Opinión

La Comunicación y sus “Teletubbies”

  Por Kike Dordal      Desde que se sancionó la ley Nº 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual, los cumplimientos tanto como los incumplimientos junto a las limitaciones judiciales y políticas han logrado transformar nuestra forma de comunicarnos. La reiteración sistemática e insistente de las “mentiras” y de las supuestas “verdades” contrapuestas así como... Leer más »

argent
  Por Kike Dordal
     Desde que se sancionó la ley Nº 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual, los cumplimientos tanto como los incumplimientos junto a las limitaciones judiciales y políticas han logrado transformar nuestra forma de comunicarnos. La reiteración sistemática e insistente de las “mentiras” y de las supuestas “verdades” contrapuestas así como en las operaciones y en las contraoperaciones mediáticas, llevadas adelante por los “soldados” de esta lucha terminan pareciéndose más a las tediosas técnicas de los antipáticos TELETUBIS que a una estrategia comunicacional intencionada y efectiva.
      Desde 678 y hasta PPT pasando por todo el gradiente de propuestas que los separa, utilizan la estrategia de la repetición incansable de planteos como si aquello de “miente, miente que algo quedará” acuñado por Goebbels fuese la musa inspiradora no sólo del poder dominante sino también de aquellos que pretenden hacerle frente y doblegarlo. Existe a la claras en la actual estructura comunicacional de nuestro país una polarización de posiciones que, absolutamente en contra del espíritu original de la valiosa norma conquistada, sentencia: o estás con la “Corpo” o en contra de ella. Pero estar en contra significa no cuestionar los métodos. No cuestionar al nuevo poder mediático. La enorme diversidad, objeto de la lucha de las organizaciones durante 25 años para reformar el decreto ley de la dictadura ha quedado atrapada en esta maraña “bipolar” en que se encuentra el sistema de comunicación de los Argentinos.
    La aplicación parcial de la Ley, a cinco años de su sanción, no responde sólo a las trabas judiciales impuestas por el grupo más cuestionado. También responde a los intereses de los “nuevos Generales mediáticos” nacidos al abrigo del incumplimiento de, por ejemplo, el ordenamiento de los espectros y la equitativa distribución de recursos. La gran cantidad de medios populares, comunitarios, alternativos, o como se los quiera llamar, quedan sujetos a bondades o simpatías regionales o compitiendo por fondos concursables que tampoco se ejecutan en su totalidad y, como si esto fuese poco, se recortan, coincidentemente, en períodos de campañas electorales.
  Esta polarización mediática, la similitud táctica – teletubbies- y los incumplimientos de la ley colaboran en la construcción y afianzamiento de una sociedad cada vez más desigual, donde ya no cuentan ni los sometidos, ni los explotados, ni los derechos vulnerados. Todo confluye en una nueva y exclusiva categoría: Los excluidos. Ahí es donde el germen de la verdadera comunicación abreva. La Comunicación Popular, simplemente por que es del y para el pueblo.
    Desde mediados del siglo XIV se instala en la sociedad argentina la necesidad de formar “ciudadanos” con características que empaticen ampliamente con la idea de Nación dependiente, al servicio de los intereses de los grandes poderes económicos tanto locales como foráneos. Estas características, instaladas en principio a través del sistema educativo, se sostenían en un profundo desprecio por lo popular, por lo originario, lo criollo. Por las mayorías, lo “bárbaro”. Contrapuesto a las políticas “civilizadoras” de la generación del `80. En la mitad del siglo XX la posta es tomada por los Medios de Comunicación principalmente en manos del Estado. En los finales del siglo pasado el concepto de “Globalización” puso el lacre al paquete. Globalizar significaba hacer todo igual, pero igual a ¿qué? ¿a quién?. Al modelo de occidente. Y aquí está el nexo, se afianza y profundiza el profundo desprecio por lo popular de todo lo “civilizado”. Ese pueblo, ese despreciado será en el Siglo XXI el excluido, el expulsado. Es decir, un mundo para pocos.
  Quedaría solo como un presagio apocalíptico tan desalentador diagnóstico si no se lo acompaña, al menos, con ideas superadoras. Las hay y muchas. Y no solo ideas. No es el poder económico el único con la enorme capacidad de reinventarse y ajustarse a los nuevos cambios. Los pueblos también. Las grandes mayorías excluidas y maltratadas se organizan en las sombras de la civilización y renacen, una y otra vez. Y así están. Las masas populares organizadas en lucha conquistaron gobiernos, como en Bolivia y Venezuela. Se apropiaron de herramientas, como los medios populares, la economía popular, los bachilleratos populares. Van por la salud y van por el hábitat. Con la victoria como único horizonte posible. Discuten y elaboran sus propias decisiones. No hay recetas. No hay protocolos. Nada esta escrito. Ni la gran letra, ni la letra chica. Se quemaron todas las naves, pero los pueblos continúan su navegación. Sin carta náutica. Y como si todo esto fuese poco, construyendo el barco mientras se navega.
    Este es el camino, o nos hundimos.