Opinión

Liberalismo; sumisión y subdesarrollo

Tema complejo de tratar, porque el mismo concepto (liberalismo) tiene aplicación en política y en economía, y a la vez se interpreta diferente según de que país se trate.

En lo político, la doctrina liberal nació al amparo de la Revolución Francesa, con sus tres pilares teóricos de libertad, igualdad y fraternidad; que en la práctica derivaron rápidamente en una orgía de sangre y degüellos; proceso desmadrado que al final buscó el orden institucional y social que en ese momento representaron Napoleón y sus fuerzas militares.   En la misma época –fines del siglo XVIII, en lo económico, si bien con vinculaciones con la política y la filosofía, el escocés Adam Smith dio origen a la después llamada “Escuela Clásica de la Economía”, también conocida como el liberalismo económico.   Políticamente el liberalismo fue la reacción en contra del absolutismo monárquico, encarnado principalmente en la época de Los Luises de Francia, y después de 1815 en Metternich y el Congreso de Viena.   Sin duda existen puntos de contacto muy claros entre el liberalismo político y el económico…¡pero los conceptos no son lo que las palabras expresan! En Argentina en particular, el liberalismo económico es la expresión típica del ultra conservadurismo, ese que cerradamente arcaico y decimonónico, degenera en reaccionario, pretendiendo congelar indefinidamente las estructuras sociales y los esquemas de poder.   Tanto en lo político como en lo económico, los liberales (incluyendo a los muy sui generis “liberales” argentinos), exaltan la pretendida absoluta “libertad” como valor supremo…pasando “alegremente” por alto que esa pretendida “libertad” in extremis pasa a ser libertinaje a favor de los poderosos económicamente, y de los que cuentan con los apoyos de, o mejor aún son parte del establishment; o sea de los “poderes establecidos”, esos mismos que algún pensador británico llamó sutilmente “el poder detrás del trono”, y que acriolladamente podríamos decir “los dueños de la pelota…de la canchita para jugar los picados, y los patronos del árbitro”, el “referee” que debería ser neutral y probo, pero que en ese marco no lo puede ser jamás.   Tal como suele suceder en los esquemas del gran poder mundial, una cosa es lo que se predica, y otra lo que de verdad se hace.   El liberalismo económico no por casualidad nació en Gran Bretaña, como una teoría económica que le iba “como anillo al dedo” a la por ese entonces todo poderosa economía británica, que por esos años era la gran potencia económica, al influjo de la explosión de producción que fue consecuencia del comienzo de la era del maquinismo, alimentada por la máquina de vapor, y con sus estructuras productivas bien consolidadas, luego de un trabajoso y constante proceso de más de dos siglos, en el cual creó y concretó la Primera Revolución Industrial.   En todo ese largo proceso de industrialización, el Estado británico estimuló fuertemente el desarrollo industrial y las innovaciones tecnológicas, con medidas estatales activas, de las cuales el ejemplo más concreto fue “el Acta de Navegación”, que con fuertes estímulos de La Corona consolidó la mayor marina mercante del mundo, incluyendo claras normas referentes a la obligatoriedad de utilizar tripulación británica, entre muchos otros claros ejemplos de proteccionismo y de accionar estatal fuertemente pro activo: o sea un fuerte intervencionismo del Estado.   Cuando fue la principal potencia industrial, tecnológica y económica (además de militar), ¡entonces sí, predicó a viva voz para los demás lo opuesto a lo que hizo y la fortaleció!   Estados nacionales pequeños, ausentes y complacientes, que permitieran “el libre comercio”, que atiborrara al mundo con manufacturas británicas, mientras ellos se abastecían barato de todas las materias primas. Impuso con carácter de dogma –falso pero indiscutible, por el peso de las presiones- de la supuesta “conveniencia” de la especialización económica extrema, pretextando la “eficiencia” de producir solo aquello para lo cual se tendría “mejores condiciones naturales”.   ¡Pillos fariseos, que con ese esquema hubiesen vuelto inalterable y permanente la supremacía británica, por esos años “el taller del mundo”, con todo el resto produciendo materias primas –unas pocas cada nación- y todo el mundo atiborrado de productos industriales “hechos en La Isla de la Rubia Albión”!   Ni Rosas ni Solano López “compraron” esas monsergas presentadas como “el pensamiento correcto”, y cada uno a su modo intentaron desarrollos autónomos que incluyeran industrias y tecnologías –así sean rudimentarias inicialmente- propias. Los dos fueron derrocados –no por casualidad- por traidores travestidos en “luchadores de la libertad”, en ambos casos –Urquiza y Mitre- fogoneados y equipados militarmente por el Imperio Británico.   