Actualmente jubilado y radicado en Carolina del Norte (EE. UU.), Bob Cox regresó una vez más a Argentina acompañado por su inseparable esposa Maud Daverio -con quien lleva más de cinco décadas de matrimonio-, y dedicó un rato, antes de la proyección del documental, a narrar con su fluido castellano, teñido por un inconfundible acento anglosajón, las vivencias de su extensa carrera periodística.
¿Por qué decidió dedicarse al periodismo?
Para escribir y vivir de la escritura. Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando tenía 17 o 18 años, decidí ir al diario local del suburbio londinense donde nací y comencé a trabajar gratis para ellos. Empecé como corrector, haciendo obituarios y llevando mensajes y placas para las fotos. Me gustó muchísimo, y me quedé en el periodismo, que fue mi educación, porque no fui a la universidad hasta muchos años después, cuando me dieron una beca para Harvard. Después tuve que hacer dos años de conscripción en la armada inglesa y estuve en la Guerra de Corea. Cuando volví empecé a pensar cuál era la mejor manera de viajar por el mundo sin plata. Entonces vi un aviso para el Buenos Aires Herald. Conseguí el puesto y llegué a la Argentina el 4 de abril de 1959.
¿Cómo fueron sus inicios como periodista en Argentina?
Empecé trabajando como redactor en el Herald. Llegué a Argentina un poco por coincidencia. Mi padre siempre había querido emigrar a Argentina. Él era oficial de radio en transatlánticos, y cuando desembarcó en Buenos Aires, en el año 1938, vio una ciudad magnífica y un país que para él representaba el futuro; entonces trató de convencer a mi madre de emigrar, pero ella era muy inglesa. Dio la casualidad que años más tarde yo vi el aviso del Herald en la revista World’s Press News y pensé que sería fantástico. Mi idea original era trabajar un tiempo acá y después viajar por el mundo. En ese entonces era posible encontrar trabajo en diarios de habla inglesa por todo el mundo donde habían quedado antiguas colonias del Imperio Británico. Pero todo cambió cuando nos encontramos (sonríe mirando a Maud). Nos conocimos en una fiesta y entonces decidí quedarme. Nos casamos y formamos nuestra familia en Argentina. Tuvimos cinco hijos: Victoria, Robert, David, Peter y Ruth. Hoy ya están todos grandes.
Después de que lo nombraran editor en jefe del Buenos Aires Herald, introdujo varios cambios en la dinámica del periódico. ¿En qué consistieron esos cambios?
En 1968 me nombraron editor en jefe. El Herald, al principio, era más bien un diario internacional, para lectores de muchos países -especialmente diplomáticos de embajadas y viajeros-, gente que hablaba en inglés. El diario no estaba enfocado sobre Argentina en sí, sino que era conocido por su cobertura de noticias internacionales. Pero algunos colegas del Herald y yo empezamos a interesarnos por lo que pasaba en el país y a escribir sobre noticias locales. Antes del golpe de Estado (1976) había un problema con el periodismo en Argentina, porque muchos periodistas eran poco éticos y no siempre reflejaban la realidad.
Durante la última dictadura militar, el Buenos Aires Herald fue uno de los pocos medios de comunicación que denunció abiertamente las violaciones a Derechos Humanos cometidas por el terrorismo de Estado. ¿Por qué cree que la mayoría de los medios de comunicación no informaban sobre las desapariciones de personas?
A lo largo de esos años hubo un gran silencio en Argentina, y nos encontramos con que nosotros éramos unos de los pocos que informaba sobre lo que pasaba en la dictadura. No éramos los únicos porque hubo otros diarios, pero todos chicos como The Southern Cross (un diario de la comunidad irlandesa). Pero los grandes medios decidieron guardar silencio. Todavía no tuvimos una explicación de su parte y yo creo que es importante que ellos mismos investiguen su pasado. Es importante que los grandes medios expliquen por qué decidieron no contar lo que pasaba, o por lo menos publicar una carta de alguna de las madres que buscaban a sus hijos. Tienen que explicar por qué no cumplieron con su deber de informar.
