Opinión

*Conspiraciones y conspiradores *

Por Enrique Lacolla.

El papel de los servicios secretos es muy deletéreo en tiempos comolos nuestros, cuando fallan los controles que deben mantener esaactividad subordinada a un poder responsable ante el pueblo./La política global sigue moviéndose al compás de las directrices quele marca el sistema de poder asentado en Occidente y controlado desdeWashington. Es allí donde se asientan las terminales ejecutivas del“capitalismo realmente existente”. A su orden se mueven los mediosperiodísticos, los cuadros políticos y las fuerzas militares queoperan en todo el mundo. De allí surgen las consignas que se venden alpúblico: guerra contra el terror y el narcotráfico, guerra humanitariacontra los tiranos que oprimen a sus pueblos, ingerencia directa enlos asuntos de terceros países –siempre para preservar los derechoshumanos- y relatos de la historia que limitan esta a una maniquea ysimplista oposición entre “buenos” y “malos”. Estas adjetivaciones sonperentorias y valen por sí mismas, sin que vayan acompañadas de pruebaalguna que demuestre su presunta bondad de los primeros ni porcualquiera otra que atestigüe la paralela perversidad del enemigo. Lasentencia es pronunciada desde arriba y se la multiplica de maneraabrumadora, hasta hacerla valer por su peso como presencia. Cualquierobjeción es condenada como una perversidad irreductible. O, como suelesuceder, como una comprensión alucinada e incompetente de la realidad,empeñada en ver /conspiraciones/ por todas partes.Las teorías conspirativas de la historia, en efecto, han sabido serbuenos vehículos para los charlatanes o los demagogos dedicados aconvencer a un público semiilustrado. Pero esto no obsta para que lasconspiraciones existan y que, en ciertos momentos (como el actual, porejemplo) donde no hay grandes movimientos de masa en condiciones deirrumpir en el tablero político para discutir el ordenamiento social,cobren una gran intensidad y se desplieguen con el poder que otorganlos modernos medios de espionaje y de saturación de la opinión,inmensamente potenciados con el aporte de la informática y por elcrecimiento de la burocracia vinculada a las redes de inteligencia.No hay más que mirar en retrospectiva a las últimas dos décadas paracomprobar hasta qué punto ha aumentado, en las metrópolis del sistema,la capacidad de manipulación y aturdimiento del público. Y cuandoalgunos observadores reaccionan contra los lugares comunes deldiscurso “políticamente correcto” tratando de leer entre líneas unaexplicación verosímil de lo que está sucediendo, suelen serdescalificados como “adherentes a la teoría conspirativa de lahistoria”. Si no a todos ellos en persona –es difícil calificar decharlatán a Noam Chomsky, por ejemplo- sí a las corrientes depensamiento que intentan explicar los acontecimientos fuera de loscánones establecidos por la propaganda oficial. Esta se funda en ladescalificación de todo movimiento de ideas que ponga en tela dejuicio el carácter avanzado y civilizador de las prácticas políticasde Occidente. Un Occidente muy peculiar, pues hace referencia a laspotencias blancas, de preferencia anglosajonas, como fuentes de todaverdad y de toda justicia. Y a unas prácticas que no se sabe porqué selas estima como progresivas o meramente humanistas, toda vez quellevan a la concentración del beneficio en pocas manos y relegan aporciones cada vez más importantes de la población mundial al atraso ola miseria, llegando incluso a programar su exterminio. Un exterminiosilente, hecho del fomento de las guerras de clanes, de embargos, dehambrunas sucesivas a la desarticulación de las estructurasproductivas por obra de políticas de mercado y de operaciones decastigo que producen víctimas innumerables, cuya cifra no pesa de lamisma manera en que lo hacen las bajas que pueden experimentar lasfuerzas agresoras del Occidente, tutor y mentor de las bondades de lademocracia representativa.Con frecuencia se habla en forma condenatoria del “negacionismo”, enreferencia a quienes pretenden negar el horror de Auschwitz y la“solución final” que el hitlerismo pretendió dar a lo que los nazisdenominaban el “problema judío”: el exterminio sistemático de unpueblo entero, sin atender a sexo ni edades. No se observa, sinembargo, una condena similar en referido a las atrocidades delimperialismo occidental en este tiempo, y en especial a losprocedimientos a través de los cuales se induce a error a la opiniónpública en todo a lo referido a los mecanismos por los que ese horrorse verifica. Aducir, como aduce la prensa hegemónica, que episodioscomo