En estos tiempos de memoria corta no se suele recordar que gran parte de la historia de la humanidad tuvo que ver con la búsqueda permanente y angustiosa para garantizar el alimento en cada comunidad. Agregando, además, que era responsabilidad de la autoridad política de cada lugar conseguir eso.
Buena parte de las guerras, hasta entrado el siglo 18, tuvieron que ver con resolver esa cuestión, ya que la población crecía a mayor ritmo que la productividad agropecuaria o la expansión de las tierras trabajadas.
El caso argentino es paradigmático. Su industria exportadora más antigua, la de la carne, no se desarrolló como un negocio capitalista, que teóricamente busca las mejores demandas a atender, sino como un abastecimiento sistemático y programado de alimento para el pueblo inglés. Las razas vacunas, los frigoríficos, el transporte primero congelado y luego refrigerado, las carnicerías de Manchester o Birmingham, constituyeron una cadena de producción en que la meta era poner carne barata en la mesa de los ingleses y como subproducto generaba un escenario equivalente para los consumidores argentinos.
Esta organización tuvo vigencia por más de un siglo, hasta la guerra de Malvinas, en que el bloqueo comercial inglés llevó a la actividad local a buscar otros destinos y a encontrarlos. En ese punto de quiebre conceptual, la cadena de exportación de carne dejó de ser un servicio de abasto trans continental, para pasar a ser un negocio, que buscó la rentabilidad máxima posible.
Ruego se advierta que lo comentado es paradojal. Cuando éramos una parte del suministro británico, nuestra carne bovina era espontáneamente más barata que cuando nos sumergimos en el mercado internacional global.
¿Qué enseña esta importante experiencia histórica sobre la posibilidad de contar con alimentos más baratos en nuestro país en el presente?
Esencialmente, que hay dos formas de producir alimentos:
Una, para cubrir una necesidad básica de la población (en el ejemplo de los ingleses).
Otra, para ganar plata.
La primera opción no quiere decir perder plata, como lo demostraron los frigoríficos ingleses y norteamericanos en el caso de la carne. Quiere decir priorizar el suministro del alimento, a valores accesibles.
Si quienes marcan el camino y lideran los sectores, eligen el camino de ganar plata ante todo, agárrate. Si superponen el mercado externo al mercado interno y buscan trasladar la mayor rentabilidad obtenida en el primero al segundo, agárrate con las dos manos. Si establecen alianzas de más de un segmento de las cadenas de valor, como la producción más la comercialización y además buscan rentabilidades que satisfagan a sus accionistas en bolsas de comercio internacionales, agárrate con manos y pies.
Todo esto sucede en la Argentina de estos tiempos.
¿Cómo se sale?
Ante todo, caracterizando adecuadamente el problema, sin esconder la basura debajo de la alfombra y fijando el eje de lo que se pretende hacer, porque el primer cruce de caminos muestra dos opciones:
- Pujar con quienes ven al suministro de alimentos a la población argentina como parte de un negocio mundial, para que hagan alguna concesión a consecuencia que este es el país donde están produciendo.
- Ayudar a construir cadenas de abastecimiento de alimentos que tengan como prioridad atender las necesidades de la población. Eso sí: obviamente sin necesidad de convertirnos en una colonia inglesa de nuevo.
La primera vía, que suma precios máximos o cuidados, suspensión temporaria de exportaciones, creación de fideicomisos por parte de los exportadores, para subsidiar los precios en el mercado interno, engendros como la ley de góndolas, es la elegida en los últimos 50 años. Es natural consecuencia de admitir validez general al axioma que sostiene que “quien pone una empresa lo hace para ganar plata”, expresado como motivo excluyente e indubitable.
La alternativa, la segunda opción, requiere información, pasión y paciencia. Todo eso, trabajando sobre algunos ejes básicos:
– Todo quien produzca para el mercado interno como prioridad, debe tener acceso a la tierra para obtener sus materias primas o debe tener acuerdos con quienes las obtengan, para contar con una elemental previsibilidad de costos. Un molino harinero debe producir el trigo que elabora o tener un contrato previo a la siembra con quien le abastezca el trigo. Así siguiendo.
– El tamaño del emprendimiento es poco relevante en términos de economía de escala. Por el contrario, para casos como el de la industria lechera y varios otros, los costos de logística para la materia prima y el producto final tienen tan alta incidencia, que las grandes procesadoras tienen costos mayores que las pequeñas. El costo en puerta de fábrica depende más fuertemente de las condiciones en que se accede a la materia prima que de cualquier otro factor.
