Opinión

Escribe Catalina Pantuso

De Mubarak a Berlusconi: Dictaduras y machismo

Un artículo sobre el paralelo entre las situaciones de los líderes políticos de Egipto e Italia. Poder, abuso y derechos vulnerados.

La cultura de la “multitud” presionando en las plazas públicas por mayores derechos cívicos y mejor calidad de vida dejó de ser una categoría de análisis sociológico, teorizada especialmente por Michael Hardt y Antonio Negri, para convertirse en un hecho político que intenta materializarse en Italia a través de una fuerte movilización nacional, convocada por las organizaciones feministas y acompañada por diferentes actores sociales bajo la consigna: “Si no ahora ¿cuándo?”

La protesta social que comenzó en Túnez con la Intifada de Sidi Bouzid, culminó el 14 de enero con una manifestación multitudinaria que logró derrocar al régimen autocrático de Zine El Abidine Ben Ali, quien gobernó durante 23 años. Fue esa “Revolución de los jazmines” la que floreció también en Egipto, cuando tres días más tarde comenzaron las protestas contra el régimen del presidente Hosni Mubarak, en el poder desde 1981. «Si los tunecinos lo han hecho, los egipcios deberían poder conseguirlo», afirmó el opositor y ex alto responsable internacional Mohamed El Baradei. Lo lograron el 11 de febrero, después de más de dos semanas de movilización popular, que tuvo su epicentro en la plaza Tahrir donde, además de la presencia de millones de manifestantes pacíficos, también se registraron hechos sangrientos en los que murieron, como mínimo, unas 300 personas.

La multitud, el nuevo protagonista

Durante la segunda quincena de febrero, multitudes en las calles reclaman cambios económicos, sociales y políticos, en casi media docena de naciones de Medio Oriente, especialmente en Yemen, Irak, Bahréin e Irán. En Libia —al momento de escribir esta nota la rebelión popular contra el régimen tan particular de la “Gran Jamahiriya Árabe Libia Popular Socialista”, estaba desafiando el poder del máximo “Líder y Guía de la Revolución”, Muamar el Gadafi–.

Al mismo tiempo, el «efecto Egipto” se está haciendo sentir también en Italia, donde se está expresando la bronca ciudadana en repudio al comportamiento misógino y degradante que manifiesta Silvio Berlusconi hacia las mujeres.

Más allá del apoyo explícito que Berlusconi le dio a Mubarak por considerarlo “como el hombre más sabio y un punto de referencia para todo el Oriente Medio», la pregunta obligada es: ¿Qué tiene que ver una movilización popular en reclamo de alimentos, ocupación y sistemas democráticos de gobierno, en países de bajo desarrollo humano con las protestas por un trato más digno de las mujeres italianas que, a pesar de la crisis global, siguen gozando de un estándar de vida envidiable?

La respuesta puede parecer irrelevante: tienen en común el método, la forma de presionar a las autoridades. Sin embargo, la metodología de la lucha forma parte de cierto “clima epocal”. Vale recordar que el fenómeno de las guerrillas marxistas-leninistas, que peleaban por la liberación del imperialismo en Latinoamérica en las décadas de los ‘60 y ’70 del siglo pasado, tuvieron su versión itálica en las Brigadas Rojas, fundadas en 1969. La lucha armada era casi idéntica, pero las causas sustancialmente diferentes. Los “brigadistas” no formaban parte de los reclamos del entonces Tercer Mundo, ellos tenían como objetivo conquistar a un sector del proletariado para incorporarlo a sus estrategias insurreccionales, frente a las políticas reformistas del Partido Comunista Italiano. Si los objetivos no eran los mismos los resultados fueron antagónicos. En América Latina los militares quebraron el orden democrático, en varios países se instaló el terrorismo de Estado, hubo cientos de muertos y quedaron miles de desaparecidos; en Italia se mantuvo la institucionalidad republicana, hubo persecución policial de los subversivos, que fueron encarcelados legalmente y enjuiciados de acuerdo a las leyes vigentes.

La primera década del siglo XXI trajo consigo otro clima de época: nuevos imaginarios simbólicos, nuevas tecnologías, nuevos alineamientos geopolíticos, nuevas potencias económicas, nuevos grupos de poder. Sin embargo, se mantuvieron en pie viejos dramas como el hambre, la injusticia y la explotación humana, a los que se les sumaron la degradación del ambiente y un aceleramiento comunicacional nunca visto. Todos estos nuevos escenarios no tuvieron su correlato en la creación de nuevas organizaciones políticas que perfeccionen las formas de participación de las mayorías. El sistema democrático más o menos liberal, a veces con fuertes tintes corporativos y en sus dos versiones: monárquica o republicana, sigue siendo el único que parece mantener su vigencia.