¿Cómo fue que tomó conocimiento de lo que estaba pasando?
La primera semana después del golpe recibimos una carta, enviada a mi colega Andrew Graham-Yooll, de una pareja que nos escribió porque nosotros publicamos en el diario un aviso fúnebre de un hombre que apareció muerto en una zanja. Fuimos a verlos a Zárate y nos contaron que esa persona, que era jefe de un laboratorio, había sido llevado por un grupo de uniformados. Era sospechado únicamente por haber ido a la universidad a buscar su doctorado en Química y por reunirse con otros estudiantes. Se lo llevaron y lo torturaron hasta matarlo. Después trataron de cubrir todo. En el velatorio pasaron los famosos Ford Falcon sin patente tirando panfletos fraudulentos con la firma de Montoneros diciendo: “El señor ha sido ajusticiado por ser traidor a nuestro movimiento”. Un día me llamó Monseñor Kevin Mullen, que solía ir con una lista de desaparecidos a pedirles información a los militares sobre su paradero, y me contó que un señor le había confesado: “Me llevaron los militares y me torturaron exigiéndome que les diera el nombre de “la Orga” (en referencia a la organización Montoneros); entonces yo les di los nombres de la personas más respetables que conocía, y ahora ellos han desaparecido”.
¿Cree que la sociedad argentina en general tenía algún conocimiento de la realidad o estaba totalmente desinformada?
Hubo mucho miedo. Al principio la gente tenía miedo de las guerrillas; después de la Triple A, que era la respuesta para reprimir las guerrillas; y por último al régimen militar, obviamente con apoyo de muchos civiles importantes. Era obvio lo que estaba pasando porque estaban secuestrando personas a plena luz del día. Pero la gente decidió no ver. Siempre me pareció difícil entender por qué en Alemania el régimen nazi mató a seis millones de personas y el pueblo alemán no hizo absolutamente nada, y es porque cuando la gente no quiere ver lo que pasa, no ve. En Argentina pasó lo mismo. Y cuando no hay periodismo para informar, es más terrible.
¿Cómo fue su acercamiento a Madres de Plaza de Mayo y qué lo impulsó a asistir a las rondas?
Al mismo tiempo que era director del Herald, trabajaba como corresponsal del New York Times, del Washington Post y de Newsweek. Un día estaba yendo al edificio SAFICO- sobre avenida Corrientes-, donde estaban todas las agencias de noticias extranjeras, para enviar mis notas y se me acercó una señora pidiéndome ayuda porque estaba buscando a su marido. Ella me dijo que había rumores de que se podía conseguir información sobre detenidos en una oficina de Casa Rosada si se llegaba a las 8 de la mañana. La gente, desesperada, se congregaba toda la noche en Plaza de Mayo para conseguir un turno. Una noche fui y me reuní con ellos -al principio eran 20 o 30 personas, después fueron cada vez más-, y ahí me enteré de los primeros esfuerzos de los familiares de desaparecidos para organizarse para conseguir información, porque era imposible ya que solo daban 10 turnos por día. Como en el Herald estábamos haciendo editoriales traducidos al castellano, la gente se dio cuenta de que estábamos informando. Al principio yo salía a buscar a la gente para conocer sus historias y escribir notas, pero después ellos comenzaron a acercarse al diario para explicarnos lo que pasaba. Las madres de desaparecidos venían a buscarnos. Al final el diario parecía un consultorio médico. Fue después de un tiempo que las Madres decidieron hacer las rondas. Para nosotros era importante tener un periodista en el lugar para tener testimonios, hasta que uno de nuestros cronistas fue detenido. A partir de eso, iba yo mismo.
En medio del clima de terror e incertidumbre que se vivía, ¿por qué usted decidió publicar denuncias sobre secuestros ilegales, aun sabiendo que podía sufrir represalias?