– Un problema siempre presente -más allá de los límites de la fábrica- es la necesidad de consolidar la oferta de muchos pequeños productores para evitar costos descalificadores en la etapa de distribución y comercialización, especialmente por los cargos financieros que implica tener stocks distribuidos por una gran geografía como la nuestra. En consecuencia, las alianzas entre productores y una política de financiación muy barata de stocks de productos terminados, deben formar parte del conjunto de instrumentos a utilizar.
– Las frutas y verduras que se consumen sin procesamiento industrial generan los escenarios en que los productores se encuentran en mayor condición de fragilidad, ya que su producto tiene corta vida útil y cualquier defasaje entre oferta y demanda, sobre todo cuando la oferta es abundante, puede producir pérdidas importantes a quien trabaja la tierra. Esa condición de debilidad relativa tiende a convertirse en permanente, con la subordinación del productor a intermediarios que controlan las etapas siguientes, hasta el consumidor. Los dos extremos de la cadena -productor y consumidor- quedan expuestos a maniobras especulativas permanentes y sobre todo en tiempos de inflación alta, se puede pronosticar que son perjudicados con seguridad.
Las soluciones intentadas en el mundo a este problema son varias. Todas tienen en común vincular de manera efectiva a productores con consumidores. Una lista mínima, no excluyente:
d1: Cinturones hortícolas en cada comunidad, que minimicen los costos de traslado.
d2: Ferias de productores, que no solo eliminan todo paso intermedio, sino que otorgan a los productores información sobre el modo de orientar mejor su oferta.
d3: Convenios de producción entre huertas, granjas o tambos con grupos de consumidores y/o minoristas, que financian cada ciclo productivo desde el inicio, recuperando su aporte en producto, de una manera especificada en el acuerdo inicial.
d4: Compras masivas a cargo de alguna entidad público privada, que es luego la encargada de abastecer a los comerciantes minoristas.
d5: Producción a cargo de organizaciones comunitarias, ya sea del producto final – en el caso hortícola o frutícola – o de insumos – como en el caso de granos para producción de carne -, o incluso de productos con cadena más compleja, como la carne vacuna, aviar o porcina, que habiliten una integración comunitaria en una cadena con el fin definido y rotundo de abastecimiento popular, alejado del negocio que maximiza una rentabilidad.
El detalle anterior es ejemplificador de caminos posibles, pero a la vez los detalles nos hacen correr el riesgo de alejarnos de los conceptos básicos sobre los que se puede fortalecer y colocar en el centro de la escena un sistema de producción de alimentos para el mercado interno, que sea independiente de los negocios ligados al mercado internacional.
Esos conceptos, extraídos del detalle anterior, pueden resumirse así:
- Integración vertical de las cadenas productivas, desde la tierra a la mesa.
- Alianzas de productores y de éstos con la comunidad y los ámbitos públicos.
- Cadenas cortas que permitan llegar a la comunidad local, con ésta como participante activa en la producción y de allí, en círculos concéntricos, a ámbitos regionales y nacionales.
Estos atributos aplicados con tenacidad y de manera sistemática permitirán recuperar el abastecimiento de alimentos como una actividad emprendedora social, que actuando en el mercado, es un servicio a la comunidad.
El resto de la estructura actual de la actividad, hoy pensada y organizada como negocio, que se monta sobre valores que le permiten legitimar el acopio de zapatillas o útiles escolares o yerba en un galpón para especular con su precio de ocasión, tendrá varios grados de libertad para trabajar, a pesar de perder progresivamente su situación hegemónica.
Podrá fortalecer su actividad exportadora, eliminando o reduciendo sus lazos con el mercado interno.
Podrá participar de alianzas comunitarias, en paralelo con su actividad exportadora, a través de canales con lógica diferente.
En todo caso, habrá de ceder en beneficio del conjunto de la sociedad el derecho de definir qué comemos, cuándo y a qué precio.
Varios de los conceptos señalados hasta aquí son perfectamente opinables y hasta cuestionables, en la medida que se busca construir un escenario nuevo.
Tal vez lo único que ya no hay tiempo para seguir haciendo es ese juego facilista que considera que la manera de producir y distribuir alimentos en el país es la vigente y solo es posible discutir con las empresas hegemónicas. Como contraparte de esa simplificación aparece una y otra vez la pregunta, que duda de la capacidad de abasto del resto del sistema, por parte de aquellos que trabajan solo para el mercado interno, como si fuera cuestión de abrir un mueble y salieran las ofertas. Justamente, el estado de cosas actual bloquea esa posibilidad. Bastará tomar la decisión de conseguirlo para modificar el panorama gradualmente, aunque mucho más rápido de lo imaginado.
Si no entendemos las causas, incluso las causas históricas de los problemas; si no nos tomamos el tiempo para diseñar nuevas formas e implementarlas; NUNCA HABRÁ SOLUCIÓN.