Internacionales

Editorial El Universal

Obama olvidó mirar al sur

Estados Unidos anunció ayer un nuevo récord de deportaciones: 392 mil 863 personas durante 2010. Son malas noticias para México, no tanto por el número, sino porque ninguna otra acción o característica distingue a la administración Obama de sus predecesoras en materia de migración.

El diario méxicano opinó sobre las políticas migratorias de Obama.

México, como el resto del mundo, tenía altas expectativas depositadas en el primer presidente afroamericano de la potencia del Norte. Siendo hijo de un extranjero, hombre de orígenes sencillos e ideales “progresistas” —para los estándares estadounidenses—, se esperaba que innovara y enfrentara con nuevos bríos los viejos problemas de la nación vecina. Como candidato a la presidencia por el Partido Demócrata, Barack Obama ofreció una reforma migratoria en su primer año de gestión. El presidente Calderón fue el primero en ser recibido por el entonces presidente electo Obama. Se renovaron las esperanzas cuando la secretaria de Estado, Hillary Clinton, y después el propio Obama visitaron este país en 2009 en respuesta a los reclamos mexicanos por su poco involucramiento en la guerra contra las drogas. ¡Un mea culpa inédito! Por primera vez reconocía el gobierno de Estados Unidos su responsabilidad en el consumo de drogas y en el tráfico de armas hacia el Sur. Ya en 2010, el zar antidrogas estadounidense anunció un nuevo enfoque social a la lucha contra el narcotráfico que abría de nuevo las expectativas en México. Hasta ahora sólo han sido palabras. Acaso la única acción del demócrata en favor de los mexicanos en Estados Unidos fue la embestida legal contra la ley SB1070 de Arizona, que criminaliza a los indocumentados. En descargo del mandatario, cabe decir que la corriente conservadora en el Congreso estadounidense, incluyendo legisladores de su propio partido, no le permitiría jamás una legalización de indocumentados, ni siquiera parcial, como fue el caso de la fallida “Dream Act” que pretendía regularizar a los estudiantes extranjeros. Tampoco se le permitiría flexibilizar los controles en la frontera con México ni tolerar el “crimen” que para la mayoría estadounidense representa cruzar sin documentos allende el río Bravo. De cualquier manera, debe considerarse un fracaso su gestión en relación con México porque en todos los temas bilaterales, y en los hechos, nuestro país fue ignorado, como el resto de América Latina. Queda la sensación de que el mandatario no tiene ni idea de qué hacer con los países al sur de su frontera. Durante décadas, Latinoamérica se lamentó del intervencionismo estadounidense. Hoy sabemos que el extremo contrario tampoco ayuda.