Política

La democracia que hemos construido

Se cumplieron 38 años de vida democrática en Argentina. Un proceso político cargado de tensiones. Con sueños, anhelos y esperanzas nacidos al calor de su génesis que, con el correr del tiempo, se fueron diluyendo entre el posibilismo, el pragmatismo y la claudicación de una dirigencia política dispuesta a no confrontar con los sectores dominantes.

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Este 10 de diciembre se cumplieron 38 años de vida democrática en nuestro país. De forma ininterrumpida, desde finales del año 1983, hasta el presente inmediato, nos hemos regido bajo esta forma de gobierno y sus instituciones. Un proceso político cargado de tensiones. Con sueños, anhelos y esperanzas nacidos al calor de su génesis que, con el correr del tiempo, se fueron diluyendo entre el posibilismo, el pragmatismo y la claudicación de una dirigencia política dispuesta a no confrontar con los sectores dominantes consolidados luego de la dictadura militar. Son estos mismos sectores de poder, los que nunca se ajustaron a los cánones democráticos, cada vez que el debate público avanzó en cuestionar sus privilegios.

 

De dónde partimos

La nueva etapa democrática comenzaba sobre el cierre de un ciclo marcado por el terrorismo de Estado y la dictadura genocida. La ofensiva de los sectores dominantes dejó el camino allanado a sangre y fuego. Desarticuló las expresiones organizativas más dinámicas del movimiento popular. Imprimió disciplina social en base a la represión, la persecución y la censura a todo aquello que perturbara “los valores cristianos y occidentales”.

Con Martínez de Hoz a la cabeza -máximo exponente de la oligarquía argentina y representante predilecto del capital financiero internacional- se formatearon los resortes de poder del Estado para garantizar un nuevo ciclo de concentración de los grupos económicos locales, la consolidación en amplios sectores económicos del capital extranjero y la transformación regresiva de las capacidades del Estado para la planificación económica nacional y la dirección de los segmentos estratégicos.

El poder económico dominante debía tener todas las garantías necesarias, terminada la dictadura militar, de que sus intereses no se verían amenazados nuevamente por un proyecto político popular. El Terrorismo de Estado, el aumento de la deuda externa -sobre todo con el Fondo Monetario Internacional- la estatización de la deuda externa privada, las reformas que le dieron inicio al proceso de financiarización de la economía fueron algunos de los condicionantes que heredaba la nueva etapa democrática, en al marco del naciente neoliberalismo argento.

Sobre el final de la dictadura, se renovaron las esperanzas con elecciones que darían origen a un nuevo gobierno. Raúl Alfonsín, candidato de la UCR, se impuso sobre el candidato del peronismo, Ítalo Luder. Fue la primera vez que, en elecciones libres, era derrotado el peronismo. Todo un acontecimiento.

De esta forma, se iniciaba el gobierno democrático elegido por el sufragio popular. Los más optimistas lo llamaron el “Tercer Movimiento Histórico”, cosa a la que el mismo Alfonsín se opuso.

Comienzo de una nueva etapa

Con la llegada de Raúl Alfonsín al gobierno, se inició el juicio a la junta de comandantes que estuvieron al frente de la dictadura, conocido como Juicio a las Juntas. Esto buscaba cerrar el trágico capítulo de la última dictadura militar. Además de no hacer extensivo el proceso judicial al resto de responsables directos (fuerzas armadas, fuerzas de seguridad, jerarquía eclesiástica católica, empresarios), se dejaba de lado a los cómplices, sus beneficiarios e instigadores. Esta política construyo también la “teoría de los dos demonios” como absurda explicación de lo sucedido. Sostenía que el enfrentamiento de dos males había sometido a la sociedad argentina.

Un país convulsionado con una crisis social, política, económica y cultural heredada, que no encontraba en su dirigencia certezas claras, iba poniendo parche tras parche, remendando lo que la coyuntura le demandaba. Los levantamientos militares, la falta de determinación política, la renuncia a limitar el poder de los grupos económicos concentrados, en definitiva, la ausencia de un proyecto político sólido y de largo aliento, fueron los factores que definieron el destino del primer gobierno de la restauración democrática: el presidente Raúl Alfonsín tuvo que adelantar las elecciones y entregar el gobierno cinco meses antes, en un país donde la pobreza había llegado al 47,3% y la inflación anual fue del 3079%.

