Política

La inflación de las palabras

El presidente Alberto Fernández señaló en Rusia y luego enfatizó en China que “Argentina tiene una dependencia muy grande del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de Estados Unidos”. Lo hizo tras alcanzar un entendimiento con el organismo. Los límites del discurso, el valor de la palabra y la política estéril en tiempos de necesidades urgentes.

alberto

Hace apenas una semana, más precisamente el viernes 28 de enero, Alberto Fernández apuraba la grabación de un video en la Casa Rosada en el que anunciaba que “el Gobierno de la Argentina ha llegado a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional”. Se trataba de un entendimiento alcanzado con el organismo tras dos años de extensas negociaciones y desembolsos que superaron la inversión pública para mitigar los efectos de la pandemia, tal como denunciara la propia vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Aquel acuerdo ilegalmente gestionado por el gobierno de Mauricio Macri, concedido por el FMI en franca violación de sus estatutos vigentes, e ilegítimamente depositado sobre el horizonte de esfuerzos del conjunto de nuestro pueblo, era sometido ahora a un nuevo acuerdo de “Facilidades Extendidas” que importa someter los destinos económicos del país a las revisiones trimestrales del organismo multilateral de crédito.

Y quien alcanzaba aquel entendimiento con el FMI, era la fuerza política que se opuso abiertamente al acuerdo de Mauricio Macri, que denunció que el mismo fue utilizado para financiar la fuga de capitales de un puñado de grupos económicos que, además, someten la economía nacional a fuertes restricciones externas en la actualidad. Y esa fuerza política, actualmente en funciones de gobierno, avanzó durante dos años en la búsqueda de este acuerdo, contando con voces disidentes en su interior, que buscaban cuestionar la legalidad y legitimidad del pago del préstamo cuyo acuerdo se estaba peregrinando incansablemente.

Sorprende, en ese contexto, que apenas siete días después, en plena visita a Rusia y China, Alberto Fernández haya señalado que “Argentina tiene una dependencia muy grande del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de Estados Unidos”, como si dicha dependencia no se acentuara brutalmente tras haber sepultado cualquier intento soberano de cuestionar el origen y destino del préstamo con el Fondo y acordar sobre la base de revisiones trimestrales que sólo harán más cotidiana las consecuencias de dicha dependencia.

Para que el valor de la palabra del Presidente no se deteriore, la consecuencia lógica de señalar la dependencia que sufre la Argentina con Estados Unidos y el FMI, sería no convalidar el acuerdo que el propio gobierno está anunciando como inocuo a los fines de nuestra soberanía nacional. Algo que –sin lugar a dudas- sería aún más sorprendente que las frases lanzadas al vacío a las que se vienen trágicamente acostumbrando aquellos que habitan en forma acrítica el sistema político argentino.

Máxima soledad

Con el anuncio del entendimiento alcanzado con el FMI, sin conocerse detalles ni precisiones sobre el contenido del eventual acuerdo, el presidente de bloque del Frente de Todos en la Cámara de Diputados, Máximo Kirchner, hizo conocer sus diferencias con el rumbo y dirección que le imprimiera el gobierno nacional a la negociación y el acuerdo alcanzado con el FMI.

Lo que aparecía en la dinámica de la coyuntura política como un fuerte punto de inflexión interno que amenazaba con disputar el sentido de la fuerza gobernante y la dirección de un rumbo económico que acumula crecimiento para algunos y deterioro en las condiciones de vida para la mayoría, se terminó quedando en el transcurrir de los días en una exposición de convicciones personales sin consecuencias visibles sobre la fuerza política.

“No aspiro a una solución mágica, sólo a una solución racional. Para algunos, señalar y proponer corregir los errores y abusos del FMI que nunca perjudican al Organismo y su burocracia, es una irresponsabilidad. Para mí lo irracional e inhumano, es no hacerlo. Al fin y al cabo, el FMI demuestra que lo importante no son las razones ya que sólo se trata de fuerza” sostuvo Máximo Kirchner en su carta de renuncia a la presidencia de bloque.

