Entrevistas

Dolor soberano

La agenda post electoral marcada por la búsqueda irrefrenable de un acuerdo con el FMI, desnuda la salud que goza el concepto de soberanía en esta extraviada coyuntura. Lecciones de nuestra historia y advertencia de las urgencias de un presente marcado por un dolor social insoportable.

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Que la política y la matemática no andan siempre de la mano, no es ninguna novedad. Como tampoco, para ser estrictos, trajo novedad alguna el resultado registrado en las urnas en la última elección. Lo que quizás arrima sorpresa, es el repentino consenso que alcanzó el acuerdo con el FMI por parte del gobierno nacional, justo en noviembre, mes de nuestra soberanía.

 

Celebración de la historia

Paradójicamente, el 20 de noviembre de 1845 tuvo lugar la batalla de la Vuelta de Obligado, en cuyo recuerdo, se celebra el día de la Soberanía Nacional. La gran particularidad de aquella batalla, es que las fuerzas de la Confederación Argentina fueron derrotadas.

En efecto, las dos potencias imperiales de la época, Francia y Gran Bretaña, remontaron el Río Paraná con naves de guerra y mercantiles. El objetivo era imponer la libre navegación de nuestros ríos interiores.

Encontraron la firme decisión política del brigadier general Don Juan Manuel de Rosas, gobernador de la provincia de Buenos Aires y encargado de las relaciones exteriores de aquella Confederación Argentina de ofrecer resistencia. En el terreno, se enfrentaron con las fuerzas de la Confederación encabezadas por Lucio Mansilla, quien colocó barcas enlazadas con cadenas para impedir el ingreso de las potencias extranjeras.

Los obstáculos fueron vencidos por la flota imperial. La batalla terminó en una derrota para las fuerzas nacionales. Pero la resistencia de aquellos patriotas, impidió que las potencias pudieran celebrar una victoria.

De hecho, las potencias extranjeras que invadieron nuestros ríos no pudieron concretar su objetivo de imponer el libre comercio en nuestras tierras, ni la libre navegabilidad de nuestros ríos. Por su parte, las luchas internas fueron puestas entre un breve paréntesis para enfrentar a un enemigo externo como antes había sucedido en las guerras de la independencia.

En ese contexto, tuvieron lugar los combates de Paso de los Toneleros, San Lorenzo y Angostura del Quebracho, del 3 de junio de 1946, allí donde las potencias extranjeras decidieron cesar su pretensión colonial y resguardar sus intereses para ser concretados con el paso del tiempo.

 

El paso del tiempo

En pleno siglo XXI, por las aguas de nuestros ríos se desangra nuestra soberanía. Por allí se concentra el 80% de nuestras exportaciones, desde puertos controlados por grandes consorcios extranjeros, para rentabilidad excluyente de un puñado de grupos económicos multinacionales.

La voluntad expresada en expropiar Vicentín para que el Estado Nacional ponga un pie en un comercio exterior que arroja números escandalosos de contrabando y evasión fiscal por parte de grupos económicos extranjeros, terminó por diluirse en un retroceso significativo para el movimiento nacional.

Lo mismo sucedió con la oportunidad de crear una empresa pública para gestionar la mal llamada Hidrovía. Lejos estamos de consolidar una posición que reivindique la sangre derramada en esos mismos ríos por los patriotas de Obligado.

 

Un problema soberano

Los debates soberanos, como se advierte, tienen una actualidad extraordinaria en una Argentina a la que le duele tanta pobreza y desigualdad.

Más aún, si advertimos que existe un consenso político abrumador para alcanzar un acuerdo con el FMI que condene a la Argentina a décadas de condicionamientos económicos. Un consenso en la dinámica de los partidos con representación electoral, que dista mucho de las necesidades y las expectativas populares.

Tal y como venimos repitiendo en forma insistente desde las páginas de InfoNativa, ha quedado sepultada en el pasado la voluntad de denunciar la ilegalidad e ilegitimidad del préstamo otorgado por el FMI.

De aquella denuncia penal que ordenara Alberto Fernández, pasando luego por el informe del BCRA indicando que la deuda externa contraída por Macri fue utilizada para fugar capitales, para luego llegar a la exigencia de quita de capital e intereses dirigida por Cristina Fernández de Kirchner, se termina en las declaraciones que expresara ayer el Ministro de Economía Martín Guzmán: “La negociación con el FMI tiene el respaldo de todo el Frente de Todos” y “queremos resolver el acuerdo antes de fin de año”.

En efecto, tras la edificación artificial de un clima eufórico tras la derrota electoral, en el propio mensaje presidencial grabado y transmitido a pocos minutos de conocido el resultado que arrojaran las urnas el domingo pasado, el propio Alberto Fernández estableció que el gobierno nacional tenía dos tareas hacia adelante: convocar al diálogo a la fuerza política que endeudó el país y consolidó el saqueo financiero más veloz de nuestra historia, y consolidar la estafa del FMI con una ratificación parlamentaria del acuerdo.

Esa agenda, que concentra el esfuerzo y la atención principal de la fuerza gobernante, conlleva no sólo el peligro de las consecuencias mediatas que un acuerdo con el FMI puede traer aparejado en el horizonte económico de la Argentina, también, posterga la voluntad política de la enorme mayoría de su propio electorado.

La crisis de representación política no es un problema secundario en nuestra democracia. Aún más, la pérdida de más de cinco millones de votos entre las elecciones de 2019 y la actualidad para el Frente de Todos, son un síntoma gravísimo del deterioro en la representación que habita en el movimiento nacional.

No se trata, tan sólo, de repasar las matemáticas –aunque mal no nos haría revisar que en la provincia de Buenos Aires obtuvo menos votos el Frente de Todos que Unidad Ciudadana en 2017-. Se trata de revisar el rumbo político, de reparar en una realidad inundada de un dolor social insoportable que asomó por la cerradura de este tiempo con el asesinato de Lucas a manos de la policía.

En nuestro país se está cultivando algo horrible. Una porción social, moldeada por el relato salvaje de los medios corporativos, alientan la barbarie que terminó con la vida de un pibe humilde, por el solo hecho de ser humilde.

Y un pueblo humilde que se agota de tanta paciencia.

Hay allí un riesgo que se cobra en vidas, hay ahí un ruido silencioso e insoportable.

Hay allí problemas que llevan años de gestación, décadas de postergación y un futuro que reclama de la política, algo más que un destino miserable.

Ahí donde nos falta soberanía, nos están robando el trabajo. Ahí donde nos falta el trabajo, se gesta el presente de mierda que amenaza con un futuro horrible.

Habrá que pensar la Patria, entonces. Para no andar tan extraviado esperando un 2023, al que lo separa una eternidad de dolor social por ser soportado.