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La vida hecha humo: Los incendios en el Delta y el impacto en la salud

Los incendios en las islas de Victoria, Entre Ríos, volvieron a cubrir de humo la ciudad de Rosario. El informe "La vida hecha humo", publicado por el Instituto de Salud Socioambiental en 2020, permite analizar el impacto detrás de las llamas, a partir de estudios generados en los incendios de 2020 y 2008, y la bibliografía científica internacional

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Los incendios a gran escala representan una fuente de gases y material particulado que se liberan al ambiente y son producidos por el propio proceso de combustión de materia orgánica. Entre estas partículas en suspensión se identificó hollín (carbono sin quemar), cenizas (minerales que no se queman) y otros productos de combustión incompleta.

Diversas publicaciones destacan entre la composición del humo la presencia de:

  • Monóxido de carbono (CO): reduce la capacidad de la sangre para transportar y liberar oxígeno a los tejidos.
  • Hidrocarburos aromáticos policíclicos: compuestos orgánicos volátiles que reaccionan con los óxidos de nitrógeno (NO, NO2) ante la luz solar para formar el ozono (O3). Algunos tienen capacidad mutagénica y carcinogénica.
  • Dióxido de nitrógeno (NO2): constituyente de lo que se conoce como “smog”, el cual puede generar lluvia ácida al combinarse con vapor de agua y genera grave injuria pulmonar.
  • Dióxido de azufre (SO2): irritante de la vía respiratoria y de los tejidos oculares. Al igual que el NO2, al combinarse con vapor de agua puede formar lluvia ácida.

Como fuera señalado en los informes elaborados por miembros de la Facultad de Ciencias Médicas de la UNR del año 2008 (Verzeñassi, op cit) y del 2020 (Molinas & Arias, 2020), estas reacciones generan partículas de diámetros variables, las más finas con gran capacidad de dispersión ambiental por su tamaño y de composiciones que incluyen sustancias reconocidas como con capacidad cancerígena en humanos.

Las masas de material particulado de hasta 10 y 2,5 micrometro (μm) de diámetro (PM10 y PM2.5 respectivamente, por sus siglas en inglés) representan las fracciones respirable e inhalable, respectivamente. Las más finas no son filtradas y retenidas por las vías aéreas superiores, por lo que alcanzan el árbol traqueobronquial, alvéolos pulmonares y el tubo digestivo por el aclaramiento de las vías respiratorias hacia el mismo.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha establecido parámetros para el monitoreo y categorización de la calidad del aire, incluyendo índices generales y variables puntuales, ya que estima que la contaminación del aire causa siete millones de muertes anuales en todo el mundo.

Según fuera publicado en las últimas guías de calidad del aire del mencionado organismo, las poblaciones de grandes asentamientos urbanos de América latina, Asia y África se encuentran expuestas a mayores niveles de contaminación ambiental que las de Europa y Norteamérica, tanto en términos de índice de calidad de aire general como en dosaje de PM10 (OMS, 2005).

Entendemos que este contexto es atribuible en parte al sistemático traspaso de los modos de producción contaminantes desde el hemisferio norte hacia nuestros países impulsado por el Banco Mundial desde el memorando de Summers de 1991 (Declaración del Primer Congreso de Salud Socioambiental, 2011) generando un contexto de mayor vulnerabilidad en las comunidades que habitamos estas latitudes y sobre las cuales estos episodios de incendio representan un pico aún mayor de exposición y daño.

Para objetivar y cuantificar los mencionados aumentos en la contaminación del aire durante los lapsos de incendios activos del Delta del Paraná, se torna clave el informe del Laboratorio de Medio Ambiente de la Facultad de Ciencias Exactas, Ingeniería y Agrimensura (Fceia) de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).  Dicho estudio sobre la calidad del aire se realizó en la ciudad de Rosario los días 11, 12 y 14 de junio de 2020 y fue llevado a cabo por el Ingeniero Rubén Omar Gabellini y ayudantes.