La sucesión estuvo a cargo de Carlos Menem, quien ganó las elecciones anticipadas del año 1989 con el 47% de los votos. “Revolución productiva” y “salariazo” o “síganme, no los voy a defraudar” son algunas de las consignas más recordadas de la época. En términos concretos, hay una continuidad estructural de las políticas públicas y las reformas del Estado iniciadas por la dictadura militar, ratificadas por el gobierno radical y profundizadas por el menemismo. Si a Raúl Alfonsín se lo llamo el “padre de la democracia”, a Menem tranquilamente se lo puede llamar el “padre del neoliberalismo”.

La ley de reforma del Estado, que consolidó las privatizaciones de empresas públicas, el plan de estabilización (ley de convertibilidad) de Domingo Cavallo, la flexibilización y apertura de las importaciones, la sujeción plena al consenso de Washington y un modelo social, económico y cultural de apertura al mundo; fueron el sedimento que posibilitaron la fragmentación y volvieron cada vez más heterogénea la composición de los sectores populares.

La desocupación, el trabajo no registrado y la pobreza, crecían de forma directamente proporcional al aumento de la concentración económica. La desarticulación de la industria nacional se aceleraba con la llegada masiva de contenedores que traían mercancías de todas partes del mundo.

Nuestro país crecía en su PBI. Y crecía también en pobres y excluidos. En villas miseria y asentamientos que el sistema expulsaba día tras día. La teoría del derrame no daba los resultados prometidos. Lo único que se derramaba, era dolor, angustia, bronca y desesperanzas.

El modelo económico del neoliberalismo tocó fondo con la crisis y el estallido social de finales del 2001. Las condiciones materiales de la inmensa mayoría de nuestro pueblo eran paupérrimas. La crisis había calado tan profundo, que la movilidad social descendente alcanzó a sectores ubicados tradicionalmente en las “clases medias”. La política debía dar una respuesta. Inevitablemente se tenían que reformular aspectos importantes del modelo económico que nos había depositado en esa situación. Tras las manifestaciones y movilizaciones populares y masivas en todo el país, decenas de muertos en manos de la represión policial y el paso de cinco presidentes en una semana, lentamente empezaban a ordenarse las cosas para una salida institucional de la crisis.

El sistema político crujió. La democracia parecía estar en una crisis terminal, ya que no podía resolver las infinitas demandas del pueblo argentino. La crisis de representación se cristalizó en las elecciones de medio termino de ese año 2001, y se hizo presente en la protesta social que empujo a la renuncia del presidente Fernando de la Rúa.

 

La recuperación de la política

Néstor Kirchner fue elegido presidente en el año 2003. Con él, comenzó un ciclo virtuoso de recuperación y crecimiento económico que traería resultados inmediatos, y con ellos, un aliciente para volver a respirar en una realidad asfixiante. Con una legitimidad de origen muy acotada (segundo, con 22% de los votos en primera vuelta. Luego en el ballotage Menem no se presentó), rápidamente fue ampliando su base social de sustentación.

“En esa Argentina desesperanzada, rota por voluntad de los poderosos, pero indómita a la hora de someterse al destino de miseria a la cual querían condenarla, Néstor Kirchner redoblo los esfuerzos y caminó proponiendo que la juventud no se vaya del país, que se quedaran porque venía una Argentina distinta. Interpeló a los científicos para que volvieran a su tierra, exiliados por años de desidia y falta de inversión en ciencia y tecnología. Abrazó a los trabajadores y trabajadoras, devolviéndoles las paritarias libres. Cobijó a los más necesitados, convocando a las organizaciones sociales a ser parte de la reconstrucción de la Patria. Nos hizo volver a creer que la política es un noble oficio y la representación es más que una delegación de facultades para gobernar. Que la democracia sin participación y organización popular intensa y permanente, es una cascara vacía que cada dos años nos obliga a sufragar por nuestros representantes. Nos convocó a construir una Argentina con Memoria, Verdad y Justicia, donde los crímenes llevados adelante por la más sangrienta de las dictaduras no quedaran impunes; donde los derechos humanos se constituyeran efectivamente en una política de Estado. Donde podamos recuperar la identidad de cientos de bebés nacidos en cautiverio y robados como botín de guerra a sus madres. Donde la memoria se convierta en conciencia viva de lo que nos pasó, para que nunca más vuelva a pasar. Y la verdad alumbre a quienes durante muchos años estuvieron agazapados, escondidos, blindados mediáticamente, pero que fueron los verdaderos ideólogos del exterminio de una generación que demostró convicción y voluntad inquebrantable de transformación: esos grupos económicos de la oligarquía argentina que tienen nombre y apellido» (1).

