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CHACO

Gregorio Mosqueda, un galán de 111 años y el más longevo de Resistencia

En un pasaje del barrio Santa Catalina vive don Gregorio, la persona más anciana de nuestra ciudad. Ayer cumplió 111 años y lo festejó a todo trapo, con una fiesta en el salón de la parroquia barrial, rodeado de amigos, familia y vecinos. NORTE lo visitó por la mañana y charló con él en su patio para celebrar esta cifra de tres dígitos que apuesta a la vida.

Pocas personas con tamaña vida encima deben vivir en nuestra provincia. Recuerdo al más conocido: el poeta coplero Aledo Luis Meloni de 101 años. Me viene a la memoria Pedro Valquinta, el abuelo aborigen de 106 años que sobrevivió a la Masacre de Napalpí. Quizás olvide a alguna abuela o abuelo de un paraje perdido del Chaco.

Pienso en el número 1903: 4 de enero de 1903, una cifra imposible para mi imaginación. Cómo habrá sido la vida hace 111 años de distancia de este hombre que me espera en el patio de su casa porque él mismo es noticia.

Don Gregorio Mosqueda es un hombre chiquito ahora, de piel nacarada, perfectamente afeitado. Tiene un tímido bigote blanco, al igual que su pelo. Sus párpados caen sobre sus ojos, que apenas ven. Está sentado en el patio de la casa de uno de sus hijos, en una calle cortada de la Pueyrredón al 1400, en el barrio Santa Catalina.

Hijos, nietos, yernos, nueras, vecinos revoletean a su lado y alguno se acerca a saludarlo por su cumpleaños. Don Gregorio está impecable con su camisa salmón, su pantalón de vestir negro y los mocasines lustrados. Uno a uno, se van sucediendo para saludar al patriarca de los 111 años.

Cuesta un poco entender lo que dice Don Gregorio porque habla bajito, pero igual él va recordando lo que quiere. A esta edad, después de tanta vida, uno tiene el derecho ganado de recordar lo que se le antoje con tanta nostalgia atropellada en la memoria.

 Gregorio cuenta que lo que más lamenta es no poder caminar y bailar tanto, porque está casi ciego y un poco sordo, así que se le dificulta moverse solo. En su casa no tiene problemas, pero ya no puede andar solo por el barrio y él extraña el tiempo en que la libertad era poder ir a cualquier lugar, sin preguntar a nadie.

“Mi abuelo vivió hasta los 115 años y caminaba”, dice como no entendiendo por qué a él le tocó esta suerte inmóvil. Don Gregorio viene de una familia de longevos: su abuela vivió hasta los 110, pero no tuvieron el mismo destino sus padres: su mamá murió al nacer uno de sus hermanos y su papá cuando tenía 66 años. Él es el único que queda vivo de sus hermanos, hermanas, tíos y hasta primos.

 

111 eneros

 Gregorio nació en Presidencia Roca en 1903. Allí vivió toda su vida, trabajando en la municipalidad y como tropero de ocasión, para cuando el campo mande. Se declara peronista y recuerda haber sido tratado mal por el gobierno radical de la época. Dice que llegó a verlo a Juan Domingo Perón, en una visita que hizo a Presidencia Roque Sáenz Peña por esos años.

En 1987 llegó a Resistencia, ya jubilado se instaló en lo que eran las primeras casas del barrio Santa Catalina, ubicado a la izquierda de la avenida Sarmiento si uno va camino a Corrientes. Llegó de la mano de uno de sus hijos, que vino a vivir en la capital y nunca más volvió a Roca. Hoy muchos amigos y vecinos de esta localidad vienen a festejar sus 111 eneros.

Don Gregorio es un hombre prolífero no sólo en años: se casó cuatro veces y de allí salieron 22 hijos; 60 nietos; 30 bisnietos y dos tarataranietos. Un solo hombre fue la semilla para 114 personas: un poco más de los años que tiene.

 

Día centenario

Don Gregorio está delgado: uno toma su mano y parece frágil, sin embargo todavía late fuerte la vida en su interior. Una de sus hijas, María Gladys, dice que es un hombre bueno, que ni molesta y no tiene días malos.

“No sufre de nada, está mejor que nosotros: hace poco le hicimos un chequeo completo y ni colesterol tiene”, sostiene sorprendida su hija. Don Gregorio dice que en su época no existían los médicos y que él aprendió a cuidarse con los yuyos de las curanderas.

 Todos los días toma su agua de yuyos, especialmente uña de gato para limpiar la sangre y los riñones. Tuvo una operación de la vesícula y una biopsia en la próstata, pero nada: Don Gregorio no tiene ninguna enfermedad y no toma más pastillas que unas vitaminas para reforzar los huesos.

Sí lamenta no poder bailar tanto chamamé y andar de un lado para otro a gusto: “No tengo más fuerzas en las piernas”, dice y está convencido que alguien le hizo un daño para que no pueda caminar.

El día de Don Gregorio comienza a las 9 de la mañana y se la pasa yendo de la cama al sillón. A pesar de haber perdido un poco el oído, su actividad preferida es escuchar música. Pienso que en esas horas solitarias, en que mueve sus dedos en el respaldo del sillón como siguiendo el ritmo, todavía se imagina prendido a los brazos de una guaina, levantando el polvo de algún patio ruidoso de chamamé maceta.

Lo que más disfrutó de la vida Don Gregorio fueron sus momentos de entretenimiento: recuerda con nostalgia los bailes de pueblo; el cuerpo de una mujer; las tardes en las carreras. Es un hombre que supo gozar de los pequeños placeres de vida: la diversión y el trabajo.

Hasta el día de hoy no se resigna a soltar prienda femenina: tiene dos novias, Benancia y Gladys. Son dos ancianas que viven en el mismo barrio, a unas pocas cuadras de él y que van a su casa a pasar algunos momentos con Don Gregorio. “A veces voy a buscarlas el viernes y vuelven el domingo a sus casas”, ríe cómplice su hija María.

Este hombre puede decir que vive una buena vida. No tiene enfermedades graves, está rodeado de cariño, todavía disfruta de un buen puchero; una sopa o unos tallarines o un chanchito asado, que son sus favoritos.

Lo miro de frente y por debajo de sus párpados caídos aún los ojos se mueven intrépidos, como buscando un recuerdo. Sus manos caen sobre el respaldo de la silleta. Es un día bellísimo de Sol este 4 enero. La luz hace brillar su camisa salmón y aún así, Don Gregorio pide vivir dos años más nomás, para no exagerar tanto.