Para algunos historiadores, No hubo fronteras geográficas ni culturales para la vocación misionera de quienes son considerados los primeros “globalizadores”.
Libraron, y muchas veces perdieron, un combate desigual contra el poder secular absoluto
“Hicieron demasiada política”, dijo una vez el historiador francés Jean Lacouture, autor de una muy completa historia sobre la Compañía de Jesús (Los Jesuitas, en 2 tomos), la orden religiosa creada por el vasco Ignacio de Loyola en 1534.
En opinión “los jesuitas se implicaron demasiado en política, por ejemplo, “a través de los confesores de los monarcas; en tiempos de Luis XIV, la gente tenía la impresión de que Francia estaba gobernada por su confesor, el padre La Chaise”.
“Esto habla no sólo de la vocación de la Compañía de influir en los destinos del mundo, sino también de su sólida formación intelectual y su extraordinaria capacidad de penetración en las elites”.
“Allí donde fueron, los discípulos de San Ignacio dejaron su huella en la educación y en la política”.
La multibiografía de Lacouture destaca esta dimensión misional de la compañía y revela las claves de la extraordinaria trayectoria de un pequeño grupo unido por una profunda implicación de la fe en un mundo en acelerada transformación (descubrimiento de América y Reforma Protestante fueron dos acontecimientos mayores) y hacia una humanidad que ya no conocía fronteras. Su lucha contra el poder secular absoluto fue despareja: y finalmente la hizo sucumbir.
En 1534, en Montmarte, Loyola y sus primeros discípulos –casi todos ellos estudiantes de la Universidad de París- hacen votos de pobreza, castidad y obediencia, y se ponen a disposición del Papa para cualquier misión que éste desee asignarles.
En 1540, Paulo III aprueba la orden. Desde ese momento, Ignacio envía a sus compañeros en todas las direcciones del planeta. Francisco Javier irá a India, Japón y luego China. Matteo Ricci, también a China. Otros a Vietnam, donde transcriben el idioma a nuestro alfabeto; al África –Congo, Etiopía-; a América. Pierre Claver pone rumbo hacia Colombia, en 1560, con la intención de vivir con los esclavos de Cartagena.
“Francisco Javier viajó a Japón sin conocer una palabra de japonés e Ignacio de Loyola circuló por el mundo con un poco de latín. Han sido una de las grandes aventuras del mundo», dice Lacouture. «Fueron los inventores del periodismo, porque estaban interesados en conocer a los otros».
“Donde está lo más universal, está lo más divino”, decía Ignacio de Loyola. Y eso fue lo distintivo de su orden.
Pero la experiencia que más huella dejó en la historia fue la de las misiones guaraníes en el Paraguay (1600-1760), noreste argentino y sur de Brasil. Una suerte de “reino utópico”, en el cual lograron preservar a unos 150.000 indígenas del esclavismo y el saqueo que los portugueses estaban organizando en la zona.
Algunos dicen que evitaron un genocidio al precio de un etnicidio; sin embargo, los jesuitas jugaron un rol clave en la preservación de la lengua guaraní, que todavía se habla en todo el Paraguay. Cada reducción albergaba a 5000 indios y en total hubo unas 35, con una distintiva organización, estricta y militar, bajo la dirección absoluta de un padre jesuita.
Según el historiador Roberto Di Stefano, autor de Ovejas negras. “Fueron la orden más moderna y dinámica de las que operaron durante la colonia en América, donde se dedicaron fundamentalmente a las misiones entre indígenas y a la educación”, Historia de los anticlericales argentinos (Sudamericana, 2010), entre otros.
Sin embargo, tras dos siglos de expansión, la Compañía de Jesús fue disuelta en 1773 por el Papa Clemente XIV, de quien Jorge Bergoglio –Francisco- se acordó al elegir su nombre.
