Opinión

Derechos Humanos

La memoria del futuro: un presente de banderas

A 44 años de la Noche de los Lápices, reflexiones presentes de una juventud en movimiento

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Los 16 de septiembre, “La Noche De Los Lápices” suele recordarse como un suceso trágico de la historia en la que un grupo de jóvenes estudiantes secundarios que pedían el boleto estudiantil fueron secuestrados y desaparecidos por la última dictadura cívico militar en 1976. Sin embargo, la historia, el significado y la herencia de las y los jóvenes desaparecidos, es mucho más profunda e insta a la nueva generación a reflexionar acerca de sus propias prácticas, compromisos, sueños y sobre todo, luchas.
El 24 de marzo de 1976, se instalaría en Argentina una dictadura cívico militar, que gracias a años de lucha, se puede afirmar que es la última. A partir de esa fecha, hasta 1983 con el retorno de la democracia, militares de las tres fuerzas armadas en complicidad con civiles sobre todo del circuito empresarial y espacios de la iglesia, y en coordinación con un plan estratégico de dictaduras simultáneas en todo Latinoamérica comandado por Estados Unidos, utilizaron la persecución, la censura, el secuestro sistemático, la apropiación de niños y niñas, la tortura, la detención ilegal, el asesinato y las desapariciones como herramientas del horror para eliminar cualquier tipo de organización popular y así instaurar un plan económico terriblemente desigual y al servicio de intereses extranjeros.
En este marco es que las y los jóvenes desarrollaban su militancia; al contrario de lo que muchas veces se quiere hacer creer, ellas y ellos eran perfectamente conscientes del contexto que transitaban, justamente por ello es que a la corta edad de 16 años, redoblaban su compromiso político, porque si bien muchos de ellos y ellas habían participado de las manifestaciones en busca del boleto estudiantil en la primavera de 1975, ese no era su fin último, esa, aunque importante, era una más de las reivindicaciones. Ellas y ellos, querían cambiar el mundo.
Muchas de las y los estudiantes desaparecidos tenían filiaciones políticas partidarias, formaban parte de organizaciones locales y nacionales. Las y los jóvenes tenían grandes objetivos que incluían una Argentina sin desigualdad social, soberana políticamente e independiente económicamente, querían transformar el destino de su generación y el de las siguientes. Recordemos que para ese entonces, el peronismo y la Revolución Cubana, eran procesos muy recientes y el sentimiento revolucionario latía en las venas de la generación de los 70’. Muchas y muchos de los estudiantes desaparecidos desempeñaban tareas solidarias como asistencia en ollas populares, clases de apoyo escolar y alfabetización en los sectores más desprotegidos de la sociedad, participaban de la orgánica política de sus espacios y se formaban constantemente para tener herramientas políticas con las que transformar la realidad que las y los rodeaba.
La lucha, no solo era por el derecho a poder viajar de forma accesible a los establecimientos educativos, sino por un país justo para las grandes mayorías, idea que se oponía diametralmente al modelo de país de la última dictadura cívico militar, que, como denunciaba Rodolfo Walsh, militante montonero y periodista desaparecido, en su “Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar”, buscaba imponer la miseria planificada. Este contexto, no minimiza en absoluto los crímenes cometidos por el Gobierno Militar contra las y los estudiantes, sino que lo agrava.
El plan de exterminio de la dictadura cívico militar, no solo quería arrasar en el presente, sino que quería asegurar un futuro donde el modelo político de enriquecimiento de una pequeña porción de la oligarquía nacional y de intereses extranjeros y la miseria planificada, endeudamiento, y negación de cualquier tipo de derecho para las grandes mayorías; siguiera vigente. Este es el sentido que los militares y civiles implicados en la dictadura le dan a la apropiación y sustitución de identidad de más de 400 bebés; pero también a la desaparición sistemática de estudiantes que representan alrededor del 21%  y de jóvenes en general  que en la franja de 16 a 35 años representan el 80% del total de las y los 30 mil detenidos-desaparecidos.
