Opinión

Por Francisco Pestanha*

Soberanía e identidad: Dos pilares fundantes del pensamiento nacional

El fenómeno histórico-cultural tal vez más significativo que aconteció durante el devenir de nuestros pueblos suramericanos es la irrupción en su seno de matrices epistemológicas como la que, en nuestro país, representó y aún representa la corriente de pensamiento que se ha autodenominado como “nacional”.

Surgidas al calor de la resistencia anticolonialista, tales matrices, durante el siglo pasado, influyeron con mayor o menor éxito en distintas experiencias políticas acontecidas en el subcontinente, cuya aspiración fue la de obtener los mayores niveles posibles de autonomía soberana.

En la Argentina, sin lugar a dudas, el Pensamiento Nacional ha contribuido a producir la doctrina, y además, ha realizado aportes sustanciales a la cosmovisión que nutrió a los dos grandes movimientos políticos y sociales acaecidos durante el siglo pasado: el yrigoyenismo y el peronismo.

Así, el Pensamiento Nacional, integrado a esa resistencia cultural, que a lo largo del tiempo fue expresando el pensar y el sentir de pueblos sujetos a tentativas de aculturación, constituye, como enseñaba Fermín Chávez, una verdadera epistemología de la periferia que aún, en la actualidad, tiene mucho para aportar a una Argentina que aspira a renacer nuevamente después de haber padecido una extendida segunda década infame.  

A pesar de su indudable influencia, la producción teórica de esta corriente no ha sido ni receptada ni profundizada como merece en el seno de nuestros ámbitos académicos, ni siquiera, salvo excepciones, constituida en objeto de estudio. Afortunadamente las nuevas generaciones comienzan a concentrase en ella y a exigir su mención y abordaje en dichos ámbitos. Algunas cátedras, haciéndose eco de tal demanda, han incorporado recientemente ciertas facetas en sus contenidos curriculares. Otras vienen realizando esta labor desde hace un tiempo en forma ciertamente imperceptible.

 Si bien el origen de esta matriz de pensamiento no puede circunscribirse de manera alguna a la producción conceptual acontecida durante el siglo pasado, la elección del 13 de noviembre para conmemorarla -fecha del nacimiento de Don Arturo Jauretche- habla de la importancia de la labor de una generación específica que llevó al Pensamiento Nacional a su cenit.  

Apelando a cierta cuota de arbitrariedad puede, sin lugar a dudas, establecerse el año 1930 como un hito significativo para comprender el desarrollo de esta corriente, ya que el derrocamiento del gobierno constitucional de don Hipólito Yrigoyen no solo iniciará una larga etapa de presencia política de la fuerzas armadas, en especial del ejercito en el poder, sino que coincidirá con una paulatina y ascendente conflictividad con el Reino Unido de Gran Bretaña, experiencia imperial surgida al calor de la Revolución Industrial, con la que la Argentina mantuvo durante más de siete décadas una relación, al decir de distinguidos autores, de tipo semicolonial.

Son tiempos, además, del surgimiento de una vigorosa y activa militancia nacionalista (aunque este fenómeno puede extenderse hacia principios del siglo XX), que se expresará no solamente en el campo del pensamiento, sino también en la historiografía.

La vertiente nacionalista presentó rasgos sumamente peculiares y diversificados, destacando la circunstancia no menor que alguna de sus voces más resonantes  emergieron desde los mismos sectores dominantes.

Siguiendo a Daniel Enrique Antonio Campi[1], en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial empezaron a resonar fuertemente en nuestro país diatribas contra el orden político imperante, ataques que, en cierto sentido, respondieron al impacto generado por la llegada del yrigoyenismo al poder.  Algunos nacionalistas, a fin de construir su ideario, se harán paradójicamente eco de versiones ideológicas importadas acríticamente para fustigar el ascenso de la “chusma” al poder desde una perspectiva ciertamente aristocratizante.

Miguel A. Scenna, citado por Campi, describe esta circunstancia con notable precisión : “Desde 1916 los que se consideraban custodios de la tradición por derecho de herencia estaban desplazados del poder por el radicalismo (…) Surgió entonces una suerte de pensamiento que, renegando del radicalismo y de la inmigración, terminó renegando también de la democracia.  Extasiados con Primo de Rivera y con Mussolini  y (….) nutridos intelectualmente por Charles Maurass, crearon un ideario que tomó el nombre del nacionalismo”[2].