Me di cuenta de que era posible salvar vidas publicando los nombres de los desaparecidos. Eso era lo más importante. Obviamente, a los militares no les gustó eso. Yo le dije a (al Ministro de Interior de entonces) Harguindeguy: “Tengo una lista de nombres y no es que quiera publicarlos, pero mientras no aparezcan es necesario hacerlo; si salen, no hay ningún problema y no voy a seguir publicando más”. Una vez hice una nota sobre una madre que buscaba a su hijo. A él ya estaban por trasladarlo, y cuando salió su nombre en el diario, no sabemos exactamente cómo, los oficiales fueron a preguntarle enojados por la publicación y él contestó: “Es un diario inglés, yo no sé hablar inglés”. Y después lo liberaron.
Robert Cox está de pie en el Espacio de Memoria y Derechos Humanos. Está parado en Detrás suyo hay una gigantografía que muestra a Madres de Plaza de Mayo protestando por la aparición de sus hijos.
“Cuando la gente no quiere ver lo que pasa, no ve”, dice Robert Cox en relación al silencio civil ante las atrocidades de la última dictadura.
Hace poco se conocieron unos audios inéditos de una entrevista que usted le realizó al Ministro de Interior de la dictadura, Albano Harguindeguy, donde prácticamente admitía que las decenas de periodistas desaparecidos habían sido asesinados.
Yo siempre tuve una lista de aproximadamente 60 periodistas desaparecidos. Un día, poco antes del mundial del 78, Harguindeguy convocó a varios editores y periodistas a una conferencia de prensa más o menos para decirnos que nos portáramos bien, porque los ojos del mundo iban a estar sobre Argentina. Yo tenía mi grabador, que en ese entonces era un aparato enorme como una caja de zapatos, y lo seguí a su oficina con la intención de preguntarle por los periodistas desaparecidos. Él me respondió: “Yo no soy Jesús; no puedo decir ¡Lázaro levántate!”. No me di cuenta hasta mucho más tarde de que todo el tiempo había tenido el grabador encendido. Hasta ese momento no sabía que estaban asesinando a los detenidos, que en Argentina había máquinas de exterminio. Nosotros pensábamos que iba a ser como los anteriores golpes de Estado, que los estaban reteniendo para después liberarlos o enjuiciarlos, pero los estaban matando casi desde el principio. Esa frase del ministro fue tan clara como una confesión.
Muchos periodistas también fueron víctimas de persecución. Más tarde, usted viviría en carne propia la represión. ¿Cómo fue esa experiencia?
Cuando me detuvieron, me llevaron a un nexo de la Policía Central. En la entrada había una esvástica cubriendo la pared, la insignia del nacional-socialismo. Para mí era una repetición del nazismo. Estuve cuatro días detenido, pero quería quedarme más tiempo para averiguar más. Me encerraron en una especie de tubo y desde ahí escuché los gritos de personas bajo tortura. Afuera hubo una reacción inmediata porque el diario era reconocido en el exterior (a lo que Maud agrega: “Inglaterra, Francia y Estados Unidos intervinieron enseguida. Llamaban todo el tiempo a la Embajada argentina, los volvieron locos”). Después me fueron pasando de una celda a otra, hasta que al final me pusieron en una celda grande que llamaban “Sheraton”, que era una especie de “cárcel VIP”, donde en un momento también estuvo (Jacobo) Timerman. Al final me liberaron.
En 1979 usted y su familia tuvieron que exiliarse del país. ¿Cómo llegaron a esa situación y cómo siguió su vida en el exilio?