En muchos países de Medio Oriente, las “democracias” surgidas o impuestas por Europa después de los procesos de descolonización se fueron convirtiendo en autocracias corruptas e insensibles a las demandas de las mayorías. Sin representación genuina ni canales de participación, la única forma que tiene la gente para hacerse oír es el grito unánime de la multitud.

Italia tiene una democracia republicana, pero hace algunos años tuvo que hacer frente a una enorme red de corrupción. El proceso judicial —conocido como “mani pulite”— demostró la complicidad de los dirigentes políticos, económicos e industriales y pulverizó las estructuras de los partidos políticos tradicionales, produciendo una profunda crisis de representación ciudadana que aún subsiste. En la actualidad, según declaraciones del presidente Giorgio Napolitano, es el país con mayor deuda pública de la Zona Euro y necesita medidas urgentes para mantener la estabilidad financiera.

Berlusconi al borde del abismo

A mediados de noviembre de 2010 se desencadenó en Italia una de las mayores crisis que tuvo que afrontar Silvio Berlusconi. Perdió parte del apoyo parlamentario cuando el presidente de la Cámara de Diputados, Gianfranco Fini, creó el grupo Formación y Libertad y le exigió la renuncia. A esto se sumó que cuatro miembros de la coalición de gobierno —liderada por el Pueblo de la Libertad— le presentaron su dimisión. Se lo acusó de desvío de fondos para obras públicas, de tener supuestos vínculos con la mafia.

Todo parecía indicar que llegaba el final de la carrera política del “cavaliere”. La fecha límite era el 14 de diciembre, día en el que debía hacer frente a dos mociones de confianza: una a favor en el Senado y otra en contra en la Cámara de Diputados. Si no lograba mantenerse al frente del Consejo de Ministros se hacía necesario anticipar las elecciones.

Berlusconi estaba prácticamente acorralado; los problemas planteados en los ámbitos de los poderes ejecutivo y legislativo se agravaron por complicaciones en la justicia. En el nuevo escándalo sexual protagonizado por Karima el-Mahroug —una bailarina marroquí de 17 años, conocida como “Ruby Robacorazones”— había algo diferente del ventilado a mediados de 2009 con la menor Noemi Letizia que provocó el divorcio de su esposa, Verónica Lario. Esta vez se supo que el premier había abusado de su poder para que “Ruby”, detenida a fines de mayo por una denuncia de robo, obtuviera su libertad argumentado que la joven era sobrina del presidente egipcio Hosni Mubarak.

Pero lo que parecía derrumbarse se mantuvo firme. El 14 de diciembre Silvio Berlusconi obtuvo la confianza del Congreso, evitó su caída y descartó las elecciones anticipadas. La alquimia política dio sus resultados: en el Senado, gracias al apoyo de su principal aliado la Liga Norte, logró 162 votos a favor sobre 308; en Diputados el triunfo fue mucho más ajustado: por 314 votos a favor contra 311 y dos abstenciones.

Si el año 2010 terminó relativamente bien para el “cavaliere”, el 2011 comenzó con mayores complicaciones. El 26 de enero, mientras en varias ciudades de Egipto miles de manifestantes pedían la renuncia de Mubarak y desafiaban con piedras a la policía, la Fiscalía de Milán envió al Parlamento italiano unos 300 nuevos folios pertenecientes al sumario del ‘caso Ruby’, por el que se investiga a Berlusconi por concusión e incitación a la prostitución de menores.

Fueron los intelectuales, convocados por la asociación Libertad y Justicia, quienes el 5 de febrero tomaron la iniciativa de movilizarse para pedir la renuncia de Silvio Berlusconi. Unas 9 mil personas se reunieron en el estadio Palasharp de Milán y otros miles siguieron el acto desde el exterior a través de pantallas gigantes. Se hicieron presentes, entre otras personalidades, el filósofo Umberto Eco, el escritor Roberto Saviano, el pianista Maurizio Pollini, la periodista Concita De Gregorio y Paul Ginsborg, un historiador inglés que también es ciudadano italiano. La intervención más brillante fue la de Umberto Eco: «He llegado aquí con gran escepticismo, pensando que por mucho que gritemos, Berlusconi no dimitirá jamás. Creíamos que tenía solo en común con Mubarak una sobrina, y ahora vemos que tiene también ese vicio de no dimitir. Ni aunque el ejército esté en contra», afirmó con ironía.

