Opinión

Manuel Dorrego, un escollo para la entrega del país al capital extranjero

A lo largo de nuestra historia hubo hombres y mujeres que soñaron con una Patria independiente que no estuviera subordinada al poder extranjero y donde las grandes mayorías pudieran desarrollarse sin ser explotadas. En esta serie de entregas, el profesor David Acuña, nos propone conocer quiénes soñaron y vivieron para una Patria para todos y todas.

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El 13 de diciembre de 1828 el coronel Manuel Dorrego, gobernador y capitán general de la provincia de Buenos Aires, sin proceso judicial mediante era fusilado por orden del general unitario Juan Galo de Lavalle. No hay historiador serio, de cualquier posición historiográfica, que no haya visto en este episodio una verdadera tragedia de nuestra historia. La mayoría atribuye el acontecimiento al devenir de los enfrentamientos civiles que siguieron a la guerra de independencia, pero son pocos los que han pesquisado en las verdaderas causas materiales que provocaron el asesinato de Dorrego y donde la concurrencia de intereses materiales entre la élite nacional y el capital extranjero se vuelve tan evidente. O si se quiere decir en criollo, “por interés baila el mono” y hasta Judas vendió a su Maestro por 30 monedas.

Desde los propios albores de la Revolución de Mayo y la Independencia se hizo notable el conflicto de intereses entre quienes proponían un país con desarrollo autocentrado y parte constitutiva de una unión americana y aquellos que pretendían imponer un modelo de país integrado al sistema económico mundial, aun a costa de la balcanización.

Durante el período colonial español, la administración de gobierno local conocida como Virreinato del Río de la Plata tenía más que ver con una necesidad geopolítica que de integración económica con Europa. De hecho, la economía rioplatense-paraguaya tenía mucho más que ver en su integración con los requerimientos altoperuanos que los peninsulares en Europa. Buenos Aires, por ese entonces, era en comparación con otros focos de poder español continental, un puerto en los límites del Imperio que garantizaba la remeza de plata a la Corona. Son hombres como Bernardino Rivadavia que van a volver su mirada sobre el Atlántico dando la espalda a los Andes y las regiones interiores tratando de imponer al puerto de Buenos Aires (con todo lo que ello significará en lo económico, en lo político y en lo cultural) como asiento del poder real.

Como ministro del gobernador Martín Rodríguez, Rivadavia lleva adelante la creación del Banco de Buenos Aires. Las acciones del mismo fueron adquiridas en su gran mayoría por comerciantes ingleses de asiento local sirviendo, principalmente, para sostener emprendimientos privados. Años después (1824), en condiciones totalmente desventajosas, Rivadavia firma un empréstito con la banca británica Baring Brothers, colocando como garantía a las tierras públicas consolidando así la “deuda externa”.

Ni corto ni perezoso, y sin ponerse colorado, Rivadavia en su doble rol de político y hombre de negocios, conformó una sociedad con la casa comercial londinense Hullet Brothers para la explotación de las minas de Famatina en La Rioja, en donde él mismo era parte del directorio empresarial cobrando un sueldo de 1200 libras. Hasta el propio ministro británico George Canning se puso un poquito nervioso por el evidente acto de corrupción hasta tal punto que registró la situación por escrito: “me sería muy difícil mantener cualquier relación confidencial con un ministro extranjero que motivara sospechas aparentemente fundadas de estar interesado en un establecimiento comercial particular”. Obviamente, para un funcionario de un Imperio como el británico fundado sobre la piratería, la codicia y la conquista, las objeciones de George eran más de forma que de fondo, propio de la impostura inglesa.

Es en este preciso momento histórico, en la confluencia de los intereses británicos (que dicho sea de paso ya habían tratado de conquistar por la fuerza estas tierras del sur del mundo en 1806 y 1807 y que aún no habían usurpado Malvinas ni participado del bloqueo naval al puerto de Buenos Aires) con los de la élite porteña representada por Rivadavia que encontramos el verdadero móvil del asesinato de Manuel Dorrego.

El gobierno porteño a cargo de Las Heras no tenía ningún tipo de jurisdicción sobre los recursos de las demás provincias, por lo que la explotación de las minas de Famatina se volvía una quimera para Rivadavia y sus socios ingleses. Para clamar el mal humor británico, Rivadavia les escribe diciendo lo que en verdad será todo un plan de su futuro accionar político-empresarial: “el remedio está en elevarse a la altura de las calamidades para conjurarlas. No puedo demorar por más tiempo la instalación de un gobierno nacional (…) tan pronto sea nombrado procederé a procurar la sanción de la ley para el contrato de la compañía”.

Con procura del sector unitario y el patrocinio del oro británico, Rivadavia logra ganar terreno en el Congreso Constituyente de 1825 determinando el modelo presidencial y centralista presidido por él mismo sin contar con apoyo popular o sufragio formal alguno. La Deuda con la Baring y el negociado de las minas de Famatina era el verdadero horizonte vertebrador de las acciones rivadavianas.

Estas cuestiones, sumadas al desastre diplomático con Brasil luego de haberlo derrotado en el campo de batalla, provocó el levantamiento de los caudillos provinciales contra el poder centralista unitario determinando el apartamiento de Rivadavia. Es entonces, que la Provincia de Buenos Aires elige como su gobernador a Manuel Dorrego, quien además se le delegó por parte de las demás provincias las relaciones exteriores del conjunto nacional.

El bando unitario no esperaría mucho para encabezar un golpe contra el gobernador electo y es así como se llega a 1828 donde Dorrego es fusilado por Lavalle por ser un verdadero escollo a los negocios de aquellos que veían en la inversión extranjera el camino para desarrollo nacional. Dorrego, llamado por sus propios enemigos como “padre de los pobres”, significaba en este aspecto lo federal y americano.

Rivadavia, exiliado en España y disfrutando de su riqueza, dejó clara su postura de no querer volver a pisar nunca más suelo americano ni aun muerto. Pero la mueca del destino quiso que sus intenciones no fueran respetadas y su cuerpo hoy descansa en un mausoleo en la actual Plaza Mitre rodeado de pastores evangélicos, migrantes de rostros amerindios, senegaleses que venden relojes, judíos y coreanos que regatean precios, pibes de la calle, linyeras y prostitutas… partes todas de lo popular que Rivadavia despreció y que habían encontrado en Manuel Dorrego su padre protector.