los magnicidios y las actividades del terrorismo son “accidentes”debidos a iniciativas individuales o de grupúsculos de inadaptados ode fanáticos, supone también un “negacionismo” que apunta a disimularlas responsabilidades sistémicas. Frente a las preguntas que seformulan en torno de este punto surge de inmediato la acusación de“estar elaborando una teoría conspirativa de la historia”.Y bien, los que dan pábulo a la floración de las teorías de este tiposon los que escamotean la información y pretenden que esta se atengalugares comunes insuficientes para explicar lo que sucede. Que a JohnF. Kennedy lo mató un tirador solitario de prodigiosa puntería, que asu hermano Bob lo eliminó un palestino loco sin otro móvil que sumisma ira y sin que nadie haya soplado sobre su locura y le hayafacilitado el acceso a su objetivo; que a Martin Luther King lo hayaabatido otro marksman de notable precisión que actuaba solo, que lacélula terrorista que llevó adelante el ataque contra las TorresGemelas se haya desenvuelto con la facilidad con que lo hizo y que suacto vesánico se haya convertido en el pretexto y el acicatepsicológico justo para desencadenar las operaciones que deberíanllevar al posicionamiento de Estados Unidos como poder dominanteglobal…, todo esto es visto como normal y lógico por el pensamientopolítico formal. Como le pareció lógico el general Colin Powell cuandomanipulaba un chisme metálico (un “pituto”, como diría el hermano deMaría Marta García Belsunce) frente al Consejo de Seguridad de la ONU,para persuadir a este de que Saddam Hussein disponía de un arsenalatómico…El historial de provocaciones de las potencias de Occidente parapromover la confrontación con adversarios más débiles o a los quecreen más débiles es muy largo. Y no excluye a las propiasconfrontaciones. La accidental voladura del acorazado *Maine* enSantiago de Cuba, inflada a proporciones de atentado por la prensanorteamericana, sirvió de pretexto para la guerrahispano-norteamericana de 1898 que fue el primer paso del imperialismoestadounidense hacia la conquista de posesiones exteriores alhemisferio. El bombardeo japonés a Pearl Harbor puede no haber sidofacilitado –como muchos suponen- por la Casa Blanca, pero no hay dudade que Estados Unidos estaba consciente del peligro y había buscadocon pertinacia provocar un ataque nipón contra sus bases. Ello sesustanció en largos meses de embargo de materias primas estratégicasque Japón necesitaba y que inexorablemente llevaban a una humillanteretirada japonesa de China (cosa inconcebible en ese momento) o a unaapertura de hostilidades a cortísimo plazo de parte del Imperio delSol Naciente contra Estados Unidos. En cuanto los atentados del 11/Scayeron en el momento justo para desencadenar una política derepresalias que llevaba al control de las reservas energéticas delMedio Oriente y a la obtención de bases estratégicas en el techo delmundo (Afganistán, etc.). ¿No son demasiadas casualidades?El tema del papel de la conspiración en la historia se parece un pocoal tema del papel del individuo en ella. Desde luego que haycorrientes de fondo que todo lo arrastran y que al cabo de ciertotiempo imponen cambios cuantitativos en el mundo que nos rodea,cualquiera sea el rol de los individuos a quienes les toca orientar lanave del Estado en la tormenta. Esas modificaciones se producirántarde o temprano, pero la calidad de estas, su costo, lo largo ydifícil que resulten y, en última instancia, incluso la eventualidadde que esas posibilidades se arruinen, postergando en forma indefinidaun cambio necesario y condenando a generaciones enteras a seguirpadeciendo los mismos problemas, dependen de los movimientos políticosy de las personalidades en mayor o menor medida excepcionales que seponen en la tarea de resolver los nudos problemáticos que se les ponenpor delante. ¿Se hubiera producido la segunda guerra mundial sin lapresencia de Adolfo Hitler? ¿Habría tenido el carácter que tuvo? Yasimismo, la presencia en el mundo actual de corporaciones deinteligencia que actúan en forma clandestina y casi autónoma, sinasumir responsabilidad ética alguna, ¿no puede resultar infinitamentemás peligrosa en razón de la potencialidad de aniquilación que tienenlos armamentos modernos y de la inexistencia de contrapesosdemocráticos que sean capaces de poner un límite a su actividad?Por desgracia, esta es una época en la cual este género maquinacionesse encuentra a la orden del día y que otorga a nuestro tiempo unatonalidad particularmente sórdida. Hace falta una brisa –o un huracán-para disolver esta bruma.(www.enriquelacolla.com)