Para Di Stefano, esto sería una “Sorprendente decisión contra una orden que tenía como uno de sus objetivos principales la defensa del Papado. Otra paradoja de la historia de la Iglesia: la orden que mayor influencia tuvo en algunos períodos sobre el papado, y que incluso tiene un voto especial de obediencia al Papa, nunca hasta ahora había tenido un Pontífice”,
“El de la Compañía no fue un problema con el Papado, sino “un conflicto de las coronas europeas católicas absolutistas, que querían manejar libremente las congregaciones religiosas y la iglesia en general y los jesuitas fueron caratulados como los que más poder podían tener”, según palabras de Ernesto Salvia, Profesor de la Facultad de Derecho Canónico de la UCA (Universidad Católica Argentina),
“Hartas de no tener manos libres en América, y alentadas por los vientos anticlericales de la Enciclopedia, las coronas europeas presionaron al Papa Clemente para suprimir la orden, que sería restablecida años después, en 1814”.
Para Salvia, “Si bien la Compañía de Jesús no podía arrogarse el haber salvado al Papado, en el momento de su gran crisis por la reforma de Lutero,
sí vino a fortalecer algunas cosas. como el Concilio de Trento, que fue una Reforma católica. Un concilio que tiene más de cinco siglos pero todavía es importante la impronta que dio a la Iglesia”.
“La orden jesuita fue fundada en un contexto de muchos cambios en la Iglesia frente a la protesta de Lutero y mucha cercanía al Papa de ese momento y luego con sus sucesores”
Para Pascal, Voltaire y Michelet, los jesuitas fueron en Francia como una quinta columna, como los agentes de un poder extranjero, el Papa de Roma”.
Lacouture cree que incluso la identificación de los jesuitas con la Inquisición es también una exageración historiográfica u otra leyenda alimentada por sus enemigos. “Hoy sabemos que los jesuitas no desempeñaron un papel tan decisivo en las desgracias de los jansenistas y los protestantes. Y siempre hemos sabido que se mantuvieron al margen de la Inquisición. Y, sin embargo, la gente identifica a los jesuitas con la Inquisición”.
Por el contrario, Lacouture resalta la tolerancia de Ignacio de Loyola, citando una de sus frases: «Todo verdadero cristiano debe estar más dispuesto a justificar una propuesta oscura del prójimo que a condenarla».
“El confesor jesuita siempre intenta encontrar razones al comportamiento del pecador. Todo el mundo tiene sus razones”, sostiene Lacouture.
En referencia al hecho de que a veces la palabra “jesuita” se ha usado casi como un insulto, Di Stefano explica que “hay una corriente dentro del anticlericalismo que es el antijesuitismo: hasta el siglo XX fue muy fuerte entre los anticlericales el mito jesuita, una teoría conspirativa que afirmaba que los jesuitas, desde las sombras, controlaban la Iglesia y aspiraban a controlar la política de los países en los que actuaban.
Los jesuitas fueron los primeros “globalizadores”. Su implantación en el mundo fue extendida pero también profunda, bien al interior de las sociedades. No se quedaron en los bordes de las colonias o de los reinos, sino que protagonizaron una penetración profunda, tanto en términos geográficos como políticos. Su influencia en las cortes y en las cúspides del poder no se dio sólo en Occidente. En China, Ricci fue un influyente en la corte imperial.
Esta capacidad de influir en el poder iba en paralelo con sus misiones a los más alejados rincones del planeta, donde tomaron contacto con otras civilizaciones e impusieron lo que también fue rasgo distintivo de los jesuitas: el respeto a otras culturas, la apertura y la inculturación.
Este último término significa para la Iglesia católica la armonización del cristianismo con las culturas de los pueblos. Según la Encíclica «Slavorum apostoli» (1985), es “la encarnación del Evangelio en las culturas autóctonas y, a la vez, la introducción de éstas en la vida de la Iglesia”.
Pero esta vocación universal de los jesuitas no dejó de generar algunos problemas con los sucesivos Papas que, a veces, consideraron que tenían una actitud demasiado conciliadora con las otras culturas.
Por ejemplo, en años recientes, Eric de Rosny, en Camerún, incursionó a la videncia, tradicional en algunas zonas. Pese a su asistencia a ceremonias de iniciación, no fue separado por la orden.
El teólogo y sociólogo Pierre de Charentenay dice que el objetivo principal de los jesuitas parece no ser bautizar a los otros, sino entrar en su cultura para encontrarse con su religión y dialogar con ellos.
Fue también Charentenay, ex director de la revista Etudes, quien definió a los jesuitas como una “orden geopolítica”. Presentes en todo el mundo, conformaron una red, cuyo poder, real o imaginario, fue, como se ha visto, motivo de todo tipo de especulaciones y prejuicios a lo largo de la historia.