“Por comprensión histórica, por mandato popular y por decisión política, mi postura no busca señalar a quienes acompañan de manera crítica o directamente festejan, como he leído. Ojalá todo salga en los próximos años como el sistema político, económico y mediático argentino promete y mis palabras sean las de alguien que en base a la experiencia histórica solo se equivocó y no hizo otra cosa que dejar un lugar para seguir ayudando” agregó Máximo, quizás anticipando que su postura no trascendía el límite de sus convicciones personales.

Incluso, dejó trascender en off de record otorgados a periodistas de ambos rincones de la grieta mediática que su propia madre, a la sazón, conducción política del espacio que integra, no estaba de acuerdo con su decisión, pero aun así, ahí estaba la comunicación lanzada en la coyuntura.

Ha naturalizado el sistema político y su cada vez más reducido hábitat que las decisiones se toman de arriba hacia abajo, y su punto de maduración, se alcanza a puertas cerradas y en numerosos casos a título individual o limitada a un pequeño grupo de decisores.

El politólogo Daniel Campione sostuvo en relación a los límites en la renuncia de Máximo que “Esas conductas son una fuente principal de la política “epistolar”, de cartas abiertas o tweets que se ha instaurado en los últimos años. Instancia de comunicación que puede servir para efectuar (o simular) una “patada al tablero”. Y para vetar o debilitar las decisiones de otro individuo o pequeño grupo, que también actúa por sí y ante sí. No son útiles para trazar políticas y desarrollar acciones en consecuencia, no interpelan a la sociedad.”

La carta de Máximo, sin lugar a dudas, deja retazos de sentido ideológico expresados en el corazón de un Frente de Todos cada día más desertificado ideológicamente. También contiene una autorización a la crítica interna, cada día más sepultada en el vacío militante que habita en el transcurrir de los días de la fuerza gobernante.

Sin embargo, la comunicación y la renuncia a un cargo, no implica por sí, la convocatoria a una disputa por el sentido del peronismo, ni menos aún, disputa rumbo y destino de la fuerza gobernante.

Sin dudas, una voz crítica, cuya potencia se presumía y que no sonó con la fortaleza que muchos esperaban. Una carta en el palacio, que no contiene siquiera a los que opinan en el mismo sentido.

Lo estéril de la política

Mejor que decir es hacer, enseñaba el gran filósofo argentino. La potencia de los hechos, supera holgadamente la creatividad de las palabras, e incluso las deteriora cuando pretenden explicar lo inexplicable.

La política pensada de arriba para abajo, los diseños individuales de falsas estrategias, la confusión de los conceptos de militancia y empleo público, la reducción de una idea en escasos caracteres, el falso pragmatismo que rechaza cualquier destello de ideología, los objetivos de proyección política individual que por mucho que se encuentren no conforman un colectivo, son apenas algunos de los límites que terminan por romantizar la idea de que la política es una práctica profesional de unos pocos.

Límites que obturan la posibilidad de identificar correctamente al enemigo de los intereses nacionales y populares, que se paralizan frente a la recurrente falta de “relaciones de fuerza” terminan por imposibilitar la concreción de respuestas políticas que satisfagan las necesidades urgentes de la mayoría que nos depositó en el gobierno.

Hace muy pocos días, Roberto Feletti señaló que la inflación de enero será similar a la de diciembre, y que ello se debe a que “estamos perdiendo la batalla por el control de precios de los alimentos”.

Allí donde la política se muestra estéril para resolver una realidad que castiga el bolsillo de la mayoría de los argentinos y las argentinas, es donde las palabras que celebran el crecimiento económico, el boom de exportaciones y el crecimiento de los precios internacionales de las materias primas, terminan por chocar contra la realidad.

Sobre el escaso valor de la palabra, la ineficacia de las acciones, la falta de dirección y la esterilidad de las respuestas de la política pública, es quizás donde se encuentre la parte principal de los problemas que nos atraviesan en el movimiento nacional.

Hay muchos más problemas ahí, que en la crítica expresada por quienes lo señalan.