Opinión

Coronavirus

Periodismo Basura, Leuco celebra que la gente se contagie y muera

Diego Leuco celebró que en la Argentina estén creciendo los contagios y los fallecimientos por coronavirus. Lo hizo en la señal TN del Grupo Clarín, quien salió junto al resto de las grandes empresas a proteger el periodismo basura que llevan adelante.

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En el programa “Ya somos grandes” que conduce Diego Leuco en la señal de noticias del Grupo Clarín, TN, estaban narrando los números de contagios y muertes conocidos en el día de ayer.

Fuera de todo dato objetivo, el cronista de ocasión, comenzó a especular sobre el inexorable crecimiento de muertes y contagios para la semana que viene. Incluso, sin fuente chequeable alguna, señaló que la curva ascendería a diez mil contagios diarios.

Leuco le preguntó nuevamente por el número de contagios que se preveía para la semana que viene, y el cronista repitió el número de diez mil.

En ese momento, Leuco celebró como si algún equipo futbolístico de su gusto hubiera hecho un gol.

La justificación que otorgó en redes sociales es que se estaba enterando “por cucaracha” (llámese al intercomunicador en su oído que lo conecta con el productor) de que estaban liderando el rating para la franja horaria.

Por muy infantil que sea su argumento, el relato suministrado por las grandes empresas que hacen negocios con la comunicación en el país ha sido el de proteger la actitud de Leuco en pantalla, quien celebró la muerte y los contagios de miles de compatriotas.

“Es inadmisible que alguien festeje como un estupendo gol el anuncio de que crece el número de contagiados. Son una vergüenza. El periodista puede hacer ese gesto porque los que lo rodean piensan más o menos igual” dijo Víctor Hugo Morales hoy en su programa La Mañana. “Ayer vimos cómo un periodista celebró con el puño apretado la cantidad de contagiados” agregó.

“Hay una gran impotencia porque desde estos sectores insistieron en terminar con la cuarentena y desde que abrieron las compuertas en la Ciudad de Buenos aires todo empezó a perderse. Estamos en las manos de Dios. Todos los especialistas advierten que estamos al borde del colapso” completó Víctor Hugo.

El periodismo basura

La sobredosis de información aparece en el relato de las grandes empresas que hegemonizan la comunicación como un síntoma de la libertad de expresión.

Lo cierto es que apenas un puñado de grandes corporaciones que hacen negocio con la comunicación, han logrado concentrar en sus manos la construcción de la agenda informativa.

Un hecho es narrado por cientos de miles de voces, pero el sentido del relato construido sobre ese hecho, es exactamente el mismo. Peor aún, aquel que se atreve a aportar una óptica distinta, es calificado de marginal y condenado a la escasa audiencia por no controlar la infraestructura por la que circula la comunicación en el mundo.

Sobre esa potencia de tergiversar hechos, moldear los relatos e imponer sentido, se asienta el periodismo basura.

Ese que intenta traducir y analizar la realidad desde la perspectiva de una minoría que asienta su poder sobre la base del desprecio a las formas de vida, las costumbres, las tradiciones, los esfuerzos, los sueños y las esperanzas de la mayoría.

Sucede más a menudo de lo que imaginamos. Un ajuste sobre los salarios de los trabajadores, es presentado desde la perspectiva de la «reducción de los costos laborales», cuando la mayoría sufren la medida y la minoría se beneficia.

El periodismo basura es aquel que intenta darle sentido.

En este caso es aún más explícito. Leuco celebra los contagios y la muerte de las mayorías, para justificar la necesidad de la minoría empresaria de que los trabajadores regresen a producir para asegurar su rentabilidad.

Todo eso, sazonado con un colchón de odio al gobierno, que se traduce en odio a la gente.

Los límites de la libertad de expresión

Nadie en su sano juicio podría exigir que el periodismo basura sea objeto de censura. No existe una sola voz, respetuosa del derecho a la libertad de expresión, que pueda alzarse para reclamar que un comunicador, o una comunicadora, pueda ser objeto de supresión de su palabra, por mentiroso, descabellado o promotor de ilícitos sea el contenido del mensaje.

Sin embargo, un razonable marco democrático para la actuación del Estado, impone la necesidad de regular los vínculos que se construyen entre el sector público y el puñado de corporaciones que concentran la comunicación en la Argentina.

Por citar apenas un ejemplo, si en forma sistemática en un canal de televisión o en una radio o en un diario se promociona la necesidad de llevar adelante golpes de estado a gobiernos con los que la empresa periodística que lo controla no tiene empatía de proyecto político.

Si en forma habitual una empresa periodística protege un mensaje de odio, un ataque a las pautas mínimas de convivencia democrática, si amplifica discursos racistas, misóginos o de permanente odio al pobre.

Si con rutina, en su estructura empresarial se suprime la libertad de expresión de los trabajadores y las trabajadoras que le aseguran su rentabilidad con el objetivo de moldear la realidad en favor de sus propios intereses.

Si algunas de esas cuestiones suceden, es necesario que el Estado Nacional no suprima la palabra de esa empresa que hace negocios con la comunicación, pero sí es necesario que deje de financiarla.

Hacia una ley de pauta publicitaria

Para alcanzar una parte de esos objetivos, es necesario que en el país se motorice una nueva ley de pauta publicitaria oficial, en el que se fijen los marcos democráticos en los que el Estado Nacional considera útil y eficaz promover su mensaje a la población.

La pauta publicitaria ha sido durante décadas un coto de caza de las grandes empresas que hacen negocios con la comunicación en el país. Fue una herramienta que ha permitido a muchas de las reconocidas como “grandes empresas” financiar los costos de producción, el pago de salarios, los gastos operativos y los insumos indispensables para llevar adelante la empresa. En algunos casos, incluso, han permitido financiar la rentabilidad de los empresarios.

Los niveles de concentración escandalosa de la publicidad oficial en los grandes monopolios de la comunicación, debieran ser un obstáculo racional, para que empresas como el Grupo Clarín o el Grupo Infobae, alcen la voz por cualquier intento democratizador de las erogaciones públicas en la distribución de la publicidad.

Mientras eso ocurre, los medios comunitarios, cooperativos, las experiencias locales que permiten reconstruir una mirada distinta sobre la realidad a la que ofrecen los medios hegemónicos, han sufrido la asfixia económica, en parte, por el acceso brutalmente desigual de la pauta publicitaria oficial.

Es hora que la agenda política recupere un espíritu regulador de la comunicación en la Argentina, para impedir que un puñado de corporaciones no transformen la democracia en un adorno de sus intereses económicos.