La línea de colectivos 44, durante la guerra fría, tuvo vía libre para desarrollar la más variada tecnología. En los sótanos de su terminal en Pompeya tenían instalado un laboratorio con científicos traídos de varios países limítrofes.
En esos años de investigación lograron innovaciones inmensas. Boletos con hologramas, asientos masajeadores de choferes, puertas traseras giratorias y otras maravillas. El dueño de la línea, tenía sus dudas sobre aquello en lo que volcaban sus esfuerzos los científicos, por lo que los citó en un barcito en la Avenida Sáenz.
– Muchachos, les dijo, la gente está cansada de viajar mal, de los embotellamientos, de los baches. Los científicos tomaban el café con leche atentos de no mancharse los delantales. Si no quieren que los deporten… ¡A trabajar! les gritó dándole un puñetazo a la mesa. Aquellos salieron disparados como ratas a los sótanos del laboratorio.
Una semana más tarde la noticia llegaba a los diarios de todo el mundo: El 44, el primer colectivo en teletransportarse.
Causó furor la teletransportación, sí. Pero afectaba al turismo. Así que se la prohibió y se amputó a quien la practicase. Se inventaron 30 nuevos feriados puente, se duplicaron las navidades y se abrieron las fronteras con Mar del Plata.
Si bien la gente vacacionaba a granel, nadie jamás en todo el tiempo transcurrido habló la obra cumbre de aquellos científicos. Si hay algo que compartieron los alemanes, tanto del este como del oeste, fue esa invención: el ventiladorcito del colectivero.
Invento práctico y que tanto esfuerzo les llevó a esos científicos tan mal pagos. Ese ventiladorcito, para cuando el verano asota las celestes camisas de los colectiveros, sigue siendo el más fresco invento.