Sociedad

Por Nicolás Avellaneda

¡Feliz Día del Periodista, qué carajo!

Hoy, el periodismo argentino celebra los 203 años del nacimiento de su primer periódico, la Gazeta de Buenos Ayres dirigido por Mariano Moreno. La celebración no encuentra un periodismo unido ni feliz, por diversas razones. Para reflexionar y entender que, matices lógicos aparte, el gremio es uno solo y en él, todos somos uno, al decir del célebre poema del querido y recordado Osvaldo Ardizzone.

La historia dice que el primer periódico apareció en Alemania, con el nombre de Nürenberg Zeitung (La Hoja de Nürenberg) en 1457. Sin embargo –y más allá de que desconocemos los nombres de quienes sacaron a la luz ese medio- difícilmente podríamos considerarlos los primeros periodistas.

 

Tal vez los primeros hombres de prensa hayan sido los que a comienzos de la era cristiana, y aún mucho antes y durante siglos, recorrían cientos de kilómetros llevando de pueblo en pueblo y en forma oral, los hechos y novedades ocurridos. Esos hombres de antaño daban sus noticias en forma cantada, generalmente acompañándose a sí mismos con laúdes o mandolinas; a veces, “adornaban” o exageraban los hechos que narraban, y pedían a cambio algunas monedas. Habida cuenta de que por entonces el “periodismo” como tal no existía, la historia los recuerda con el nombre de “juglares”

 

La historia también dice que cuando el periodismo llegó a lo que hoy es la Argentina, ya tenía varios siglos de existencia en Europa y unas cuantas décadas en el resto de América. A diferencia del caso del Zeitung alemán, los argentinos sí podemos afirmar quiénes fueron nuestros primeros periodistas, cuyo miembro insigne recordamos a diario al ver su nombre en calles y  avenidas.

 

Y a diferencia de nuestros colegas germanos, los periodistas argentinos podemos asegurar  que el nacimiento de La Gaceta estuvo indudablemente unido a la libertad de nuestro pueblo, tanto como la vocación profesional de su fundador, el siempre recordado y admirado Mariano Moreno.

 

Este 7 de Junio nos encuentra a los periodistas argentinos en una situación difícil de describir con una sola palabra. Por suerte, y gracias a la decisión de todo un pueblo, hace ya muchos años que podemos escribir, hablar y pensar con libertad; sin embargo esa libertad de pensamiento y de palabra no suele verse reflejada en la discusión salarial ni, mucho menos aún, en los resultados de esa discusión. 

 

Por estos días se desarrolla la paritaria del gremio en un contexto que no es el mejor: cientos de colegas trabajan en negro; otros cientos, deben pagar sus espacios para desarrollar su profesión en radios y canales de TV de todo el país, incluida la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sede del ministerio de Trabajo de la Nación, donde se reúnen los delegados paritarios sindicales y de las empresas. 

 

Al mismo tiempo, la precarización y la explotación laboral de los periodistas es moneda cada día más corriente sin que a nadie se le mueva un pelo. Quienes la llevan adelante son los mismos empresarios que, desde los medios que manejan, se horrorizan por la precarización y la explotación laboral que también existen en otras actividades. Y no sólo los así llamados “medios hegemónicos” se abusan de sus periodistas. Con las únicas excepciones de la agencia nacional de noticias TELAM; Radio Nacional y Canal 7 (la TV Pública), en casi ninguna otra empresa periodística se cumple con lo que establece el Convenio Colectivo de Trabajo de los trabajadores de prensa.

 

Hay otra circunstancia que atraviesa hoy el periodismo argentino; que tiene que ver con algunos de sus integrantes actuales pero que, por respeto a los próceres de nuestra profesión, y en honor a las memorias de Rodolfo Walsh, Rafael Perrota y  Francisco Urondo entre tantos otros colegas asesinados y/ o desaparecidos, ni vale la pena mencionar.

 

Este viernes nos encontrará, seguramente, celebrando más el futuro que el presente y, sin dudas, brindando por la libertad y la democracia. No estará demás comprender que no sólo somos profesionales. Por las características de nuestra profesión, los periodistas somos trabajadores, mal que les pese a algunos. Y a la vez somos servidores públicos, habida cuenta de que nuestro trabajo está destinado a informar a toda la sociedad. ¡Pobres de aquellos pueblos que no tengan acceso a la información!

 

De tal modo, también debiéramos brindar por el pueblo argentino, con todo lo que ello implica; esto es, sin distinción de banderas. Está claro que pertenecemos a un gremio muy politizado en el cual muchos somos peronistas, otros muchos, radicales; otros, de izquierda y algunos, de derecha. Pero sería importante pensar que, a la hora de hacer nuestro trabajo, nada puede diferenciarnos. Por respeto al pueblo, por respeto al Estado, por respeto al Gobierno.

 

También, por respeto a quienes nos legaron este bendito oficio y a aquellos otros –en algunos casos contemporáneos, pero que nos precedieron en el camino de informar, de opinar y de formar-; como Osvaldo Ardizzone, por ejemplo. Ese Osvaldo Ardizzone que además de periodista era poeta, escritor y militante de la vida, tenía muy en claro que al margen de los matices que desde luego siempre nos han diferenciado a los escribas, a la hora de defender el laburo, todos éramos uno.

 

Por eso, a modo de cierre de estas líneas, no estará demás citar algunos versos del poema que el propio Osvaldo titulara “¡Qué carajo!”:

 

“Que uno no es Juan Pérez, solamente.

Ni Diógenes Rodríguez, por ejemplo…

Ni la firma al pie de un documento,

ni las señas de un prontuario o de un legajo.

¡Qué carajo!

Que uno está cansado de que le digan “gente”,

“peatón”, “transeúnte”, “usuario”,

“contribuyente”, “espectador” o “proletario”,

“empleado” o “jubilado”.

(…)

“Que todos los que somos, somos uno.

Uno que a veces siente ganas de gritarle:

¡Qué carajo!”