Algunos sectores inscriptos en esta corriente centrarán sus reflexiones en una  cerrada visión hispanista, fundarán su diatriba afirmando que la Nación existió pero fue derogada después de la batalla de Caseros, y plantearán un inviable retorno hacia el pasado. Perón, en alguna oportunidad, les asignará el mote de “piantavotos de Felipe II” en referencia al monarca español durante cuyo reinado la hegemonía española llegó a su apogeo.

Otros experimentarán un nacionalismo de cierto corte hispanista pero orientado hacia la Doctrina Social Cristiana, corriente que resultó de por sí  bastante fecunda. Por su parte, autores como Leopoldo Lugones, desde una perspectiva nativista y persiguiendo una orientación nutrida de tópicos originales, se transformará en uno de los intelectuales emblemáticos del ideario nacionalista, aunque enrolado lamentablemente en un elitismo inconducente  y ciertamente ingenuo.

El pacto Roca Runcimann, suscripto en 1933, permitió visibilizar la verdadera relación que anudaba forzosamente  el destino de nuestro país al de la metrópoli (Gran Bretaña) ya que legó, en manos de estos últimos, el comercio exterior y otorgó al capital inglés privilegios inaceptables. Además dicho pacto vino a poner en duda la idea misma de una Argentina soberana, impulsando a autores como Julio Irazusta, Ramón Doll y José Luis Torres a inscribirse en un acérrimo anticolonialismo. La obra  de Julio Irazusta “La Argentina y el imperialismo británico. Eslabones de una misma cadena 1806-1833” constituye aún hoy un hito revelador en la literatura antiimperialista.

Comenzará, así, la lucha contra el imperialismo real.

Las circunstancias imperantes estimularán a muchos jóvenes a inscribirse en esta batalla, y con el paso del tiempo el anticolonialismo irá generando instancias organizativas altamente significativas, originales y trascendentes como la de FORJA (Fuerza de Orientación Radical para la Joven Argentina), orientadas por Manuel Ortiz Pereyra, Homero Manzi, Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortíz. Pero además surgirán otras versiones caracterizadas como nacionalistas de izquierda enrolándose en ellas figuras legendarias como Jorge  Abelardo Ramos y Juan José Hernández Arregui. En relación a esta última tendencia, las enseñanzas de Manuel Ugarte resultan altamente significativas y su americanismo inspirará a todo el Pensamiento Nacional.

Pero no solo el anticolonialismo caracterizará la producción de ese nacionalismo popular ya emergente. El Pensamiento Nacional, incorporando al pueblo como elemento nuclear de la Nación, irá inmiscuyéndose en una cuestión que es capital para la comprensión de lo argentino: la cuestión identitaria.

Fermín Chávez, en un opúsculo lamentablemente olvidado,[3] ha sostenido con certeza  que Fray Francisco de Paula y Castañeda, Manuel Ortíz Pereyra,  Ernesto Quesada, Leopoldo Lugones, Manuel Ugarte, Ricardo Rojas, Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche y Manuel Gálvez, entre otros, abordaron, desde diversos matices, la cuestión nacional citando en esa obra una brillante reflexión de Ugarte datada en 1912: ¡Somos indios, somos españoles, somos latinos, somos negros, pero somos lo que somos. No queremos ser otra cosa!

Estas y otras apreciaciones altamente valorativas sobre nuestra composición mestiza resultarán cruciales en momentos que algunos obtusos denunciaban a la  Argentina desintegrada por una inmigración aluvional con su consecuente infortunio: la pérdida de identidad.

Scalabrini Ortiz por su parte rescatará a esta Argentina inclusiva y mestiza,  concibiendo un neologismo para describir el proceso de interacción e integración de culturas que se operaba en América y en especial en nuestra Argentina: lo multígeno.

Las razones antedichas llevaron a Fermín Chávez, tiempo después, a acuñar un epigrama definitivo que aún nos desafía a la reflexión: ¡Los indios somos nosotros, los criollos somos nosotros, los gringos somos nosotros!

 

¡Al final, identidad es lo que nos sobra!

 

 *Francisco José Pestanha es docente, escritor y ensayista. Dirige el seminario de “Introducción al Pensamiento Nacional” en la Universidad nacional de Lanús.

 

[1] CAMPI: Daniel Enrique Antonio: “El nacionalismo Hispanoamericano de Raúl Scalabrini Ortiz”. En actas del Congreso Internacional de Historia de América. Córdoba Marzo de 1987.

 

[2] SCENNA, Miguel Ángel; “Los que escribieron nuestra historia”. La bastilla. Buenos aires 1976.

 

[3] CHAVEZ: Fermín: Lo Argentino como producto Histórico. Opúsculo de difusión gratuita. 2004.