El nuevo clima epocal del “efecto Egipto”

En este contexto se convocó por Internet a un “flashmob” (en inglés flash: destello, ráfaga; mob: multitud; la traducción sería “multitud instantánea”) con el fin de desafiar el status quo reinante. La cita fue el domingo 13 de febrero, con una convocatoria que se extendió a otras ciudades como Madrid, Barcelona, Tokio, París y Nueva York, buscando congregar a un millón de manifestantes para que reclamen, en el plano internacional, la renuncia del Presidente del Consejo de Ministros italiano.

Según la información suministrada a la prensa por las organizadoras, en 230 ciudades italianas se movilizaron unas 500 mil personas, mayoritariamente mujeres. Las más concurridas fueron las de Turín y Nápoles con unos 100 mil manifestantes en cada una. A lo largo de la península se hicieron marchas de las que participaron familias con sus hijos, estudiantes universitarias, militantes de izquierda, funcionarias, actrices, representantes de las prostitutas y de los homosexuales. También acompañaron algunos varones que mostraron sobre sus ropas unos adhesivos que decían: “No estamos dispuestos a mantener la dictadura del machismo”.

Hubo sindicalistas como Susanna Camusso —Secretaria General de la Confederación General Italiana del Trabajo (Cgil) desde el noviembre de 2010— e incluso religiosas como sor Eugenia Bonetti, misionera que vivió en África durante 24 años y que desde el año 2000 trabaja en Roma como responsable de la Oficina de Trata de Mujeres y Menores de la Unión Superior de los Mayores de Italia (USMI).

El punto de encuentro más importante fue la Plaza del Pueblo de Roma. Después de un minuto y medio de silencio la actriz siciliana Isabella Ragonese dio comienzo al acto preguntando «Si no es ahora ¿cuándo?». La multitud, congregada en la terraza del monte Pincio, contestó con un grito indignado “Ahora”, mientras se desplegaba una enorme pancarta en la que se leía “Es tiempo de ser todas y todos. Queremos un país que respete a las mujeres”. En declaraciones al diario La República, Ragonese afirmó: “Es tiempo de salir a las calles para defender la dignidad de la mujer y recuperar la política”.

Desde el escenario otra actriz, Ángela Finocchiaro, que conducía a su vez el evento, afirmó que se estimaba en un millón de personas la concurrencia a las manifestaciones que se estaban llevando a cabo en Italia y en otras ciudades del mundo. En Londres, en el distrito de Westminster, la gente se agrupó en la calle Whitehall portando un gran cartel que anunciaba: “Se busca primer ministro honesto, decente, respetuoso de la Constitución. Abstenerse mitómanos, sexo dependientes, el chantaje y la colusión histriónica no nos gusta».

El nuevo clima epocal del Norte de África cruza el Mar Mediterráneo. Las mujeres en Egipto participaron de la multitud que logró derrocar al Presidente Hosni Mubarak, vestidas con prendas que cubren todo sus cuerpos y usando velos (shador) en sus cabezas. El nuevo desafío está en conseguir una verdadera democratización del poder, que, seguramente, no significará un simple cambio de indumentaria.

En Italia, una joven de origen árabe, mimetizada con los valores y estética occidental, puso en jaque a Berlusconi, desencadenando una protesta que excede los límites de las cuestiones de género y obliga a replantear las supuestas libertades sexuales. En la Plaza del Pueblo de Roma pudo verse una gran pancarta firmada por las Mujeres del Sur, en la que se leía: «No me llames escort (prostituta de lujo), soy una puta. No me llames puta, soy una esclava.»

Las mujeres italianas comprendieron que en la democracia formal —sostenida por negocios y negociados que sustentan los pactos corporativos del poder político— sus derechos sexuales quedan relegados a meros enunciados retóricos. La participación de la mujer en la vida cultural, social y económica de cualquier sociedad es una cuestión política: depende, fundamentalmente, de la amplitud y calidad del sistema democrático. Por eso, ahora, las feministas italianas decidieron convocar también a los varones y eligieron los métodos de la “democracia plebiscitaria” para hacer escuchar sus reclamos.