Internacionales

John F. Burns. Traducción de Ana Vallorani

Ante el voto en Malvinas, resurge el resentimiento

Este domingo y lunes, los habitantes de las Islas Malvinas, un ventoso archipiélago escasamente poblado que fue una estación de paso para exploradores de principios del siglo 20 como Ernest Shackleton de camino hacia las heladas y desérticas tierras de la Antártida, fueron a la urnas en un referéndum sobre el futuro de las islas.

Los habitantes de las Malvinas yendo a votar.

 

Un total de 1.672 personas con derecho a voto – ampliamente superados en número por la población estimada de un millón de pingüinos, y 700.000 ovejas – contestaron sí o no a una proposición sencilla: «¿Quieres que las Islas Malvinas conserven su estatus político actual como un territorio de ultramar del Reino Unido?».

 

La alternativa sería la de comenzar una transición hacia el control argentino, tal vez mediante un período de soberanía compartida, como Argentina ha sugerido. La votación se produce tres décadas después de que Argentina trató de resolver el problema por la fuerza, invadiendo las islas y perdiendo una guerra de 10 semanas con Gran Bretaña que le costó la vida a 255 soldados británicos y a 649 soldados, marineros y aviadores argentinos, así como a tres civiles de las islas.

 

Para aquellos que se inclinan a una apuesta, el referéndum es un juego de niños. La mayoría de los residentes de las islas son ciudadanos británicos, y los expertos locales esperan que el voto a favor de mantener el statu quo se presente con pocas sorpresas, si es así, alrededor del 100 por ciento. Apenas la única incertidumbre es si la niebla que se apodera de las Malvinas dejará despegar al avión que lleva las boletas de las ocho islas separadas a Stanley, la capital.

 

El punto de referencia es un referéndum de 2002 en Gibraltar, otra dependencia británica, donde el voto a favor de mantener el vínculo británico frente a aceptar un nuevo estatuto que ligara al istmo en el que se encuentra Gibraltar a España fue del 98,5 por ciento. En ese caso, también, no había mucha tensión, ya que muchas de las personas con derecho a voto eran de ascendencia británica.

 

Para la Argentina y Gran Bretaña, el conflicto de 1982 provocó conmoción – la suficiente como para conducir, con el tiempo, a la caída de la junta militar argentina que promovió la invasión, y para impulsar a la primer ministro Margaret Thatcher, inmersa en profundos problemas políticos en el país cuando la guerra le dio la oportunidad de jugar a la «Dama de Hierro», a una segunda victoria electoral en 1983. La esperanza, albergada por años después de la guerra, fue que ambos países dejaran atrás la amargura y construyeran una relación basada en intereses como el comercio que los pragmáticos de ambas partes consideraban más importantes que las Malvinas.

 

Pero en los últimos años, la antigua virulencia ha regresado, impulsada por un aumento del fervor nacionalista argentino agitado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien ha adoptado una serie de medidas destinadas a ejercer presión económica sobre los isleños, incluyendo la prohibición de los cruceros que hacen escala en las islas desde los puertos argentinos.

 

Ambos países tienen reclamos históricos sobre las islas, los británicos reafirmados por su habitación continua allí desde la década de 1830, los argentinos por el hecho de que Stanley se encuentra apenas a 480 km de la costa argentina y a más de 1.200 kilómetros de Gran Bretaña. Al argumento de la proximidad, la Argentina ha añadido en los últimos tiempos el argumento de que el Reino Unido intenta, manteniendo el control de las Malvinas,  robarle a la Argentina las reservas de petróleo recientemente descubiertas en aguas profundas y la pesca rica dentro de las aguas territoriales de las Malvinas.

 

El referéndum ha sido desestimado por la señora Kirchner, quien ha dicho que los isleños son «implantes» coloniales de Gran Bretaña cuyas preferencias no cuentan para nada por el hecho de que Argentina  fue «despojada» de  las islas por una flotilla naval británica que expulsó a un asentamiento argentino en 1833. Ese acontecimiento seguido de una complicada historia colonial que se remonta al siglo 16, presenció demandas rivales sobre las islas, en un momento u otro, por Gran Bretaña, Francia, Portugal y España.

 

El canciller argentino, Héctor Timerman, llamando a los isleños «colonos», ha sido igual de contundente. «Los habitantes de las Malvinas no existen», ha dicho.

 

La agresiva postura argentina, acompañada a veces por alusiones beligerantes de los líderes militares y políticos que no excluyen otro intento de tomar las islas por la fuerza, ha sido rechazada por el primer ministro británico, David Cameron.

 

Sus colaboradores han dicho que saben que la pérdida de las islas en una nueva invasión argentina probablemente condenaría a su gobierno en las urnas. Cameron ha conducido una intensa revisión de las defensas británicas en las islas, incluyendo un destacamento militar de 1.200 miembros, un nuevo campo de aviación militar, el despliegue durante todo el año de los cuatro cazabombarderos Typhoon, y, según algunos informes británicos, un submarino de ataque con potencia nuclear estacionado en el Atlántico Sur.

 

Pero la respuesta del Sr. Cameron ha sido tanto política como militar. Aunque el referéndum fue llamado oficialmente por el gobierno elegido por el pueblo de las Malvinas, la decisión se produjo en íntima consulta con Londres. Los funcionarios del Ministerio de Asuntos Exteriores han dicho que ven el voto de los isleños de seguir siendo británicos como un medio para cambiar los términos del debate internacional al del derecho a la libre determinación en lugar de la lucha colonial presentada por la Sra. Kirchner.

 

Cameron describe el rechazo argentino al referéndum como «silenciar la capacidad de los isleños de hablar por sí mismos», y se ha comprometido a defenderlos en cualquier elección que hagan para su propio futuro.

 

En esto, él ha tenido el apoyo de todos los principales partidos políticos en Gran Bretaña, aunque algunos políticos, entre ellos varios en el propio Partido Conservador, se han preguntado cuánto tiempo Gran Bretaña, con un presupuesto de defensa de $ 50 mil millones que ya se encuentra severamente sobrecargado de trabajo, puede seguir efectuando sustanciales desembolsos en estas islas lejanas, con baja densidad de población y escaso valor estratégico.

 

Para frustración británica, su reclamación de soberanía sobre las islas no ha podido ganar respaldo estadounidense bajo la administración Obama como lo hizo durante el gobierno de Reagan en el momento de la guerra de 1982. Con la vista puesta en el fuerte apoyo que Argentina ha ganado en su reclamo entre los países latinoamericanos, Estados Unidos ha instado a Londres y Buenos Aires a llegar a una solución negociada, una posición que fue reiterada el mes pasado cuando el secretario de Estado, John Kerry, en su primer viaje al extranjero en el cargo, se reunió con Cameron.

 

Argentina tiene otras poderosas cartas diplomáticas para jugar, incluyendo el apoyo de China y Rusia, que se han unido al país para rechazar el derecho a la libre determinación de los isleños, viéndolo como un posible precedente para grupos separatistas en sus propios territorios.

 

Agustín Romero, especialista en asuntos exteriores miembro de un comité del Congreso sobre las Malvinas en Buenos Aires, dijo que la aceptación internacional del voto en Malvinas podría abrir las puertas a los movimientos separatistas de todo el mundo.

 

«Lo que nadie quiere es un precedente», dijo Romero, «por lo que ninguna de las superpotencias del mundo reconocerán este referéndum».

 

Fuente: New York Times