El mismo determinó que las concentraciones de PM10 y PM2.5 halladas en mediciones de polvo por combustión de rastrojos en islas frente a la ciudad alcanzaron valores que quintuplicaron los permitidos, derivando ello en la “degradación significativa de la calidad del aire” (Gabellini, 2020).

Esta situación se repitió a mediados de septiembre y, según la información arrojada por el monitoreo, en la zona centro de Rosario se alcanzó un índice de calidad del aire (US AQI) de hasta 177, tres veces por encima del valor de corte de 50 establecido por la OMS para definir la calidad como “buena”.

Ambos datos cuantitativos permiten dimensionar la contaminación del aire generada por los incendios y permiten su relación con el incremento de daño en la salud de las personas, evidenciada en el aumento de consultas por sintomatología respiratoria en el sistema de atención.

Contar con información de calidad de aire en la ciudad es altamente relevante a la hora de poder identificar y relacionar los problemas de salud de la población con el aire que se respira. Por ello, las iniciativas de la UNR de recabar, registrar y liberar al acceso público información y datos técnicos acompañan, fortalecen y empoderan los reclamos populares sobre el derecho a la salud, razón de ser de la Universidad y los gobiernos.

 

Efectos agudos de la exposición a la contaminación del aire

Cabe destacar que los efectos de la exposición al material particulado atmosférico se observan tanto en episodios de contaminación crónicos como agudos (OMS, op cit). Particularmente ante la exposición abrupta de picos de gran aumento de la contaminación del aire por humo se producen múltiples eventos patológicos agudos.

En un recientemente publicado análisis sobre la población de Canadá (Matz, 2020) se estimó que aumentos agudos de PM2.5 en el aire debido a incendios forestales causaron entre 54 y 240 muertes prematuras por año durante los períodos 2013-2015 y 2017-2018.

En referencia a los efectos respiratorios agudos, una revisión de la literatura (Adetona, 2016) identificó que los estudios epidemiológicos analizados muestran evidencia fuerte entre éstos y la exposición a humo de incendios forestales; además, estos fenómenos exhiben relación proporcional dosis-específica con la concentración de material particulado.

A nivel oftalmológico, son conocidas las molestias ocasionadas por la contaminación atmosférica, especialmente la sensación de sequedad ocular (Versura, 1999). Explorando particularmente estos síntomas en relación a los mencionados incendios del Delta del Paraná en 2008, un estudio argentino encontró un aumento estadísticamente significativo en síntomas oculares e hiperemia conjuntival bulbar así como disminución estadísticamente significativa en el tiempo de ruptura del film lacrimal durante el período agudo; esto resultados también se evidenciaron en el grupo control de voluntarios sanos (Berra, 2015).

Otro grupo de síntomas y signos de afecciones en la salud vinculados a la inhalación de humo son: cefaleas, agotamiento, cansancio, malestar general, insomnio, aumento de la irritabilidad, mareos, signos propios de hipoxia y anemia, entre otros que, por inespecíficos, suelen pasarse por alto en las consultas o no significar motivo de las mismas, lo que no implica su inexistencia.

 

Patología respiratoria y grupos de riesgo

Con respecto a los factores determinantes de injuria pulmonar, el humo de tabaco representa uno de los agentes más indiscutidos agentes de daño. Trazando un paralelismo con éste, la combustión de biomasa activa las mismas vías de regulación de la inflamación en células epiteliales respiratorias humanas, que son mecanismos vinculados al desarrollo de EPOC (Mehra, 2012).

En un artículo que vincula los incendios forestales con eventos cardiorrespiratorios en el territorio estadounidense de Colorado (Stowell, 2019), se encontraron asociaciones estadísticamente significativas con asma y patología respiratoria combinada por cada aumento en 1 μg/m3 de partículas PM2.5.