Pero en otros países primaron los propios Intereses Nacionales, y la dirigencia triunfante fue la que priorizó el país concreto y real, por sobre las teorías dogmáticas “de los castillos en el aire”, al estilo de las ideas de David Ricardo (tomo de Keynes -citado por Jauretche y Diamand, entre otros- su concepto: “David Ricardo fue el único capaz de crearse su propio mundo imaginario, e instalarse a vivir cómodamente en él, abstrayéndose por completo de la realidad”).   Así surgió la Segunda Revolución Industrial, en la cual nuevas potencias se sumaron activamente al proceso de industrialización y desarrollo tecnológico. Entre ellas EEUU, Francia, Alemania, Bélgica, Japón; y cabe mencionar aquí la tesonera y patriótica lucha de Friedrich List, quien con su único libro publicado destrozó literalmente los falsos argumentos y cantos de sirena del liberalismo. No es casual que hoy ese libro sea inhallable, tal como el de John Nash (escrito un siglo después), ambos junto con muchos otros, forman parte de la “literatura maldita” que “los dueños del poder mundial” (el establishment financiero y político planetario) se encargaron concienzudamente de hacer desaparecer.   Todas esas nuevas (en 1870/80) potencias industriales, así como las que vendrían después, fueron claramente transgresoras de los “principios sacrosantos” del liberalismo económico; practicando una decidida intervención del Estado, fuerte proteccionismo, cuidadosas planificaciones, políticas sociales activas, y clara vocación de grandeza pese a las mezquindades de las oligarquías complacientes con la extranjería y por sobre los intelectuales enajenados con los falsos brillos de las teorizaciones “políticamente correctas”.   EEUU no se quedó solo con las vacas y el trigo (como lo hizo la Argentina decimonónica, la de la “década infame”, la de la “revolución fusiladora” y la larga noche de la “proscripción democrática”, y la versión neoliberal del “proceso”; todos ellos infames cipayos traidores a la Patria).   Alemania no se quedó solo con las papas, las maderas y las ovejas (para las que tenía “condiciones naturales” y pasó a ser sinónimo de industria de primera línea y altísima calidad.   Francia no se quedó solo con sus vinos y su trigo, apostando fuerte a su desarrollo, y después de la Segunda Guerra Mundial –igual que Alemania- el Estado tuvo un fuerte rol tutelar e incluso empresario; ¡nada de “libre mercado”, eso era “para la gilada” del exterior que “comprara” ideas perversas; y de paso para evitar futuros competidores!   Corea Del Sur no se conformó con ser gran productor de arroz (de acuerdo a sus “condiciones naturales”), y con fuerte intervención del Estado pasó a ser una de las grandes potencias industriales, incluso con primacía en algunos rubros, como sus gigantescos y tecnificados astilleros y sus poderosas industrias automotriz, de maquinaria pesada y otras. Similares desarrollos tuvieron los otros “tigres asiáticos” (Taiwán, Singapur, Hong Kong), así como recientemente varias naciones del sudeste asiático.   China, Brasil e India son los últimos grandes “transgresores” de las “buenas costumbres” liberales, y justamente por eso son tres de las nuevas grandes potencias mundiales.   En Argentina tenemos muy frescas aún las terribles consecuencias del neoliberalismo extremo de los nefastos años ’90, que además de los terribles daños socio económicos, estuvo a punto de hacernos implosionar en media docena de republiquetas bananeras. ¡Pero nada los hace bajarse de sus egoístas y antinacionales ideas, a los dogmáticos liberales de Argentina! Siguen con sus prédicas disolventes, y ahora se les caen las caretas, desnudando sus excluyentes y oligárquicos “objetivos”, que hasta incluyen suprimir la educación y la salud pública gratuitas: ¡el analfabetismo y las enfermedades del pueblo no importan para los liberales, mientras no afecten a sus mezquinos intereses!   Con su “primo hermano”, el marxismo (que basó sus análisis en la Economía Clásica), el liberalismo forma las dos caras de la misma moneda, cargada de dogmas y opuesta a los Intereses Nacionales.   La crisis del 2008 desnudó la realidad, los países heterodoxos –transgresores del liberalismo- salieron rápidamente de la crisis y han vuelto a crecer fuertemente, entre ellos Argentina. Los que “hicieron buena letra” están envueltos en un gigantesco caos socio económico, como Grecia, España, Irlanda, Portugal; lo que amenaza con dislocar la otrora poderosa Unión Europea.