Sociedad

Homenaje a cuatro militantes comunistas

Los camaradas que murieron sin hablar

El 20 de mayo de 1977, un grupo paramilitar asaltó la sede del Comité Capital del Partido Comunista, llevándose a siete militantes. Detenidos y torturados todos por igual, sólo tres de ellos recuperarían su libertad. Anoche, sus camaradas les rindieron un cálido y emocionado homenaje en el mismo lugar donde se los vio con vida por última vez.

 

Carmen Candelaria Román; Juan Cesáreo Arano; Luis Justo Cervera Novo y Ricardo Isidro Gómez nunca más aparecieron. “Carmencita” Román era una dirigente comunista de Barrio Centro y Congreso. Había realizado una importante labor político-social en diversas instituciones populares y con habitantes de inquilinatos y pensiones, a la vez de haber desplegado su actividad con obreras, empleadas y vecinas del barrio.

 

“César” Arano era un activo militante del gremio del seguro. Ex delegado general en la empresa Aconcagua, había sido impulsor de la huelga bancaria y del seguro de 1958/59. Dirigente del Comité de Huelga y de la comisión por la Reincorporación de Cesantes había sido detenido por obvias razones políticas en más de una oportunidad.

 

Luis Cervera Novo era catalán. Nacido en Barcelona, sin embargo había optado por la nacionalidad argentina. Obrero desde muy chico, militó gremialmente en una empereza textil, aunque luego pasó al gremio de la construcción. Destacado dirigente del PC de Lanús, en los últimos tiempos había colaborado mucho con el Comité Provincial y, luego, con el Comité Central. 

 

Ricardo Gómez tenía sangre comunista desde la cuna, al punto que sus padres eran viejos militantes del PC. Obrero de la construcción primero, luego electricista, fue un activo militante en los barrios de Liniers y Caballito. Tenía todas las condiciones del militante abnegado; era de aquellos que dedicaban toda su vida al partido.

 

Ninguno de ellos empuñaba armas ni integraba una organización guerrillera, algo que no les importó mucho a sus secuestradores, y menos aún a sus torturadores y a sus verdugos. En verdad, en aquellos días oscuros no había mucha diferencia entre ser un combatiente o un luchador político o social: para los dueños del terror, todos eran “zurdos” y merecedores del mismo “tratamiento”.

 

Jorge Bevilacqua era en aquel tiempo un muy joven integrante del PC. Por razones de azar, o circunstancias de la vida política, militaba con Cesáreo Arano. “Yo conocí más a ‘César’ y traté un poco a Cármen Román –recuerda al dialogar con El Mensajero Diario-, pero bebí en el espíritu de esa época en la cual creíamos que formábamos parte de un ejército internacional de revolucionarios. Y que la revolución pasaba como eje por el Partido Comunista y por todo lo que hacía el partido como tal”.

 

Jorge agrega que esa era en verdad la creencia de los comunistas argentinos de aquella época: “El faro de la Unión Soviética, el campo socialista, los movimientos de liberación…”. También reconoce que a partir del golpe del 24 de marzo vivían “una situación de mucho terror”. Y cuenta: “Teníamos que avisar a qué hora llegaríamos a nuestra casa por las noches, cambiar los lugares donde nos reuníamos y encontrarnos clandestinamente en lugares públicos”.

 

Sin embargo, recuerda que aún en esas difíciles circunstancias, con su camarada Arano “habíamos encontrado muchos espacios para establecer una relación humana y tener un trato de compañeros, relación por la cual yo pude descubrir muchas cosas de la historia argentina. Él me orientó mucho en la lectura y en la vida, porque yo era muy joven y no tenía ninguna experiencia importante”. Y añade: “Carmencita, una vez me planteó la necesidad de estudiar, como una cosa perentoria”.

 

Jorge explica por qué ninguno de ellos había tomado las armas: “Teníamos la idea de que la revolución iba a darse como un acto insurreccional y el planteo era que había que acumular fuerzas, por lo tanto no estábamos de acuerdo con la lucha armada; pensábamos que eso en vez de sumar, restaba. Pero sabíamos quién era nuestro enemigo y sabíamos que si caíamos seríamos hombres muertos aunque no empuñáramos un arma”.

 

El militante –que sigue siendo comunista pero ya no integra el PC- agrega que esa cuestión del peligro inminente los obligaba a hablar mucho a él, a Cesáreo y al resto de sus camaradas: retener números telefónicos y direcciones en la memoria para no llevar agenda; construir una vida artificial para poder militar y estar listo para ser interrogado por los militares en cualquier lugar sin correr el peligro de “pisarse” y caer detenido.

 

A la hora de definirlos, tanto a “César” como a “Carmencita”, Jorge no duda en asegurar que fueron “una parte de mi vida y los llevaré para siempre conmigo”. Aunque tal vez lo más importante –sobre todo en aquellos días- sea el hecho de que, ya detenidos Arano, Román y los otros dos militantes, tanto Jorge como el resto de sus camaradas tenían una tranquilidad. “Los camaradas no van a hablar”, se decían entre ellos. Sabían del peligro que correrían todos, si los detenidos los nombraban. No se equivocaron. 

 

Porque a pesar de los golpes, de las vejaciones; a pesar de las torturas y del terror, Carmen, “César”, Luis y Ricardo, los camaradas, murieron sin hablar.