“La mundialización jesuítica empezó a través de una red de correspondencia epistolar que tenía en su centro al superior general de la orden, instalado en Roma. La formación internacional y a la vez común que reciben y la espiritualidad ignaciana que practican aseguran también una real comunidad de espíritu entre los jesuitas del mundo”, según un interesante informe, basado en los trabajos de Charentenay.
Cada general de la orden –máxima autoridad de los jesuitas en un país- debía enviar regularmente informes al superior general. “Los jesuitas parecen como mundializadores por su travesía de las culturas del mundo entero desde hace cuatro siglos”, dice el citado informe.
La educación se convirtió pronto en otra prioridad de los jesuitas y su atendiendo los dos extremos de la sociedad: los más pobres y la elite.
Buena parte de las elites sudamericanas fueron formadas por los jesuitas. De la Universidad Iberoamericana de México a la Católica Andrés Bello de Caracas, pasando por la Católica de Córdoba (primera universidad argentina, en 1622), la UCA de San Salvador, etcétera, hay una treintena de instituciones de enseñanza superior dirigidas por jesuitas en América Latina, además de varias decenas de revistas y editoriales.
Pero ese acento puesto en la educación de la clase dirigente es otro indicio de que el proyecto misionero se combina en los jesuitas con un proyecto geopolítico –un intento de incidir en el rumbo del mundo mediante la intervención en el plano intelectual.
“Fue una orden con mucha preparación, se formaba a los candidatos a la Compañía de Jesús para anunciar el evangelio tanto en la universidad como en los países de misión y con una fuerte impronta misionera y una fuerte formación”, dice Salvia.
Si bien la orden fue restablecida en 1814, ya no recuperó la influencia que había tenido.
Lacouture destaca la conducta de los jesuitas durante la Segunda Guerra: “Denunciaron a los nazis, lucharon en la resistencia de varios países y muchos fueron fusilados”.
También pagaron un alto precio en vidas, más recientemente, por su oposición a las dictaduras latinoamericanas; pasó en El Salvador por ejemplo, en 1980, donde una decena de jesuitas fueron asesinados.
Aunque no influye como antes, la Compañía no ha abandonado su proyecto universal y siguen presentes en 120 países. Actualmente hay en el mundo unos 20.000 padres jesuitas distribuidos aproximadamente así: 7% en África, 16% en Estados Unidos, 15% en América Latina, 20% en India y 28% en los demás países de Asia, el resto en Europa. La mayoría de los novicios está en Asia. “En Asia tienen muchas vocaciones, acá no tantas”, dice Salvia.
“No hablaría de recelos, sí existen contrastes, matices, y es algo muy normal en una familia tan grande como la Iglesia Católica. Por tratarse de una congregación universal, hay jesuitas nacidos en la India, en América Latina y en Inglaterra; es una congregación que no tiene una Nación. No es lo mismo que el clero secular en el cual el medio, el país, las circunstancias, tienen mucho que ver con las improntas”dice Salvia
Acerca de la influencia actual de los jesuitas, di Stefano dice que, “después del Concilio Vaticano II (1962-1965), la orden -como todas- perdió muchísimos sacerdotes, muchos se casaron, y además cayó el número de ingresantes”. “Hoy sigue siendo una orden respetada e importante dentro de la Iglesia, pero no tiene la misma influencia que tuvo en otros períodos, entre los siglos XVII y XX”, agrega.
A lo largo de la Historia, muchos precursores han pagado con la libertad o la vida su posición de vanguardia. Los jesuitas no fueron excepción, más allá de que, como señala Lacouture, “su quizá demasiado ambición de mover la brújula de los acontecimientos políticos los llevó a exponerse más de lo aconsejable”.
“La combinación de una fuerte vocación universal, gran tolerancia y mente y espíritu abiertos, de un lado, con una organización centralizada y radial y una estricta disciplina y lealtad al poder papal, de otro lado, resultaba extremadamente eficaz para la acción pero el mismo tiempo dificultaba la coexistencia con otros poderes y despertaba resquemores y envidias. Adelantarse a su tiempo puede ser peligroso”.
