Opinión

Por Pablo Tonelli, economista.

La devaluación y su traslado a precios

El tipo de cambio en Argentina, atrasada en términos de la productividad del sector industrial y dependiente de los flujos internacionales de tecnología, comercio y capitales, oscila en un delgado equilibrio. Muy alto perjudica a los asalariados, muy bajo afecta la competitividad de los sectores industriales.

El tipo de cambio en nuestra Argentina, que es atrasada en términos de la productividad de su sector industrial y dependiente de los flujos internacionales de tecnología, comercio y capitales, oscila en un delgado equilibrio, si es muy alto perjudica a los asalariados, porque afecta su poder de compra, ya que nuestro país exporta alimentos y si es muy bajo afecta la competitividad de los sectores industriales, cuyos costos suben medidos en dólares, particularmente los salarios.

Una paridad cambiaria que se aproxima a la llamada paridad del poder adquisitivo entre países es en el largo plazo insostenible. Esa paridad surge de comparar los precios en dólares de un conjunto de bienes en nuestro país con por ejemplo, los precios de esos mismos bienes en los EEUU. Si se percibe que los bienes son baratos en términos de dólares  se fomenta, como ocurrió, el gasto turístico en el exterior y la compra de bienes de consumo fuera del país, de viajeros o a través de Internet. A su vez dicha paridad  afecta la competitividad de los sectores industriales y las economías regionales. Esta situación sólo se sostiene si el Estado tiene la suficiente cantidad de Reservas para hacer frente a  las demandas en divisas que  se le presentan por todo concepto. Esto dejó de ser así en el 2011 y se agravó año tras año.

El control de cambios instrumentado ese 2011 sirvió para que la fuga de capitales crónica de nuestra economía no se manifestara en pérdida de Reservas por el lado financiero, pero los gastos energéticos crecientes, los gastos en turismo y las importaciones del sector industrial continuaron mermándolas. En 2011 las reservas  internacionales del BCRA eran de U$S 46.376 millones. Al momento de escribir estas líneas su monto es de aproximadamente 27.800 millones de dólares, lo que da cuenta de  su sostenida caída. Es decir, si bien el Gobierno logró evitar que continúe la masiva dolarización de portafolios financiada con dólares del flujo  comercial a través del control de cambios, no logró impedir que continúe el proceso de pérdidas de reservas.

Debe reconocerse que se han cometido errores en la administración de las variables macroeconómicas en los últimos años. Y han sido dichos errores los que han incentivado y otorgado margen a las conductas especulativas de los operadores económicos, más allá de los odios y rencores políticos, que un sector tradicional del poder tiene y exhibe y de su deseo manifiesto de causar daño al Gobierno Nacional.  Me pareció acertada una metáfora que he leído en alguna parte, los tiburones acuden cuando huelen sangre, pero alguien tiene que haberse lastimado previamente para perderla. Es decir, los especuladores pueden profundizar y agigantar una tendencia,  pero se montan sobre las corrientes existentes en la economía real, no son los que las producen o inventan.

A mi juicio la respuesta a la reaparición de la restricción externa a partir de 2011 fue totalmente desacertada. Repasemos esto:

Con la Balanza de Pagos casi en cero se decidió soportar la corrida cambiaria de ese año a costa de una cuantiosa pérdida de Reservas, sosteniendo la paridad del peso y diseñando una estrategia destinada al racionamiento de las divisas comerciales provenientes de la importación de bienes y servicios y de las divisas financieras destinadas al atesoramiento, al turismo y las remesas de utilidades y dividendos con el exterior. En aquella oportunidad opiné que la estrategia adoptada era más que un estricto control de cambios y la llamé “régimen de inconvertibilidad del peso”, a partir de la imposibilidad de adquirir divisas para convertir la deuda pública emitida en pesos a dólares al tipo de cambio oficial y la prohibición de obtener divisas para atesoramiento (de personas o empresas) provenientes de las arcas del BCRA, sumado un poco transparente mecanismo de adquisición de divisas para turismo.

En los hechos se regulaba la cantidad demandada de dólares prohibiendo algunos conceptos (atesoramiento, conversión de los servicios de la deuda pública en pesos), restringiendo de facto otros, (pago de utilidades del sector privado, ventas de divisas a turistas en el exterior), estableciendo un control de cambios que se basó en controlar la cantidad de importaciones para mantener un saldo favorable de la balanza comercial (exportaciones menos importaciones de bienes, centralmente) con un criterio de caja y de caso por caso. Ninguna lógica económica ligada a la sustitución de importaciones o a priorizar la agregación de valor local. El que necesitaba importar chips tenía por ejemplo que exportar arándanos por un monto equivalente. A su vez la Balanza Comercial afrontaba los mayores pagos por energía, que la a todas luces correcta y necesaria nacionalización de YPF no iba a solucionar ni el corto ni en el mediano plazo. Se importó un cada vez mayor volumen de energía debido al crecimiento de la economía y se continuó subsidiando  en pesos el gas y la electricidad, que implicaron un déficit fiscal que creció año tras año y se financió con emisión monetaria del BCRA.