Finalmente tuvimos que salir del país, después de muchas amenazas. Primero pusieron una bomba en la casa de un amigo nuestro que nos avisó que los militares estaban hablando con mucha furia sobre el Herald. Pensamos que estaban todos muertos, pero por suerte él y su familia se salvaron. Fuimos a verlo y antes de volver llamé a casa y mi hijo me advirtió que no volviera porque me estaban buscando. Ahí decidí salir del país por un tiempo. Tuve que separarme de mi familia porque yo era un peligro para ellos. En un momento trataron de secuestrar a Maud. Después regresé y nos quedamos seis meses más hasta que le enviaron una carta a mi hijo Peter, de 11 años, amenazándonos de muerte a todos. Ahí tomamos la decisión de irnos. Tuvimos que exiliarnos en Europa, pero siempre quisimos volver en cuanto los militares llamaran a elecciones. Más tarde nos instalamos en North Carolina. Durante el exilio, en un momento participé en un programa en Nueva York donde expuse la situación de Argentina. Ahí conocí a un ex agente de la SIDE que me pidió ayuda para conseguir asilo político en Estados Unidos y que me explicó el plan que tenían los militares para matarme. La idea era que cuando yo saliera a trabajar, iban a liberar a unos agentes montoneros presos e iban a montar un simulacro de enfrentamiento para ejecutarnos a todos y después decir que me habían matado los montoneros. Era un plan bastante inteligente.
El documental El Mensajero, dirigido por Jayson McNamara, retrata su trayectoria como periodista y reconoce la importancia del Buenos Aires Herald como uno de los únicos medios que se enfrentó a la dictadura. ¿Cuál fue su impresión del documental?
Para mí es muy bueno porque es totalmente honesto, que es lo más importante. Ellos han conseguido lo más cercano posible a la verdad y encontraron material inédito facilitado por estaciones televisivas extranjeras que nadie había visto en Argentina. Para mí, ver el documental es como volver a vivirlo exactamente como era; no es volver al pasado sino traerlo al presente. Creo que es una obra de arte, porque tiene tanta simpatía, especialmente para las Madres. Es un gran homenaje para ellas. Estoy seguro de que si no hubiese sido por esas mujeres, los militares habrían sido mucho peores porque ellos les tenían miedo al coraje de las Madres.
El director McNamara describió su obra como “la historia de cómo cuatro locos jaquearon al poder a través de la verdad”. ¿Usted cómo describiría la labor del Herald durante la dictadura? ¿Diría que funcionó como la voz de las víctimas de la represión?
Sí, porque las víctimas y los familiares no tenían voz. Había un gran silencio y nadie los escuchaba. Tenemos amigos que salieron de la ESMA por las historias que publicamos.
Usted recibió varios premios por su labor periodística y en 2010 fue declarado Ciudadano Ilustre por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires por su lucha en defensa de los derechos humanos ¿Cómo sintió esos reconocimientos?
Estaba muy sorprendido. No me gusta mucho eso de que me destaquen, porque hubo mucha gente que trabajó conmigo y es importante que los reconozcan a ellos también. Fue muy lindo sentir que, aunque no nací en Buenos Aires, ahora era parte de la ciudad. No tanto por la parte de “ilustre”, pero sí que me reconozcan como ciudadano.
Tomando en cuenta su propia experiencia, ¿cómo puede un periodista ejercer su función de informar a la sociedad en un clima de persecución y censura?
La censura no es ningún problema, porque de una manera u otra uno puede comunicarle a la gente publicando una foto o algo. El mayor problema es la auto-censura, cuando los periodistas mismos deciden callar. Obviamente, es muy difícil porque los periodistas comunes también son víctimas. Yo tuve la posibilidad de hacer lo que hice porque era director del diario, pero no es fácil. Los periodistas no pueden silenciar la información.
¿Cuál es el rol del periodista en la defensa de los Derechos Humanos? ¿Qué mensaje les daría a quienes hoy se dedican al periodismo?
Hay que informar siempre con total honestidad. Hay que separar las opiniones políticas. El deber de un periodista es informar a toda costa, sea en un gobierno que le guste o no, sin pensar en ideología. Y cuando se trata de Derechos Humanos, tenemos que obviar la grieta y todos los periodistas tenemos que trabajar unidos. Los periodistas tienen que ser los guardianes del pueblo, ese es nuestro rol. Yo creo que el periodismo no es una profesión, sino una vocación. Tenemos que defender a la gente, porque ahora sabemos que en Argentina, cuando no hay periodismo, la gente está indefensa. Es parte del deber del periodista defender los Derechos Humanos.
Fuente: ANCCOM