Los Jesuitas en nuestra tierra
Los primeros jesuitas que llegaron a nuestra tierra provinieron del Perú. El 26 de noviembre de 1585 los Padres Francisco Angulo y Alonso Barzana y el hermano Juan de Villegas, fueron recibidos en Santiago del Estero por el Señor Obispo del antiguo Tucumán, fray Francisco de Vitoria. En 1587 los jesuitas llegan a Córdoba. Muy pronto, en 1588, junto con otro contingente de jesuitas provenientes del Brasil, entran en Asunción del Paraguay.
Desde allí, dos de ellos, los Padres Tomás Fields y Manuel Ortega irán a las selvas del Guayrá para evangelizar a los guaraníes y comenzarán las conocidas Reducciones.
Entre los primeros jesuitas sobresale la figura del Padre Barzana. Gran conocedor de lenguas indígenas e incansable evangelizador. En 1588 lo hallamos entre los indios en las márgenes del río Salado. En 1591 será enviado, con el P. Añasco, a Matará y a Concepción del Bermejo, para atender los Matarás. En 1592 entra en Corrientes y su celo lo hará llegar hasta la ciudad de Asunción donde comenzará a aprender el guaraní. Ya anciano y con achaques, retorna al Perú con sus amados indios del Cuzco. Fallece el 1º de enero de 1598.
De él se dijo: “Tenía un hambre y solicitud de las almas, que no le dejaba sosegar el corazón, y así quisiera no dejar rincón del mundo donde no predicara a Jesucristo, del cual hablaba siempre en todas las ocasiones, y le traía presente con gran ternura”. [1]
En 1593 llega el P. Juan Romero, como nuevo Superior de la Misión del Tucumán y del Paraguay, acompañado de otros misioneros provenientes del Perú. Recorrerá la región que va desde el Tucumán a Asunción. Visitará las ciudades de Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires. En 1599 funda en Córdoba la primera casa de la Compañía en esa ciudad, en los terrenos que le fueran cedidos por el Cabildo local. En ese lugar, años más tarde se levantará la iglesia de la Compañía y la primera Universidad del país dirigida por los jesuitas.
A comienzos del siglo XVII la misión de la Compañía en estas tierras era promisoria, lo cual movió a los Superiores de Lima a buscar nuevos modos de gobierno más cercanos a los lugares de misión. Un primer proyecto fue crear la Provincia de la Sierra (1603) abarcando todo el Alto Perú hasta las misiones de la Gobernación del Tucumán, dejando lo correspondiente a la Gobernación del Paraguay a los jesuitas del Brasil.
Al no realizarse este plan se creó al año siguiente la Provincia del Paraguay haciéndose cargo de la misma el P. Diego de Torres a comienzos de 1608. Esta incipiente colaboración entre los jesuitas llegados del Perú y del Brasil será fortalecida, sobre todo a partir de fines del siglo XVII, con una serie de misioneros venidos de los Países Bajos, Bohemia, Italia, Baviera y Francia.
Sin duda la vida apostólica de la antigua Provincia del Paraguay tuvo una opción clara. Siguiendo lo obrado hasta ese momento en la Provincia del Perú, el fin principal (potissimun finem) por el cual se justificaba la presencia misionera era el trabajo en favor de los indios, misión que implicó de modo indivisible dos aspectos: el anuncio del evangelio y la lucha por la justicia. Puede entenderse este fin principal, presente a lo largo de los 159 años de vida de la Antigua Provincia del Paraguay, no como excluyente de las demás actividades apostólicas sino como elemento alrededor del cual se jerarquizaron y encontraron sentido las demás opciones y apostolados. De este modo se podría entender el motivo de la fundación del Colegio Máximo y de las demás obras educativas, la práctica de los Ejercicios Espirituales y el apostolado de la predicación. Estos últimos se dieron no sólo como medios para unir el alma a Dios sino como instrumentos privilegiados para la reforma de la vida. Así es como, sin negar los varios ministerios en los que estaba presente la Compañía, las Reducciones fueron consideradas, aún avanzado el siglo XVIII, como la corona del trabajo apostólico.
El requisito de conocer la lengua indígena entre los criterios para conceder la admisión definitiva a la Orden fue símbolo de esta preeminencia.