Como todo proceso, las formas de impacto de estos fenómenos están condicionadas por características singulares de los sujetos. Algunas revisiones sistemáticas (Liu, 2015; Cascio, 2018) señalan mayor susceptibilidad a los efectos del humo en niñes, adultes mayores y personas con patologías crónicas de base.

Dentro de este último grupo, merecen especial atención las personas con asma, ya que es creciente la evidencia sobre la relación entre las exacerbaciones asmáticas y exposición a humo de incendios forestales (Reid, 2016). Diferentes estudios señalan que esto se manifiesta como incrementos de hospitalizaciones, consultas a servicios de emergencia y consultas por consultorio externo (Reid, 2019).

Una publicación (Haikerwal, 2016) incluso evidencia la relación directa entre el incremento de PM2.5 atmosférico con el número de consultas a guardias de emergencia médica en el contexto de los incendios forestales de 2006 y 2007 en Australia. Por otra parte, un meta-análisis (Kondo, 2019) identificó mayor riesgo relativo en mujeres con respecto a los hombres para asma y enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) por asociación a humo de incendios forestales.

Otro grupo vulnerable está representado por las personas gestantes. Algunas revisiones ratifican que la exposición de partículas PM10 y PM2.5 durante el embarazo se asocian a mayor riesgo de abortos espontáneos y/o muerte fetal intrauterina (DeFranco, 2015; Grippo, 2020). Asimismo, diversas publicaciones señalan la relación entre gran carga de partículas en el aire y retardo de crecimiento intrauterino y/o bajo peso al nacimiento en les hijes de gestantes expuestas.

Ante este contexto ambiental, las personas en las primeras etapas de sus ciclos vitales merecen especial atención por experimentar tanto efectos agudos como posibles riesgos a futuro; esto se ve agravado por la vulnerabilidad socioeconómica relativa a la condición de pobreza en el que se encuentra el 62,9% de les niñes de la Argentina (UNICEF, 2020).

Diversos trabajos concuerdan que a mayor contaminación ambiental, los niños y niñas manifiestan mayor sintomatología respiratoria, como bronquitis y tos nocturna (Hoek, 2012). En un estudio español multicéntrico (Aguilera, 2013) se observó que el riesgo de padecer infecciones de las vías respiratorias inferiores y otitis era mayor en aquellos niñes con exposición prenatal y postnatal temprana al humo con NO2 y benceno.

Les adultes mayores exhiben cambios de declinación fisiológica propios del proceso de envejecimiento que aumentan el riesgo relativo de la exposición a la contaminación del aire. La rigidez de los tejidos torácicos, la debilidad muscular con la consecuente ineficiencia de la tos y la disminución del aclaramiento broncoalveolar son algunos de los condicionantes en esta situación (Oyarzún, 2010). Una investigación asoció el incremento de 10 μg/ m3 de partículas PM10 por incendios forestales con un aumento del 2 por ciento en la mortalidad total en mayores de 70 años en Valencia, España (Barbera Riera, 2017).

Teniendo en cuenta los valores de partículas PM10 y PM2.5 registrados en los informes de la UNR podemos inferir el impacto del daño que respirar ese aire ha generado (y sigue haciéndolo) en la salud de les habitantes de la ciudad y la región.

En el actual contexto de pandemia por COVID-19, el daño en las estructuras morfofuncionales de las vías respiratorias generado por la presencia en el aire respirado de los mencionados contaminantes representa un elemento objetivo de incremento de labilidad del sistema respiratorio y su vulnerabilidad a la colonización por el SARS-CoV-2. Desde esta perspectiva, la generación de incendios en las islas puede ser incorporada como “con causa” en el análisis de los daños, incluyendo el desenlace fatal, en personas afectadas por dicha infección viral pandémica.

 

 

 

El InSSa pertenece a la Facultad de Ciencias Médicas de las Universidad Nacional de Rosario (UNR). Podés leer el informe completo aquí