Opinión

Por Pablo Tonelli, economista

Crónicas marxianas

El domingo pasado, 13 de abril, en el Suplemento de “Economía y Negocios” del diario “La Nación” se publicó un artículo titulado “Crónicas marxianas: el regreso con gloria de los clásicos” del periodista Sebastián Campanario.

La crisis del 2007 reavivó la tradición keynesiana, que alcanza notoriedad precisamente tras la crisis de 1929 y la incapacidad del sistema de encontrar su propio equilibrio de pleno empleo normal.

El artículo, acompañado de un retrato de Karl Marx, no se dio a conocer en la revista del PTS, tampoco en el Suplemento “Cash” de Página 12, sino en el más tradicional y conservador de los medios locales.

En relación con el título, el uso del término “marxiano” en contraste con “marxista” proviene de la tradición intelectual anglosajona, que reserva el primer término para los investigadores sociales que se basan en los conceptos de Marx y admiten su validez, total o parcial (marxians) y el segundo  para identificar a los integrantes de organizaciones, partidos, grupos, inspirados en su pensamiento (marxist).

Según el autor de la nota “El marco que inspira este revival (el debate de las ideas de Marx) es un crecimiento global bajo desde la crisis de 2007-2008, una tasa de desempleo elevada y persistente en las economías desarrolladas y una desigualdad en ascenso”.

Nada más cierto. Hasta la crisis que detonó con las hipotecas sub prime, el pensamiento económico estuvo hegemonizado por el neoliberalismo, hegemonía que comenzó a mediados de los años setenta cuando como consecuencia del abandono del patrón oro por parte de los EEUU y de la crisis del petróleo la economía mundial atravesó un período de inflación y estancamiento agudos y se afianzó de manera contundente con la globalización de los años noventa.

Así en los últimos treinta años la tradición neoclásica, u ortodoxa se ha convertido en la voz oficial de una nueva disciplina, la Economía, a secas, (no economía política) de supuesta “neutralidad”, que constituye el eje de lo que es comunicado en los medios, enseñado en las universidades, formalizado y estilizado en modelos matemáticos y predicado como verdad absoluta del pensamiento. El neoliberalismo ha sido dominante en el mundo público, en los organismos internacionales de crédito, en la academia, en los países centrales y objeto de difusión masiva a nivel internacional.

Subyace  al neoliberalismo la idea del capitalismo como un sistema que se regula a sí mismo a través del laissez-faire, del libre juego del mercado. La irrupción de una crisis grave, que afecta los supuestos de un equilibrio  de largo plazo, es tratada de una sola forma en la concepción neoclásica, como una patología, como un hecho externo al funcionamiento del sistema.  Patología reversible que debe ser tratada con medidas que corrijan los desequilibrios producidos. Incluso las nuevas técnicas de ingeniería financiera llevaron a la presunción de sostener la posibilidad de “inmunizar” al sistema de toda forma de riesgo y garantizar la certeza de la percepción del mercado.

Esto es lo que  se desplomó con la crisis del 2007 y reapareció la vieja tradición clásica de la economía política, “el regreso con gloria” de la nota de La Nación.

Esta tradición nace con Adam Smith y prosigue con David Ricardo y Carlos Marx, y su problemática gira en torno de la acumulación y la distribución de riquezas en el capitalismo, cuyo producto social es distribuido y/o apropiado por y entre diferentes clases y sectores sociales. La crisis del treinta, a su vez,  permitió la emergencia de una nueva corriente de pensamiento, emparentada a los clásicos, aunque sin vínculos con el marxismo, la teoría de Keynes.

La crisis del 2007 reavivó la tradición keynesiana, que alcanza notoriedad precisamente tras la crisis de 1929 y la incapacidad del sistema de encontrar su propio equilibrio de pleno empleo normal. Enfrenta la denominada Ley de Say, según la cual toda oferta genera su propia demanda, es decir que automáticamente el capitalismo podía utilizar plenamente la fuerza de trabajo y los medios de producción disponibles. El equilibrio en la tradición keynesiana no excluye ni el desempleo ni la inflación persistente, excluye la automaticidad del mercado por lograr una reproducción capitalista uniforme eficiente y libre de crisis. Ahora bien como afirma Sebastián Campanario en su nota “cuando la cosa anda mal en la economía resucitan los estudios de John Maynard Keynes. Pero cuando la mano viene muy complicada, son los escritos de Karl Marx los que recobran protagonismo”.

Esto es así, a mi juicio, porque la crisis es inherente al funcionamiento del sistema capitalista para Marx, no es un hecho externo, una patología, es una necesidad del sistema. Según el economista marxista paquistaní Anwar Shaikh en el análisis marxista moderno centrado en el Capital y sus obras laterales  el verdadero límite de la producción capitalista es el propio capital (Marx) sujeto a una ley, denominada ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Esto obliga a una competencia feroz entre capitalistas por los mercados, las materias primas y la fuerza de trabajo barata, con creciente concentración y centralización económicas, en un sistema cuya tendencia central es la expansión sostenida. 

El crecimiento capitalista es un fenómeno errático y turbulento en que la oferta y la demanda fluctúan continuamente alrededor de distintas tendencias internas, la caída de la tasa de ganancia juega un rol central en su dinámica y hasta que se logra su recomposición la inversión permanece muy débil. Finalmente la crisis es superada con destrucción de capital excedente, mayor concentración económica y mayor excedente extraído a la fuerza del trabajo en el contexto de mayor desocupación y caída del salario.

Es precisamente el estancamiento del que globalmente no se ha recuperado el sistema el acicate para el estudio del pensamiento de Marx.  Asimismo, tal como cita la nota de La Nación, un libro económico actualmente en boga “El capitalismo del siglo XXI” del profesor de la Escuela de Economía de París, Thomas Piketty (no traducido aún al castellano), aborda con un enfoque no marxista pero crítico, la creciente concentración de la riqueza y la desigualdad en un marco en que el mundo desarrollado no ha superado un crecimiento casi anémico. Se buscan respuestas.

Estos fenómenos, crisis, estancamiento, insuficiencia de la inversión, desocupación, han demostrado no ser meramente efectos pasajeros en un sistema que se autorreproducirìa en forma automática. El neoliberalismo hegemónico se quedó sin respuestas. Es por ello que siguiendo a Shaikh comienza a volverse a los clásicos y a las distintas vertientes keynesianas y marxianas que  sostienen una visión del capitalismo como un sistema incapaz de ampliarse a sí mismo o como un sistema de acumulación auto limitado por el Capital, que no obstante busca siempre su valorización. Ha regresado el debate.

Por Pablo Tonelli, Economista.