Opinión

Paso 2021

Elecciones, discurso y práctica política

"Si el discurso político no vuelve a interpelar al pueblo volviéndose arenga para la acción, se podrán ganar elecciones, pero no se logrará la fuerza social necesaria para que la praxis política sea realmente transformadora de la vida que queremos."

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La restauración democrática iniciada a fines de 1983 se hizo centralmente bajo el signo de la ética y la libertad. Raúl Ricardo Alfonsín en su discurso de asunción ante la Asamblea Legislativa decía: “Hay muchos problemas que no podrán solucionarse de inmediato, pero hoy ha terminado la inmoralidad pública. Vamos a hacer un gobierno decente” […] Seremos más que una ideología, una ética. La lucha contra los corruptos, contra la inmoralidad y la decadencia es el reaseguro del protagonismo popular […] Habrá libertad en la Argentina, y habrá también orden. El orden presupone el rechazo de las violencias particulares, pero no solamente de la violencia terrorista sino también de la violencia que se perpetra sobre el alma de los argentinos para tratar de empujarlos hacia las ideas autocomplacientes y decadentes.”

Seis años después, Carlos Saúl Menem ganaba las elecciones presidenciales bajo el signo de la revolución productiva y la corresponsabilidad del fracaso. En sus bases programáticas se sostenía: “Todos los caminos de la Revolución Productiva conducen al trabajo. El derecho social número uno de los argentinos es el derecho a una ocupación digna. Sin una nueva cultura del trabajo, no hay cambio posible. […] La Revolución Productiva es la liberación de todos y cada uno de los argentinos. Es una explosión de iniciativas individuales, en el marco de un país con trabajo y oportunidades”. Y al momento de asumir la primera magistratura: “Este gobierno de unidad nacional que hoy nace, parte de una premisa básica, de una realidad que debemos admitir, para ser capaces de superar: todos, en mayor o menor medida, somos responsables y copartícipes de este fracaso argentino”.

Por su parte, Fernando de la Rúa, en 1999 argumentaba su discurso de asunción con cierto aire alfonsinista al apelar a la honestidad, con una pronunciada mirada desarrollista que considera al mejoramiento de las condiciones materiales de vida como consecuencia de la seducción del capital, y una clara continuidad en el ajuste menemista al hablar de equilibrio fiscal: “No vengo a emprolijar modelos, sino a que entre todos luchemos por un país distinto […] La transparencia, la honestidad, la austeridad, la lucha permanente contra cualquier forma de corrupción, la convicción profunda de servir a la gente […] Hay que parar el déficit para disminuir el riesgo país y el costo argentino […] Tenemos que bajar el gasto […] En un contexto de crecimiento podremos generar nuevos puestos de trabajo. Para esto, lo primero es equilibrar las cuentas públicas porque un presupuesto equilibrado atraerá nuevas inversiones que nos pondrán en marcha y se evitará que el peso del déficit caiga sobre el conjunto de la población, que en definitiva es la que paga las consecuencias”.

Tres presidentes. Tres ejes argumentativos. Tres estilos de gobierno… ¿Pero un diferente modelo social y económico? Creemos que no.

Desde el golpe cívico-militar de 1976 a la crisis social del 2001 el modelo implantado en el país puede resumirse en: a) concentración económica y aumento de la desigualdad social; b) reprimarización y extranjerización del aparato productivo; c) valorización del sector financiero; d) pérdida por parte del Estado de sus instrumentos de planificación, intervención y control de la economía; e) desguace del Estado; f) niveles crecientes de desempleo y la pobreza estructural; g) alineación automática de la política exterior al consenso de Washington; h) aumento de la deuda externa; i) represión de la protesta social; j) individualismo cultural y ruptura del entramado social solidario.

Recién con el gobierno de Néstor Kirchner los discursos presidenciales empiezan a tener cierto correlato entre lo que se enuncia y la praxis política que se lleva adelante. Luego de la crisis del 2001, Kirchner señalaba la necesidad de “reconciliar a la política, a las instituciones y al gobierno con la sociedad […] una mayor distribución del ingreso, que fortalezca nuestra clase media y que saque de la pobreza extrema a todos los compatriotas” […] No se puede recurrir al ajuste ni incrementar el endeudamiento. No se puede volver a pagar deuda a costa del hambre y la exclusión de los argentinos…”.

Más allá de las ponderaciones que cada persona pueda tener sobre los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, es innegable que en ellos la actividad política volvió a movilizar grandes contingentes sociales y, entre ellos, los sectores juveniles expresaron el cambio de época. Tanto es así, que hasta la derecha por primera vez desde 1983 se ve obligada a valorizar la herramienta política positivamente como forma de disputarle al peronismo y a la izquierda “la plaza y la calle”. Las convocatorias del falso ingeniero Blumberg y los lock out de las patronales agrarias fueron muestra de aquello.

Es así, que podemos marcar una diferencia entre el discurso y la praxis política de los diferentes gobiernos de turno agrupándolos en dos etapas. Una primera etapa que va desde 1983 a 2001/3 en donde hay una disociación entre las promesas de campaña, los discursos políticos y las políticas públicas llevadas adelante. Que, a nuestro criterio y como lo hemos señalado, no cambian sustancialmente entre 1976-2001.

La segunda etapa comienza con el interregno de la presidencia de Eduardo Duhalde, quien asume el gobierno sin votos populares, pero donde empieza a notarse que no hay un distanciamiento discursivo entre lo que se expresa como necesidad de acordar con los sectores de la productivos por sobre los financieros, sincerar con los organismos internacionales la incapacidad de pago de deuda y frenar todo tipo de organización social de base que cuestionara los posibles rumbos a seguir, con las políticas públicas que se llevan adelante. Lo que es expresado en clave conservadora en Duhalde, lo será en términos populares y de cambio de modelo en Kirchner.

El ciclo 2001/3 se extenderá hasta 2015 donde la asunción de Mauricio Macri en la Nación y María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires volverán no solo a disociar las pocas promesas de campaña esbozadas con las políticas públicas realmente llevadas adelante, sino que en tan solo cuatro años se vuelve a hacer del discurso algo banal sin contenido ni real receptor.

Durante esos cuatro años y los dos que ya lleva Alberto Fernández, son pocas las personas de la escena política pública que han mantenido una coherencia discursiva con una práctica sin caer en la banalización antes señalada. Y con esto no nos estamos refiriendo solamente a que se pueda llevar adelante en forma efectiva lo que se promete o indica como rumbo deseable en un discurso o alocución, sino a la capacidad de interpelar al conjunto social sobre un horizonte colectivo posible.

Si el discurso político no vuelve a interpelar al pueblo volviéndose arenga para la acción, se podrán ganar elecciones, pero no se logrará la fuerza social necesaria para que la praxis política sea realmente transformadora de la vida que queremos.