Así sucede con algunos opinantes históricos, que embebidos de un “constitucionalismo a ultranza”, dedican grandes esfuerzos formales para ensalzar hasta el paroxismo a la Constitución Nacional de 1853, llegando incluso al disparate histórico de descalificar como “unitario” a Rosas, por no haberla sancionado…y de paso elevar a estatura de prócer a un infame traidor a La Patria, como sin duda lo fue Urquiza.
Esos desmedidos y desubicados “afanes constituyentes”, Rosas justificadamente los postergó porque permanentemente estuvo atareado en la ciclópea tarea de pacificación nacional –para la que fue ungido con plenos poderes-, y en mantener la soberanía en todo el territorio –que con tanta “ligereza” los “iluminados” y afrancesados intelectuales unitarios pugnaban por desguazar, pretendiendo “ceder graciosamente” grandes porciones de territorio a cuanta potencia extranjera lo quisiera.
Por otra parte Rosas siempre afirmó que la Constitución Nacional debería ser una construcción que emane del sentir del pueblo, acorde a los usos y costumbres arraigados y plenamente aceptados, que como tales hayan pasado a formar parte de la cultura argentina y por ende de sus tradiciones.
Esos “apuros constitucionalistas” cuando la joven Patria era atacada desde dentro y desde fuera, era tan fuera de contexto como si en plena batalla un comandante se preocupara por el acicalamiento de sus soldados.
Los “apuros constitucionalistas” eran cosa de los unitarios afrancesados, intelectuales llenos de europeísmo pero fuertemente despectivos de lo propio; y de otros que terminaron haciéndoles el juego por mercenarios, por ser maleables marionetas (como sucedió con Lavalle) o simples traidores a La Patria (como lo fue Urquiza, que se alió a potencias extranjeras para consumar la infamia de Caseros).
Pensar en “preciosismos legales” cuando La Patria estaba en peligro, era tan desubicado como Rivadavia, que se esmeraba en “construir ochavas para hermosear Buenos Aires”, mientras negaba fondos y apoyos al Ejército Libertador de San Martín; y pretendía traerlo para involucrarlo en reprimir al interior, en lugar de enfrentar a enemigos exteriores.
Para entender el contexto histórico, se soportaron dos bloqueos navales de Gran Bretaña y Francia, las dos mayores potencias militares de esa época (las mismas que doblegaron a China); se tenían los permanentes intentos de agresión e invasión por parte de los unitarios centrados en Montevideo que azuzaban a las tropas de Rivera y usaban a Lavalle (el general “espada sin cabeza”); e incluso se debió hacer frente a una invasión de la efímera Confederación Boliviano – Peruana, con el ambicioso Mariscal Santa Cruz armado y empujado a tales aventuras bélicas, por los mismos unitarios y las mismas potencias enemigas. Y también se enfrentaba el constante hostigamiento del Imperio del Brasil, siempre presto a ampliar sus fronteras.
No eran épocas de “modales de carmelitas descalzas”, cuando los británicos fogoneaban la fragmentación en varias republiquetas, como lo hicieron con La Banda Oriental, como pretendieron hacerlo con Entre Ríos y Corrientes, y como casi lo consumó después el infame Mitre con Buenos Aires; actitud en la que cedió solo después que Urquiza le regalara el poder total a los portuarios unitarios, y modificaran en 1860 la Constitución, violando sus propios preceptos.
Es de recordar que Rosas asumió la suma del poder público ante el cuadro de anarquía y descontento que provocó la “graciosa cesión de la Banda Oriental” por parte del agente británico Rivadavia y su venal Ministro Plenipotenciario Manuel García; y el posterior asesinato político del caudillo federal Manuel Dorrego a manos de su captor Lavalle –instado a ese crimen por las sibilinas “recomendaciones prudentes” del rivadaviano Bonifacio del Carril-. Rosas fue claramente el sucesor político de Dorrego, tan patriota y carismático como aquel, pero posiblemente con mayor manejo de los tiempos políticos y de las urgencias militares del momento.
Rosas tenía muy en claro que la soberanía no se negocia, y que los ríos interiores deben ser de soberanía argentina propia, total y excluyente de otras potencias. En base a tales principios, la flota anglo francesa invasora fue atacada duramente en Obligado, cuando iba aguas arriba, y al regresar sufrió igual suerte en Quebracho y Tonelero. Los castigos y bajas soportados por los invasores fueron de tal magnitud, que el pretendido “paseo” se les volvió una victoria pírrica (una derrota de hecho) y al poco tiempo les forzó a capitular cesando los bloqueos navales.