Las y los jóvenes son quienes sientan las bases de las discusiones del presente y desde sus decisiones y compromisos, comienzan a construir el futuro. Por ello, para la dictadura era tan urgente eliminarlos y eliminarlas, porque eran la garantía de que aunque mataran y desaparecieran a miles de dirigentes y militantes gremiales, sociales, políticos, a artistas y periodistas, en pocos años surgirían nuevos dirigentes, nuevas políticas, nuevos gremialistas, nuevas artistas, que retomarían las banderas de justicia social.
Ese objetivo era el que movía a los grupos de tareas conducidos por el general Ramón Camps, la noche del 16 de septiembre de 1976, cuando secuestraron a seis estudiantes secundarios de La Plata: Claudia Falcone (16 años), Francisco López Muntaner (16 años), María Clara Ciocchini (18 años), Horacio Ungaro (17 años), Daniel Racero (18 años) y Claudio de Acha (18 años); quienes continúan desaparecidos. Fue el mismo objetivo con el que secuestraron también a Gustavo Calotti el 8 de septiembre, y el 17 de septiembre a Emilce Moler y Patricia Miranda; lo mismo con Pablo Díaz el 21 de septiembre, y con la extensa lista integrada por alrededor de 340 estudiantes secundarios en todo el país.
Uno de los capítulos más oscuros de nuestra historia, se escribió con la sangre de 30 mil desaparecidos, con la honda ausencia de miles de exiliados, con el dolor de cientos de Madres y Abuelas, con los nombres falsos de cientos de niños y niñas que al día de hoy se siguen buscando. Y sin embargo, las banderas que Videla, Massera, Galtieri, Viola, Bignone y tantos más sin nombre pero con picanas en la mano, intentaron enterrar, brotaron y florecieron en los años posteriores.
Brotaron, con el retorno de la democracia, con las y los jóvenes que pintaban siluetas en Memoria de las y los jóvenes desaparecidos, con las y los jóvenes que cortaron rutas para visibilizar el hambre y la exclusión, que se sentaron con delantal en la Carpa Blanca, que se organizaron en cada barrio para entre todos armar una olla, que salieron de a miles a Plaza de Mayo a pesar de la represión para sacar del Gobierno a quienes seguían condenando a la pobreza a millones pero en democracia, que con las banderas de justicia en la mano se hartaron y gritaron “que se vayan todos”.
Florecieron luego de años de “no te metas” cuando se reincorporaron masivamente a la política y comenzaron a votar a los 16, se organizaron en tomas de colegios y en miles de marchas para que no avanzaran sobre los derechos conquistados, levantaron la voz en contra de la violencia de género, comenzaron a gritar por la urgencia de un cambio en el modelo de producción que afecta al medio ambiente, pintaron “justicia” en las paredes por las y los desaparecidos en democracia, marcharon por los jóvenes asesinados cada 25 hs por gatillo fácil,  cantaron que a pesar de las bombas y los fusilamientos, los compañeros muertos y los desaparecidos, “no nos han vencido”.
Los lápices seguirán escribiendo siempre las juventudes se comprometan y participen activamente en su presente para la construcción de un futuro con memoria de aquellos y aquellas que aunque hayan intentado desaparecer, siguen vigentes en las banderas que se alzan por la igualdad, por la justicia social, por un mundo distinto, donde entren todos y todas y la juventud no solo tenga el derecho, sino la posibilidad concreta de soñar.
Así como hoy los lápices siguen escribiendo, la dictadura cívico militar también ha dejado herederos del horror. En los últimos meses las pequeñas marchas anti cuarentena, anti reforma judicial y anti intervención de Vicentin; han dejado ver personas con remeras con la cara de Videla; con consignas que vuelven el tiempo atrás y buscan sacarle derechos a las y los trabajadores; con discursos de odio, el mismo odio que empuño las armas contra obreros, médicos, niñas y niños, curas villeros, docentes, contra las y los estudiantes de la noche de los lápices.
