Murió por desidia. Una niña de apenas 11 años fue arrastrada por los ríos de hambre que va legitimando y abonando el Estado. A pocas cuadras del corazón político y económico de un país que suda miserias, Maylén de 4º grado de la escuela primaria, murió el 12 de este agosto cuando ya su cuerpo tenue no era capaz de seguir resistiendo.
El mundo sigue girando mientras siete de cada diez niñas y niños están en estos rincones bajo la línea de pobreza. Los gremios y movimientos sociales afines al gobierno salen a las calles para hacer oír su apoyo al Ejecutivo y a sus decisiones, la Tierra sigue dando vueltas pero se murió una niña de 11. El humo y el fuego se van devorando el futuro y este presente de la mano de quienes sólo ponen sus megaganancias en el centro de sus vidas mientras el planeta continúa en su frenesí alocado y Maylén, con sus 11 años, ya no es.
Los docentes de la escuela 11, distrito 5, en una de las villas más populosas de la capital del país, reclamaban desde hace tiempo por esa niña. “Maylén tenía 11 años. Era alumna desde el año 2017 cuando comenzó primer grado. Actualmente era alumna de 4°grado”, escribieron. “Se pidió la intervención del EOE (Equipo de Orientación Escolar) debido a que la niña presentaba bajo peso y se encontraba descendida en su talla, la visión disminuida (de un ojo no veía) y muchas dificultades en su proceso de aprendizaje y para elaborar un discurso organizado”. Cuando la niña estaba en 2º grado, cuatro años atrás, la mamá había presentado un certificado médico para “que se le gestione el refuerzo hipercalórico de vianda. Dicho refuerzo, que era insuficiente, le fue quitado el año pasado a partir de la presentación de un certificado médico que indicaba que la niña supuestamente estaba bien de peso”, relataron los docentes.
Pero el mundo da vueltas todos los días, a cada instante, como siempre. Persistió en su ritmo desenfrenado cuando en abril murió, por desnutrición, una niña sanjuanina de Pocito, en el valle de Tulúm. Una entre nueve hermanos, en un contexto familiar de indigencia y olvidos, de dolores hondos y hambres viejas que no cesan.
Son las muertes por goteo. Tributos al capital en un modelo que edifica sus raíces en la inequidad. No se detienen los ritmos ni siquiera ante el crimen de la infancia. No lo hizo tampoco a las 5.30 del sábado 4 de junio cuando Griselda Tejerina Pérez, con su vidita tenue y sus dos años apenas cumplidos, dejó de respirar para siempre, desnutrida, de bajo peso, olvidada como se olvida siempre a las niñas y a los niños de los márgenes. Pequeña Griselda wichi a la que el Estado municipal de Embarcación humilló también tras su muerte cuando envió un ataúd a la familia dentro del camión recolector de residuos.
Hay un genocidio cotidiano que en los territorios va diseminando altarcitos en los que quedan las vidas de las infancias entregadas como un diezmo a los dioses. Niñas y niños nacidos en un presente que no les deja otear siquiera un pedacito de futuro. Van quedando en el camino, como Maylén, como Griselda Tejerina, como la pequeña del Valle de Tulúm, que estaba extremadamente flaca y con su pancita hinchada. Infancias que no cuentan para el día de las niñeces de este domingo porque nunca son parte de las celebraciones y los oropeles. Llegaron a la vida con un tatuaje indeleble en su propia crónica de los días que les aseguró un sitio preferencial en la cartografía del desconsuelo.
No se trata de rogar al Estado que redistribuya las cartas merced a sus propios designios. Habrá que hacerse del mazo, provocar una huelga de respiros y latidos ante la muerte niña y dejar volar los deseos de una historia nueva en la que la inequidad y el desamparo sean un mero objeto de museo.
Claudia Rafael es editora en la Agencia Pelota de Trapo