La vuelta de los jesuitas a la cuenca del Plata, luego de la expulsión de 1767, ha de ubicarse en el período histórico de la Restauración, que quedó signado por extenuantes y a menudo inútiles polémicas. La Compañía de Jesús no se libró de este torbellino. El siglo XIX, en medida mayor quizá que el XVIII, fue un siglo de exilios y hasta de mártires. La Orden conoció al menos unas 70 veces el ostracismo entre las naciones europeas y americanas.
La Compañía volvió a la Argentina el 9 de agosto del 1836. A pesar de la inestable situación política, los jesuitas se dedicaron con ahínco a la educación y a las misiones populares en los alrededores de Buenos Aires, San Isidro, San Fernando y por los campos de Zárate, Luján, Areco y Baradero.
En 1838 tomaron posesión de la capilla de Regina Martyrum en la quinta que cediera Mons. Escalada. Allí se instaló el noviciado y más tarde el seminario diocesano.
En 1843 recibieron el decreto por el cual se les ordenaba la secularización y como alternativa a ésta la expulsión de Buenos Aires.
Por aquellos años continuaron trabajando en Córdoba hasta 1847, donde quedó el noviciado de la Misión y para establecerse luego en La Rioja y en Catamarca. La expulsión de los jesuitas se generalizó en 1848, de todas maneras, algunos continuaron su misión en San Juan, Mendoza y Salta. En 1859 fueron expulsados de Montevideo donde habían encontrado refugio y reorganizado las fuerzas para continuar con una serie de fatigas apostólicas.
Desde Montevideo algunos jesuitas misionaron en la provincia de Buenos Aires a partir de 1854 para instalarse luego, nuevamente, en la Capital. A pesar del parecer negativo de los consultores de las Misiones (1863) el P. General Beckx unió, en 1867, las secciones argentina y chilena en la Misión Chileno-Paraguaya.
El apelativo de “Paraguaya” manifiesta la clara voluntad de vincular la nueva región con la antigua Provincia, aunque en ese momento la Compañía no tenía ninguna Residencia en el territorio del Paraguay moderno.
La presencia en la educación y misiones populares fueron las opciones apostólicas preponderantes. El Colegio de la Inmaculada en 1862 y luego seminario hasta 1907, el Colegio del Salvador en 1868, el seminario de Buenos Aires, del que los jesuitas se hicieron cargo a partir de 1874 hasta 1960, figuran entre las obras más importantes de ese período. Estas obras, junto con las actividades de las academias significaron un impacto apostólico y cultural de vasto influjo.
El final de siglo fue también momento para persecuciones y sufrimientos. El incendio del Colegio del Salvador en 1875, el cierre del Colegio de la Inmaculada en 1884 y los atentados urdidos contra la iglesia del Salvador en 1901 y 1910, testimonian elocuentemente acerca de esos años difíciles.
El 8 de diciembre de 1917 el entonces P. General Wladimiro Ledochowski erigió la Provincia Argentino-Chilena siendo su primer Provincial el P. José Llussá quien se hizo cargo de las misma el 11 de febrero de 1918.
En 1937 la Provincia alcanzó su máximo histórico en cantidad de miembros: 497. Ese mismo año Chile comenzó su vida como Viceprovincia. En 1938 nació la Provincia Argentina con 324 jesuitas incluyendo, en 1940, los territorios de Paraguay, Uruguay y Bolivia. La Provincia Argentina, de esta manera constituida, alcanzó su superficie máxima: 4.560.000 km2. El Colegio Máximo de San Miguel fue, por más de veinte años, casa de formación común para una gran cantidad de jesuitas provenientes de los países limítrofes y de tierras aún más lejanas, símbolo claro de vida y colaboración interprovincial.
El 8 de diciembre de 1961 se constituyó la Viceprovincia independiente del Uruguay; a partir de ese momento la configuración de la Provincia Argentina se presenta con los límites actuales.
La historia de la Provincia cuenta con numerosos logros apostólicos, por ejemplo: la predicación de nuestros misioneros con su preocupación por aprender y valorar la lengua indígena; el esfuerzo por mejorar la vida de los nuevos creyentes en las Reducciones; el valor cultural y social de las Estancias jesuíticas tanto para quienes las habitaban como para los que podían estudiar gracias a ellas; la fundación de la primera Universidad en la Argentina y de numerosos Colegios.
Fuente: Infobae