas, ha provocado un cambio sustancial en el medio ambiente y en la salud y supervivencia de los seres vivos.
Alrededor del 25% de los pesticidas producidos en los países industrializados (donde en su mayoría se encuentran prohibidos) son exportados hacia los países en desarrollo (que abastecen en gran medida de alimentos al mundo) donde a causa de su clima aumenta su utilización en cultivos cuyo consumo por habitante es usualmente alto.
La controversial historia de Monsanto
En la década de los 60, Monsanto, entre otras compañías, fue contratada por el gobierno de Estados Unidos para producir un herbicida llamado “agente naranja” para ser utilizado en la guerra de Vietnam.
El “agente naranja” fue creado con el fin de destruir la selva vietnamita y las cosechas, privando a los habitantes de alimento y de vegetación donde esconderse. Este producto fue un potente químico que causó entre la población vietnamita unos 400.000 muertos y unos 500.000 nacimientos de niños con malformaciones, además de las bajas en el propio ejército estadounidense.
Años después comenzó a utilizarse para abastecer de alimentos transgénicos a casi toda la población mundial, sin tener certezas de las complicaciones en la salud que este químico podría causar a largo plazo.
Además, Monsanto es productor de la hormona sintética somatotropina bovina (rBGH), que, según algunos estudios científicos, provoca cambios significativos en la biología de las vacas (mastitis, esterilidad, y un aumento de la hormona del crecimiento y de otras hormonas en la leche producida), claro que también existen estudios que tratan de probar lo contrario, por lo que la leche de vacas tratadas con rGHB está permitida sólo en algunos países, entre ellos Argentina.
¿Cuál es el futuro?
Mientras el lobby imposibilite la aprobación e implementación de leyes para frenar los desmontes, los incendios intencionales, el monocultivo de soja transgénica, la minería a cielo abierto, el uso irresponsable e indiscriminado de agrotóxicos, el trabajo precario, el trabajo infantil, el despojo de tierras a los pueblos originarios entre muchas otras injusticias que solo favorecen a unos pocos que ni siquiera habitan nuestro país y que guardan su dinero en el exterior, no estamos construyendo futuro para las nuevas generaciones, sino simplemente sobreviviendo.