Ciudad

Lic. Gerardo Codina, Presidente SOS Buenos Aires

Buenos Aires en emergencia ambiental

La inacción macrista durante seis años y los malos manejos de la CEAMSE, dejaron a la Ciudad en una encerrona. Tiene que hacerse cargo de gestionar sus residuos en su territorio. Y tiene que hacerlo a la brevedad.

La basura sigue creciendo y aumenta el peligro ambiental.

 

En 2007, cuando asumió Macri, la ciudad de Buenos Aires tenía en marcha un programa para disminuir la cantidad de basura que enterraba en el conurbano. La meta era reducirla un 50% para el 2012, respecto de lo enviado al relleno en 2006. Llegar a unas 700 mil toneladas anuales. Claro que había que seguir muchos pasos durante ese tiempo para alcanzar ese objetivo. Nada se hizo. Al contrario, la cantidad aumentó año tras año. Así las cosas, el año pasado enterramos un 50% más que seis años atrás. ¡Tres veces lo comprometido al reglamentar la ley 1854 de Basura Cero!

De este modo, además, agotamos más rápido la capacidad física del relleno de José León Suárez, en San Martín, el único habilitado para la basura porteña y de una veintena de municipios del conurbano. Ahora que no hay dónde llevar la basura, ¿qué se puede hacer?

En principio, el enterramiento es sólo una de las técnicas usadas en el mundo para deshacerse de los residuos. Ni la mejor ni la única. Es preferible a los basurales a cielo abierto, como el que teníamos en el Bajo Flores hasta 1977 y como todavía existen en el 70% de las ciudades argentinas. Bien hecho, con fondos impermeabilizados, cubiertas adecuadas y control de los gases y líquidos que emanan de los residuos, es una manera de sacarse la basura de encima. Como barrerla bajo la alfombra.

Claro que igual es un despropósito ambiental. Muchos elementos valiosos, que podrían recuperarse para la actividad productiva, son sepultados en inmensas fosas de desechos. Muchos legítimamente preocupados por el cuidado del ambiente reclaman que sean reciclados para no seguir agotando recursos naturales que no son infinitos y que cada vez es más costoso extraer. Un ejemplo entre otros, un celular usado contiene un gramo de oro, entre varios metales y tierras raras.

Además, puestos allí, son riesgosos. Si no se hacen bien las cosas, corren riesgo de contaminación los suelos, las aguas subterráneas y los pobladores cercanos. Ya nos pasó. El relleno de Villa Domínico, el primero que gestionó la CEAMSE, tuvo que ser cerrado luego que los vecinos padecieran una epidemia de leucemia infantil a causa de los gases venenosos que generó. No se ocuparon improvisados de llevar adelante el enterramiento. La concesión estaba a cargo de Techint, una de las mayores empresas argentinas en ingeniería. Y todo estaba bajo el control de la CEAMSE. 

Se sabe. El que se quema con leche, al ver una vaca, llora. El antecedente de Villa Domínico motoriza el rechazo de todas las localidades del Gran Buenos Aires a la idea de convivir con un nuevo relleno. Es lo que pasa con los vecinos de Tortuguitas, que no quieren oír hablar de la extensión del actual depósito de Suárez, porque se les iría encima.

Entre los reclamos ambientalistas y la resistencia de los amenazados con un relleno, se fueron pergeñando otras soluciones con la basura. La primera y más obvia, es reducir al máximo lo que tiramos. Y cuando nos deshacemos de algo, no mezclarlo con otros residuos. Casi todos los papeles, plásticos, metales, telas y vidrios pueden ser insumos de nuevos procesos productivos sin mayores complicaciones. Es algo conocido desde hace mucho. Tanto, que ya se hacía en Buenos Aires en 1860.

Otra parte de la basura, los restos de la comida, puede tratarse para producir biogas y recuperarse como suelo para actividades agrícolas. Ese gas es un combustible útil para consumo domiciliario. Claro que esos desechos no sirven para su futuro uso agrícola si están contaminados con restos de plásticos o metales. La separación cuidadosa en origen y la recolección específica, hacen la diferencia.

Otra fracción de lo que enterramos hoy son restos de la construcción. Gran parte de ellos pueden volver a ser insumos de la misma actividad, con un tratamiento mínimo. Pero deben ser recolectados de manera diferencial, igual que los demás. En el peor de los casos, su enterramiento no es tan peligroso como lo es el de otras fracciones de la basura.

Quedan cosas que no son sencillas de reutilizar. Pañales usados, restos de muebles, ciertos plásticos y papeles. En muchos países se los utilizan ya como combustible en la generación de electricidad, para reemplazar petróleo, gas o carbón. Por ejemplo, Suecia el año pasado decidió importar basura desde su vecina Noruega para alimentar sus centrales eléctricas. Ellos reciclan el 33% de su basura, destinan a compostaje otro 15 y utilizan un cincuenta por ciento como combustible de sus centrales. Sólo entierran lo poquito que queda.

No es un caso único en Europa. Aunque las cifras cambian de un país a otro, ninguno realiza una sola forma de tratamiento de sus residuos, como nosotros ahora. 

Colocados en la encrucijada de no tener dónde colocar nuestra basura, por la impericia de la administración porteña y de la CEAMSE, Buenos Aires está amenazada por una emergencia ambiental. 

Lo mejor es actuar rápido. La estrategia de esconder la cabeza como el avestruz o de hacer la plancha, no sirve. Repetir las viejas recetas tampoco. Por caso, la proyectada licitación del servicio de recolección domiciliaría no tiene sentido si no se replantea toda la gestión de residuos, considerando que deberemos tratarlos en nuestro territorio y que debe ser en este tiempo, no en futuras gestiones. En esta situación, se impone un debate serio y abierto con todos los sectores, para acordar soluciones de mediano plazo compatibles con el ambiente y la preservación de la salud pública. Macri tiene la palabra.