Opinión

Pablo Tonelli, Economista

La insoportable levedad del peso.

¿Quién es responsable de la devaluación en Argentina? Mi respuesta: Es la estructura productiva del país, consecuencia de su atraso y de su dependencia. Una culpabilidad recurrente. La inflación también tiene las mismas raíces, que luego se manifiesta en causas plurales y superpuestas, sus síntomas.

¿Quién es responsable de la devaluación en Argentina?

La Argentina posee, como repito reiteradamente, una estructura productiva desequilibrada, tomando la clásica expresión del Ing. Marcelo Diamand. Coexisten un sector primario exportador cuya productividad se alinea con la internacional y un sector industrial heterogéneo, que en conjunto posee una productividad menor, siendo  las pymes, las empresas de menor escala y competitividad, en donde se concentra el grueso del empleo industrial, lo que complejiza el cuadro.  

Este dato, que acompaña el desempeño productivo argentino,  ha sido el origen de las recurrentes crisis cambiarias del país y sus ciclos de crecimiento, estancamiento y retroceso desde los años cincuenta.  El sector industrial se muestra incapaz de generar las divisas que aseguren el crecimiento a largo plazo vía sus exportaciones y los dólares provienen del sector primario que posee una notable masa de riqueza afincada en la renta diferencial de la tierra. El déficit externo del sector industrial (la diferencia entre sus exportaciones e importaciones sectoriales) está en los U$S 33.000 millones.

La salida de este atolladero que no es coyuntural y no fue resuelta en los últimos sesenta años, pasa ni más ni menos  por dotar a la industria de un nivel de productividad que la acerque a los estándares internacionales. ¿Cómo se hace esto? Con una estrategia y una política industrial que incremente el volumen de inversión por obrero ocupado, es decir que amplie la capacidad productiva generando mayor valor agregado con más y mejor tecnología. Implica una mayor escala productiva en el segmento pyme, un política de sustitución de importaciones focalizada en los sectores cuyo componente importado es alto en relación a su volumen de producción, el fomento de nuevos sectores de contenido tecnológico, la estructuración de cadenas de valor (no solo en el sector agroindustrial) y la profundización del compromiso inversor de los grandes grupos económicos.

El problema del tipo de cambio constituye una fuente permanente de tensiones en una estructura productiva desequilibrada como la Argentina, ya que el sector industrial rezagado necesita compensar esa diferencia local e internacional con una paridad cambiara diferenciada (alta) para permitir su desarrollo, un tipo de cambio que proteja a la industria de la competencia externa y permita la colocación en el exterior de productos elaborados. Esta no es una condición excluyente, pero es  una condición necesaria muy fuerte.

Esto genera tensiones entre el empleo y la distribución del ingreso, entre el salario y los costos variables empresarios. El tipo de cambio siempre oscila en un delgado equilibrio, si es muy alto perjudica a los asalariados, porque afecta su poder de compra, ya que nuestro país exporta alimentos y estos bienes se encaren en pesos con la devaluación y si el tipo de cambio es muy bajo afecta la competitividad de los sectores industriales, cuyos costos suben medidos en dólares, particularmente los salarios.

Una paridad cambiaria baja es aquella que se aproxima a la llamada paridad del poder adquisitivo entre países, la que estuvo vigente durante la Convertibilidad, por caso. Esa paridad surge, como he expresado en otras ocasiones, de comparar los precios en dólares de un conjunto de bienes en nuestro país con los precios de esos mismos bienes en los EEUU, por ejemplo. Es el concepto que llevó a la revista “The Economist” a crear el “Índice BIG MAC”, que coteja los precios medidos en dólares de la popular hamburguesa en todos los países en que se comercializa. Si se percibe que los bienes son baratos localmente en términos de dólares  se fomenta, como ocurrió estos últimos años, el gasto turístico en el exterior y la compra de bienes de consumo fuera del país, de viajeros o a través de Internet, así como las importaciones de bienes sofisticados de consumo final. A su vez dicha paridad  afecta la competitividad de los sectores industriales y las economías regionales. Esta situación sólo se sostiene si el Estado tiene la suficiente cantidad de Reservas para hacer frente a  las demandas en divisas que  se le presentan por todo concepto. Esto dejó de ser así en el 2011 y se agravó año tras año, como ya he expresado.

El economista argentino Juan Graña expone simple y didácticamente el problema de la productividad, los salarios y el tipo de cambio en un muy recomendable libro publicado recientemente por Capital Intelectual  denominado “Salarios, calidad del empleo y distribución”.

