Hay lugar para diferentes opiniones sobre la cadena pública de radiotelevisión griega ERT. Para algunos, en su mayoría miles de funcionarios, representaba tanto su sustento como una voz fiable e independiente en general. Para otros, era una organización con más empleados de los necesarios, plagada de prácticas restrictivas y de nepotismo, que se resistía tenazmente a la reforma.
Pero lo que nadie puede negar es que su repentino cierre esta semana parece un acto prepotente de interferencia del gobierno. Si la intención era convencer a los acreedores del compromiso de Grecia en sanear las finanzas públicas, había sin duda mejores medios para alcanzar ese fin.
El primer ministro Antonis Samaras dijo que el gobierno quiere reconstruir lo que denominó una organización rota y reabrirá una operación más ágil y austera para septiembre. Grecia, dijo, no se quedará sin cadena pública. Él debe mantener su palabra. Es en momentos de crisis, como los que Grecia está experimentando, cuando es más necesaria una televisión pública independiente.