Opinión

La revolución de octubre en clave histórica

La revolución de octubre en Rusia fue un hecho político de repercusiones internacionales que marco el ritmo de las luchas políticas de todo el siglo XX.

LA GUARDIA ROJA EN PETROGRADO.

Por Nahuel Manes

La revolución de octubre en Rusia fue un hecho político de repercusiones internacionales que marco el ritmo de las luchas políticas de todo el siglo XX. Representó un intento de concreción de las ideas promulgadas por Karl Marx y la materialización real de la primera experiencia socialista del mundo que triunfo de forma exitosa, albergando en su seno una capacidad de proyección extensiva de importante potencialidad y transformación.

Desde su origen, la revolución abogaba por la expansión de la revolución proletaria a escala mundial y la sustitución del sistema capitalista por un nuevo modelo de sociedad menos traumática y destructiva. Fue por eso que este hecho se convirtió en un faro de referencia para los movimientos de liberación en el mundo que luchaban por el establecimiento de una nueva sociedad.

En cuanto a los factores generales que desencadenaron el proceso que llevo a la revolución, se debe tener en cuenta que la misma se produjo en un contexto marcado por la crisis de los valores de la sociedad decimonónica occidental europea. Valores que habían alumbrado durante el siglo XVIII y madurado durante el siglo XIX, al compás del crecimiento de la industrialización y los descubrimientos tecnológicos. La gran guerra mundial de 1914 sacudió los pilares sobre los que se había asentado este mundo de la llamada belle epoque, influenciado por las ideas positivistas de la evolución y progreso humano.

Situándonos en el clima de época, la sociedad occidental sucumbía sobre las llamas de la guerra. Es en este contexto, en el que en amplios sectores sociales de los estados nacionales de Europa y en los derrotados imperios prevalecía la creencia de que el sistema capitalista se hallaba en una crisis terminal. La revolución de octubre de 1917 vino de alguna manera a confirmar este diagnóstico. La repercusión internacional que esta tuvo, sumado a las condiciones sociales reinantes en cada país, fue lo que desencadeno una oleada revolucionaria europea caracterizada por huelgas, levantamientos y tomas de fábrica por parte de la clase obrera, cuya prolongación se dio hasta bien entrada la década del 20’.

En cuanto a los factores más particulares que incidieron en la revolución de octubre, se debe atender especial atención a la situación que Rusia atravesaba a principios del siglo XX. La dinastía Romanov, último reducto de la monarquía absoluta que aun perduraba en el viejo mundo, gobernaba un imperio de grandes dimensiones que comenzó a agrietarse debido a varias causas. Por un lado, la derrota rusa en la guerra con el Japón por la región de Manchuria, que significó un duro golpe a la legitimidad de la ya arcaica monarquía. Sumado a esto, las luchas campesinas y obreras fueron tomando mayor efervescencia, haciendo tambalear cada vez más el sistema político. La revolución de 1905 debe ser entendida dentro de esta clave, así como también la de febrero de 1917 que puso fin a la dinastía zarista. Este último acto encumbró a los bolcheviques, que acumularon cada vez más poder.

Lo que se manifestó luego de la caída del zarismo, fue una especie de dualidad de poder. Por un lado había un gobierno provisional y paralelamente a este sesionaba el soviet, que era la representación de los soldados, campesinos y obreros. Este logro de la hegemonía y capitalización del proceso político de febrero a octubre por parte de los bolcheviques que dominaban el soviet, se evidenciaba en el exponencial crecimiento de afiliados a su fracción que dominaba el partido socialista. Este hecho debe entenderse debido a que el gobierno provisional que había asumido después de la caída del Zar, no atendió ni hizo suyas las demandas del pueblo ruso, que buscaba una inmediata salida de la guerra mundial; en la que el país había sufrido aplastantes derrotas.

El campesinado se hallaba también en pie de guerra y clamaba la apropiación de la tierra. Dentro de este marco, las consignas de los bolcheviques de Pan Paz y Tierra -tan bien comprendidas y expresadas por el líder bolchevique Vladimir Ilich Lenin- ganaron cada vez más vigencia y aceptación.

De una u otra manera, la “toma del palacio de invierno” no fue más que una formalización del poder. Los bolcheviques ya habían logrado ganar al campesinado, los obreros y a el ejército. La gravitación de este poder iba en aumento a medida que se ganaba la adhesión en las calles.

Una vez sostenida la revolución y después de lograr una costosa paz con Alemania, que trajo el fin de la guerra, los bolcheviques se enfrentaron al desafío de una guerra civil apoyada explícitamente por las potencias occidentales, que incluso enviaron sus ejércitos. Aunque esa es otra historia.

Fuente: Resumen del Sur