De esta forma, emergía un exponente nuevo del sistema político vigente. Distinto, carismático, con capacidad de conducción. Las transformaciones llevadas adelante, permitieron el encauce institucional en la resolución de los problemas más urgentes. Poco a poco fue recuperándose la legitimidad de la política como instrumento y actividad directamente relacionada en mejorar las condiciones de vida de nuestro pueblo.

Fue Cristina Fernández de Kirchner quien se hizo cargo de la continuidad del proceso abierto cuatro años atrás. Fue electa con el 45% de los votos, sacando una diferencia de 22 puntos con la segunda, Elisa Carrió. La continuidad del modelo y la ampliación de derechos no hizo más que consolidar su legitimidad política.

Las tensiones lógicas por el avance progresivo en la participación del ingreso nacional de los asalariados y sectores de ingresos fijos, demostró su voluntad política en la representación de los intereses populares. Así como también, todas las medidas en materia de políticas redistributivas, los planes de infraestructura pública, la estatización de YPF y la recuperación de los fondos de jubilación y pensión, hasta ese momento en manos de las AFJP, un mecanismo de la timba financiera.

El proceso iniciado en el 2003, trajo rápidamente una reparación económica y material para las mayorías populares de nuestra patria. Pero además de eso, recuperó los principios y la importancia de la participación política en los destinos colectivos de nuestra Argentina. Incentivó la participación política como ningún otro periodo de nuestra recuperada democracia.

La expresión más cruda del neoliberalismo

Pero las elecciones del 2015 no fueron favorables al “candidato del proyecto”, y Mauricio Macri ganó en una ajustada segunda vuelta. Comenzaba de esta forma una etapa durísima. Las primeras medidas a pocos días de asumir, marcarían el rumbo de los próximos años: una violenta devaluación del peso, una baja de retenciones a los principales productos de exportación y la designación de dos jueces de la corte suprema por decreto, son algunos de los ejemplos.

Fueron cuatro años de gobierno donde se barrieron prácticamente las conquistas llevadas adelante en la etapa anterior. El salario mínimo medido en dólares se redujo a la mitad. Cayeron todos los indicadores sociales. Aumentó abruptamente el desempleo, la pobreza y la exclusión. Como broche de oro, el gobierno de los sectores dominantes nos dejó nuevamente endeudados con el FMI, condicionando de esta forma, los próximos años por la magnitud de esa deuda.

Un horizonte de posibilidades

En este nuevo aniversario de la recuperación democrática, y a dos años de estar gobernados por la fuerza política que mejor representa los intereses populares de nuestro país, es indispensable y determinante hacer algunas reflexiones.

La construcción de un proyecto político de liberación, con autonomía del poder económico dominante, debe promover y alentar todas las formas de organización posible del movimiento popular.

Esa construcción y organización territorial que llevan adelante las organizaciones libres del pueblo a lo largo y ancho de la Patria, son la viga fundacional sobre la que deben levantarse las nuevas propuestas de participación de los sectores excluidos.

Necesitamos recuperar el trabajo y la producción como horizonte de realización de las mayorías populares. Es responsabilidad de las organizaciones sociales y políticas incorporar esta primerísima demanda.

La democracia no puede quedar en la sustancialidad de su formalismo. Sobre las formas doctrinarias heredadas, nuestra historia reciente nos brinda muchísimos ejemplos que nos indican sus limitaciones a la hora de construir una alternativa perdurable en el tiempo, si esta solo depende de la institucionalidad establecida. Debemos transformar nuestras instituciones.

Dentro de dos años se cumplirán cuatro décadas de vida democrática ininterrumpida en nuestro país. De nosotros depende cómo llegamos.

Notas:

1) Néstor: El tiempo de la política