Sociedad

El efecto del covid

La pandemia, el impacto en el hábitat de la vida urbana

En medio del desarrollo de la pandemia reflexionamos sobre los efectos que creemos producirá o que incluso ya ha producido en nuestra sociedad, en nuestro hábitat. Como opinan los mejores especialistas, nadie sabe cómo sigue esta pandemia, cuándo termina, cómo termina, y si realmente termina alguna vez…

Hubo otras pandemias. La fiebre amarilla en la ciudad de Buenos Aires –en varios años: 1852, 1858, 1870, 1871– se repitió a lo largo de cuatro años… No es para asustarse, pero falleció el 10 por ciento de la población. Fue la pandemia más importante próxima en el tiempo y por ello la más conocida. Podemos mostrar los cambios que produjo en el hábitat. Dejó múltiples modificaciones: el barrio sur, entonces la zona más deseada y desarrollada de la ciudad, fue abandonada por sus habitantes. Quedaron las hermosas residencias vacías y se construyó una nueva centralidad en el norte de la ciudad. Más de la mitad de sus habitantes abandonó la ciudad. Los efectos demográficos fueron graves. La mortalidad afectó en mayor medida a afroamericanos e inmigrantes, quizás porque eran los más pobres y con peores condiciones de vida. Se crearon cementerios. Se dio impulso a la construcción de la red de agua potable y cloacas, y hubo avances en prácticas y equipamiento sanitario.

Eso nos hace pensar que esta pandemia, mucho más extensa –abarca a toda la población del mundo–, provocará cambios tanto o más profundos. Analicemos la situación actual: los paradigmas de la ciudad del siglo XX. En movilidad: primero fueron los trenes y el tranvía, luego el automóvil, modelo perfecto del individualismo móvil. Ello materializa o hace posible el vivir donde se desea y trabajar en otro lado, o estudiar, o tener esparcimientos también alejados. Acompaña a estas modificaciones materiales el cambio en las ideas dominantes en el planeamiento urbano, definiendo zonas de uso: viviendas en un lugar, en otro industrias, en otro esparcimiento, etcétera. Ese uso segregado del hábitat por su misma forma requiere de transportes públicos o privados eficientes, cotidianos, masivos.

Otro aspecto del modelo de hábitat es la densidad. El invento del ascensor, junto a otros avances tecnológicos, hizo posible la construcción de edificios en altura, lo que genera altísima densidad y concentración de habitantes, con espacios comunes de contacto frecuente. La ciudad del siglo XIX concentraba funciones en un mismo espacio físico: el banco tenía la vivienda del gerente en la planta alta, el comerciante o el industrial, cuando podían, construían su vivienda en el mismo lugar de su trabajo. Los trabajadores y las trabajadoras se desplazaban poco: en bicicleta, a veces en tranvía. El planeamiento casi inexistente aceptaba estas situaciones.

Ahora veamos las condiciones que impone la pandemia: trabajo, educación y hasta medicina son remotos… para todo el que puede. Se reduce la movilidad en transporte público y aumenta el uso del automóvil y otros medios individuales, complicando aún más los movimientos. Las reuniones y las aglomeraciones son fuente de contagio: el modelo de alta densidad no tiene respuesta para este conflicto. Pensemos en los ascensores, los pasillos, etcétera, como modelo de contactos hoy no deseados, peligrosos. No son ajenos a esta tendencia los espectáculos: conciertos, recitales, deportes, todos con enormes concentraciones donde la multitud es parte del espectáculo.

¿Cuáles son las modificaciones del hábitat que requieren estas nuevas condiciones? El trabajo remoto impone modificaciones en el uso de las viviendas, difícilmente adaptadas a la privacidad necesaria para trabajar, estudiar, etcétera. La vivienda, era pensada antes como el lugar de reposo, de recogimiento, y el trabajo y la diversión estaban fuera, en otros sitios. Para las y los más pobres, la calle o la plaza son sitios donde se viven las actividades más diversas. Para los demás: la fábrica, la oficina, el club o el gimnasio.

Con el crecimiento de la capacidad en las comunicaciones e Internet, se universaliza el acceso, y toman mayor importancia los subsidios a los grupos económicamente débiles. La norma que declara a la telefonía e Internet como servicio público es bloqueado por una justicia muy retrógrada, que dificulta la democratización del acceso.

La sensación de peligro por la proximidad y las aglomeraciones, o la falta de espacios verdes en nuestras grandes ciudades, impulsan a muchos y a muchas a mudarse de las zonas más densas a las periferias: una especie de huida a los barrios menos densos es la respuesta de los sectores con poder económico para concretarlo. Eso trae en consecuencia un aumento del tiempo de viajes, porque en muchos casos el trabajo sigue siendo en la ciudad centralizada, y un aumento del uso del automóvil. Estos habitantes, acostumbrados a una diversidad de servicios y de atractivos de la ciudad, poco a poco descubren que esa “fuga” a las periferias pone en evidencia la falta de equipamiento de servicios de esos lugares, y la dificultad de obtenerlos cotidianamente. La pandemia, primero con el encierro severo, y luego con el distanciamiento social, más el trabajo, el estudio y el esparcimiento remotos, los concentra en la vivienda. Muy pocas viviendas están pensadas para esta nueva funcionalidad, no solamente las de los pobres –de poca superficie y de poco espacio libre. Paradójicamente, las viviendas de la clase media y aun de sectores de la media alta no están proyectadas ni se pueden adaptar a estas nuevas funciones.

Más contradictoria es la situación global del hábitat: los viajes y los traslados para la educación son habituales. La imagen de la escuela a escala peatonal se ha perdido en las ciudades grandes. La especialización de los espacios en salud, esparcimiento o compras imponen desplazamientos significativos. Edificios de alta densidad ponen en contacto cotidiano a habitantes y visitantes en los ascensores y espacios comunes. Mientras las exigencias de salubridad ya parecen estar definidas: espacios al aire libre para reuniones; distanciamiento en todo momento; reducción de los contactos en espacios cerrados: transporte colectivo, oficinas, fábricas, espectáculos, etcétera; trabajo remoto. Las ciudades medianas y chicas aparecen como oportunidad de mejor respuesta ante las pandemias.

Ahora no es ocioso recordar que la fiebre amarilla se repitió a lo largo de cuatro años, con el último más mortal que los anteriores. Pensar que podemos volver a una normalidad estilo 2019 parece lejana en el pensamiento de los infectólogos y demás científicos. Los cambios deben ser orientados y apoyados por la gestión del Estado, en sus distintos planos, modificando leyes y reglamentos, ayudando económicamente las transformaciones, no solo con el desarrollo de las comunicaciones, sino también en la adaptación de la ciudad actual a los nuevos reclamos de una sociedad postpandemia.

Muchas actividades no podrán superar estos cambios y deberán modificar su ubicación en el espacio, su dimensión, sus instalaciones. Surgirán otras nuevas, y aquí tenemos la urgencia de cubrir vacíos legislativos y reglamentarios que impidan abusos o ventajas indebidas.

Estamos enfrentando un tiempo donde como sociedad tendremos que repensar las condiciones del hábitat: hoy, como nunca, la salud, la seguridad y el bienestar dependen del conjunto. No tienen soluciones individuales. El fortalecimiento del rol del Estado debe ser más amplio que el mostrado en los aspectos sanitarios y sociales, la asistencia médica y las vacunas. La salida de la pandemia está requiriendo más ayudas, más colaboración y más orientación para que los cambios que vendrán nos impulsen a construir una sociedad más justa y solidaria.