La Cámara de Representantes del Parlamento uruguayo aprobó el proyecto de ley necesario, que ahora sólo requiere la aprobación del Senado.
Este es un momento muy significativo en la larga marcha de la histeria a la cordura que es la llamada guerra contra las drogas. El caso de terminar con la prohibición es una combinación de principios y sentido práctico. En principio, este diario considera que el Estado no tiene por qué impedir que las personas hagan algo que pueda perjudicarlas a sí mismas, siempre y cuando no perjudiquen a los demás. Un siglo de evidencia muestra que criminalizar las drogas incrementa en lugar de disminuir el daño a los demás.
Esto nos lleva al aspecto práctico. Incluso la despenalización de las drogas – como ha sucedido en Portugal – no detiene a las bandas de retener el control de la más lucrativa de las industrias. Sólo mediante la legalización de la distribución y producción se puede romper su adherencia.
En su reciente gira por Brasil, el Papa Francisco condenó cualquier movimiento hacia la legalización. Eso no importa: la fe religiosa y la superstición del pontífice apenas lo califican para pronunciarse sobre esas cuestiones, y – alentadoramente – los gobiernos de América Latina, que tienen que lidiar con las consecuencias catastróficas de la prohibición en términos de salud pública y delincuencia, están cada vez más a favor.
Juan Manuel Santos, el Presidente de Colombia, apoya la legalización. Felipe Calderón, quien fue presidente de México hasta noviembre, hizo alusión a la misma. Mientras tanto, las encuestas sugieren que la mitad de los Estados Unidos apoya la legalización total; en Gran Bretaña, un porcentaje similar favorece la despenalización del cannabis. La prohibición – liberal en principio, desastrosa en la práctica – ha fracasado. El impulso se desplaza en contra. El coraje de Uruguay ayudará a asegurar que dicho progreso no se vaya en humo.
Fuente: The Independent, Reino Unido