¡Claro está que luego la traición se puso en marcha! Pertrechado por anglos y franceses, transportado en sus buques para consumar la invasión, Lavalle se sumó a las tropas de Urquiza, reforzadas por un regimiento del Imperio Del Brasil, a cuyos “treinta denarios” había sucumbido antes. ¡Y Brasil vengó la derrota sufrida en Ituzaingó, haciendo desfilar sus soldados triunfantes en Buenos Aires! En Caseros, el soberbio Urquiza consumó el asesinato del Coronel Martiniano Chilavert después que fue hecho prisionero. Chilavert era unitario, pero puso su espada al servicio de las fuerzas patriotas, pues no quiso sumarse a los invasores foráneos y a los traidores de adentro. Tampoco se privó Urquiza de “poner orden” haciendo colgar a todo el “regimiento Aquino”, y dejando sus cadáveres expuestos varios días para sembrar el terror a otros que quisieran oponérsele.
Con la derrota de Caseros, irrumpieron “los constitucionalistas”, que previamente cedieron “la libre navegación de los ríos” (o sea entregaron la soberanía fluvial), y muy presuroso Urquiza designó “a dedo” a “los doctores” para reunirse de apuro en Santa Fe. Para llegar allí, muchos utilizaron “los eficientes servicios” de cañoneras británicas que oficiaron de buques de pasajeros al servicio de los constitucionalistas. Entre estos estaba –entre otros personajes de dudosos méritos- Bonifacio Del Carril, el mismísimo instigador del asesinato de Dorrego.
Después vendría “el libre comercio” que nos sometió como granja dócil al servicio británico, y la absurda guerra contra Paraguay, de la que el gauchaje renegaba, y a la que debió ser llevado a pelear previamente “arreado” y hasta engrillado, pues el pueblo sentía e intuía que Paraguay no era el enemigo, y sí lo eran los que instigaron esa guerra.
El crecimiento sin desarrollo del modelo liberal de granja sin industrias ni tecnologías propias, ya estaba herido de muerte en “El Centenario” (1910), pero la oligarquía vacuna persistiría tercamente en ese modelo caduco, haciendo luego eclosionar la “década infame” (1930 – 1943) en la cual el vicepresidente “Julito” Roca, al rubricar el vergonzoso Pacto Roca – Runciman, se ufanaba de ser la Argentina “la diadema más valiosa de la corona de su graciosa majestad”; ello mientras Federico Pinedo –siempre al servicio extranjero- afirmaba suelto de cuerpo que “Argentina no debe superar los 10 millones de habitantes…para mantener la proporción de 4 vacas por persona”. Curiosa antigeopolítica de los que solo nos concebían como apéndice británico con formalismos de nación pseudo independiente.
Aparecería luego otro Bonifacio Del Carril (nieto de aquel “constitucionalista”), instigando –igual que su abuelo- los fusilamientos de la “revolución fusiladora” de 1955.
Se sucedería luego la sui generis “democracia excluyente” de los 18 años de proscripción del peronismo, incluyendo la defenestración del modelo desarrollista de Frondizi (que molestaba a los “señores serios” de la Sociedad Rural y otros afines).
Y la vuelta a la “década infame” –en versión corregida y aumentada- lo fue el largo cuarto de siglo desde “el proceso” hasta el incompetente “banelquista” De La Rúa, con todos los terribles “pasos previos” del menemato y demás.
¡Casi nos costó La Patria en 2001, amenazada claramente de disgregación, fogoneada por los mismos intereses de siempre!
¡Y pensar que algunos trasnochados pretenden descalificar a Rosas como unitario, por no sancionar una constitución…que además resultó una copia –buena o mala, es discutible- de la norteamericana!
Comparemos a esos confusos “historiadores del formalismo”, con la visión clara de San Martín, quien puso su espada a disposición del Don Juan Manuel, ofreciendo sus servicios para defender a Argentina de las agresiones que soportaba en los complicados años del gobierno de Rosas.
C.P.N. CARLOS ANDRÉS ORTIZ
Investigador de temas económicos y geopolíticos
Ex Investigador y Docente = Facultad de Ciencias Económicas = UNaM
Especialista en Gestión de la Producción y Ambiente – Fac. de Ing. = UNaM
Tesista de la Maestría en Gestión de la Energía = UNLa – CNEA
Docente de Economía – Esc. Normal 10 – Nivel Terciario
Docente de la Diplomatura en Geopolítica – Inst. Combate de Mbororé