A esas expresiones, hay que sumarles los intentos de desestabilización de la policía sobre todo bonaerense que rodeo de forma armada la Residencia Presidencial la semana pasada;  la desaparición forzada seguida de muerte de Luis Armando Espinoza, Francisco Valentín Cruz y Facundo Astudillo Castro en los últimos meses; y cuatro años donde el Gobierno de Mauricio Macri llevó como uno de los grandes objetivos terminar “con el curro de los derechos humanos” y llegó a encubrir abiertamente la desaparición forzada seguida de muerte de Santiago Maldonado y a felicitar a personajes como el policía Chocobar, que asesinó a un joven por la espalda.
Con estos hechos que atacan directamente a la democracia y con ella a la Memoria de las y los 30 mil desaparecidos, la consigna “Nunca Más” vuelve a escucharse vigente desde los ecos de la historia.
En los últimos días, también se ha desatado polémica por los dichos del Ministro de Seguridad Bonaerense, Sergio Berni, quien criticó fuertemente al sector de los derechos humanos, aludiendo que como no aceptaron una propuesta de trabajo en el área de asuntos internos de la policía bonaerense, “son puro bla bla”, no trabajan, incumplen sus roles en la función pública, y no se comprometen, entre otras frases por el estilo. Tras el fuerte repudio de los Organismos de Derechos Humanos, entre ellos, Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora y Abuelas de Plaza de Mayo, el Ministro pidió disculpas a los organismos por su cuenta de Twitter, aludiendo a que no se referia “ni a la historia, ni a las luchas de los organismos de DDHH, a quienes respeto, reconozco y admiro” sino “ a quien aprovecha esos espacios para construir su propia  trayectoria.”. Si bien la línea política de abordaje de los derechos humanos sigue siendo algo difusa en el gobierno a 10 meses de asumir la gestión, con 7 de esos meses que vienen siendo de pandemia, está claro que al menos en términos generales, el gobierno Nacional no seguirá con la línea de desfinanciar y vaciar los espacios de Memoria y las políticas de DDHH, sino, según lo que detalló el Presidente Alberto Fernandez el primero de marzo en la apertura de sesiones ordinarias, lo contrario.
La creciente tensión que desde los últimos años ha surgido en Latinoamérica con el Lawfare a ex presidentes y dirigentes políticos populares; el reciente golpe de estado en Bolivia, el conflicto en Chile, Ecuador y Brasil, los intentos de desestabilización en Venezuela, sumadas a las situaciones ya mencionadas en nuestro país, parecieran configurar otro “Plan Cóndor”, que es como se llamó a la estrategia encabezada por Estados Unidos para imponer el modelo económico neoliberal mediante dictaduras cívico militares en Latinoamérica en la década del 70’. Por ello, las juventudes deben estar más alertas que nunca, más comprometidas que nunca.
La ola verde feminista que comenzó su marea en 2015 a partir de las movilizaciones de Ni Una Menos; las nuevas expresiones culturales donde muchos y muchas encuentran la manera de denunciar injusticias; la preocupación generalizada por el medio ambiente, la gran conciencia sobre los derechos adquiridos; la voluntad de transformar las practicas políticas y los espacios de representación para hacerlos más inclusivos e igualitarios; el repudio a la violencia y a las estructuras patriarcales y capitalistas que en sí mismas excluyen a las grandes mayorías. Son marcas de una generación que ya ha comenzado a levantar sus grandes banderas; el próximo paso es comprender que no hay que esperar para transformar la realidad, las juventudes no somos el futuro nada más, también somos el presente y la memoria viva de nuestra historia; lo que sigue debe ir por el camino de la organización para poder forjar la utopía, para poder llevar las banderas de las y los jóvenes desaparecidos al horizonte que soñaron, para poder de una vez y para siempre, hacer un mundo justo trazado con los lapices, que nunca dejarán de escribir.