La deficiencia estructural de la industria local, su menor productividad y competitividad vis a vis la industria desarrollada,  es compensada dice Graña si las empresas “logran acceder a fuentes de compensación que les generen menores costos y una mayor tasa de ganancia”. Afirma que “en términos generales las fuentes de recursos extraordinarios a las que podrían acceder las empresas rezagadas para continuar compitiendo son tres: el endeudamiento externo, la renta de la tierra y el deterioro de las condiciones de empleo de los trabajadores”.

En relación al endeudamiento externo, el núcleo de empresas en condiciones de acceder al mismo en condiciones de mercado constituye el núcleo productor de insumos de uso difundido (aluminio, acero, etc) o de filiales de multinacionales en otros sectores (alimentación, sector automotriz, por ejemplo) muy vinculadas a la evolución internacional de los precios de sus productos en el caso de insumos y de la estrategia de las casas matrices en el caso de los otros sectores. El problema con el grueso de las empresas locales pequeñas y medianas es su incapacidad de repago de créditos sin subsidio estatal que termine al final socializando su riesgo a través de impuestos generales, como afirma Graña. Primero, esto lo digo yo, debería existir una política clara de selección de sectores a impulsar en su desarrollo y fomentar su concentración a los fines de que el esfuerzo fiscal no se dilapide, de lo contrario “la apuesta sobre subsidiar a las empresas en base al endeudamiento externo es a corto plazo y alto riesgo” (Graña). La experiencia de los bancos de fomento y desarrollo nacional, tipo BANADE es aleccionadora al respecto.

En relación a la segunda fuente de recursos extraordinarios para el sector industrial, la misma proviene de la captación de la renta de la tierra, vía el mecanismo de las retenciones y su efecto de abaratar por un lado el costo de la mano de obra, ya que los derechos de exportación fijan un precio local para los alimentos que integran la canasta básica de consumo (los productos elaborados en base a trigo y maíz, centralmente) menor al precio internacional, lo que abarata el costo salarial, que centralmente se fija en torno a éstos. A su vez dichos recursos permiten al Estado fondear, créditos a baja de interés para el desarrollo productivo y adicionalmente subsidian el valor en pesos de los insumos exportados,, por ejemplo para citar un ejemplo de Graña, el productor de aceite de soja adquiere ese insumo a un valor menor que el del mercado internacional. Esta situación de subsidios debería permitir financiar un plan de desarrollo, de lo contrario sólo sirve para mejorar la tasa de ganancia de los sectores industriales ligados al mercado interno y conservar el nivel de empleo, sin mejorar su calidad en el tiempo.

En relación con la tercera fuente de compensaciones, el deterioro de las condiciones de empleo o salario de los trabajadores, la baja productividad es compensada con un deterioro de las condiciones laborales (la informalidad laboral “estructural” está muy ligada al tamaño de los establecimientos y a sectores muy afectados por las importaciones, como el textil, es decir dependientes del nivel del tipo de cambio).

El problema de la coyuntura actual, para decirlo sin tapujos, es la imposibilidad de recurrir al endeudamiento externo, la primera fuente de compensación, para financiar un incremento de la productividad industrial. Aunque tuviéramos el mejor Plan de Desarrollo industrial es necesario primero cerrar la negociación con El Club de París y luego ver el destino de los flujos futuros de inversión de las empresas trasnacionales, siendo optimistas, más allá del 2014.

En relación con la segunda fuente de compensaciones luego del conflicto de la 125 y de la retención de un porcentaje de los granos en silos-bolsa la idea de incrementar los recursos fiscales vía aumento de las retenciones está fuera del escenario. Es en la actualidad, imposible. El nivel del conflicto político y social subyacente haría imposible la concreción de la política económica.

Estamos de lleno en la tercera fuente de compensaciones, el salario y el empleo. Las que se imponen en toda su gravedad. El problema de coyuntura es no agravar la situación previa a la devaluación, ni dejar que las tendencias de la producción industrial amplíen el desempleo y la precariedad laboral ni debiliten el salario real y la participación del trabajo en el ingreso.  Una tarea descomunal dado que se trata de mitigar efectos que fuertemente impulsan en sentido contrario. Para decirlo simplemente: Que los beneficios de devaluar para el sector empresario local,  que implican mayor protección externa y una apertura a mejores condiciones para exportar basados en la reducción del costo salarial en dólares no impliquen una automática caída del poder adquisitivo del salario en pesos post paritarias. Una tarea descomunal, como dije antes.