La inflación erosionó aún más el tipo de cambio, independientemente de otras variadas causas reales del alza de los precios, el financiamiento del déficit con emisión contribuyó a su sostenimiento.  La tasa real de interés fue negativa todo el período, con lo cual las alternativas de inversión en pesos no existían. Eso también fogoneò el alza del dólar marginal o de otras opciones legales de obtención de divisas como el “contado con liqui”, a través del mecanismo de compra y venta de títulos públicos. Hacia 2013 las empresas buscaban usar divisas para cancelar compromisos financieros y comerciales con el exterior y anticipar importaciones, clara señal del atraso del tipo de cambio. Los exportadores tampoco liquidaban su producto, independientemente, vuelvo a repetir, de los odios de clase de los grandes terratenientes y hasta digamos el fervor destituyente de algunos,  los incentivos de precio y de mercado, razón de ser del capitalismo, les daban la razón.

La política de pautada aceleración del ritmo devaluatorio que encararon las nuevas autoridades de Economía y del BCRA no fue suficiente ni para las tensiones ni para las expectativas negativas acumuladas en el período de administración económica 2011-2013. Período al que Miguel Bein denominó “el Macrocidio”, o sea un suicidio por omisión de los equilibrios macroeconómicos.

Así un miércoles de enero el tipo de cambio subió un 23 % y acumuló una suba inter-anual de cerca del 63 %. Una mega devaluación.

Una devaluación, es decir un cambio de los precios relativos, una modificación del precio de todos los bienes en relación con el nuevo valor del dólar provoca bruscas alteraciones y tensiones. Como expresaba al inicio de esta nota, existe un primer equilibrio entre el salario y la competitividad industrial. La devaluación persigue el objeto de bajar el costo salarial en dólares para el empresariado, costo que se había incrementado muy fuertemente en divisas en los últimos años. El Gobierno intenta que esa baja del salario en dólares, es decir medido por el tipo de cambio, no implique una pérdida de su poder adquisitivo en pesos, de ahí el esquema de mantener bajo control un conjunto de precios que conforman el grueso de los bienes que conforman la canasta básica salarial de los trabajadores. 

La larga experiencia argentina en devaluaciones e inflación indica que las primeras son las que motorizan el alza de los precios, como demuestran los trabajos del economista argentino Guillermo Vitelli, quién, a mi juicio, no ha alcanzado el reconocimiento que merece en sus publicaciones sobre el tema.  La tarea de bajar costos salariales en dólares y mantener el poder adquisitivo del salario en pesos es una tarea francamente improbable. En eso siempre se basa la resistencia del pensamiento económico heterodoxo, en general, a las grandes devaluaciones y preferir en su lugar ajustes graduales de la paridad cambiaria o tipos de cambio múltiples. Amortiguar los efectos de la devaluación sobre el salario real y disminuir y atenuar sus costos si es una tarea  posible.

El problema central  que el Gobierno debe enfrentar es el traslado a precios de la inflación, su intensidad y sobre todo el tiempo en que este evento ocurra. El éxito en esta tarea consistirá en  lograr que el alza nominal del 63 % del tipo de cambio, enero 2013 contra enero 2014 se transforme en un alza en términos reales, o sea que los precios de la economía, es decir la inflación y el salario crezcan por debajo de ese nivel el año en curso, idealmente crezcan la mitad.

Veamos cómo se forman los diferentes precios en la Argentina. Para analizar esto sigo el esquema formulado por mi amigo el economista argentino Jaime Saiegh. Los precios del sector agropecuario, es decir de los cereales y también la carne toman como referencia directa el precio internacional en divisas, el precio en pesos de esos bienes se multiplica directamente por el tipo de cambio, ahora bien dado que sufren la deducción de las retenciones, se amortigua parcialmente el  impacto sobre los consumidores locales. Los cereales constituyen insumos directos de la industria de alimentos, que los procesan y elaboran. Todos los otros costos son irrelevantes. En el caso de los insumos industriales difundidos que la Argentina produce (aluminio, acero, papel, celulosa, hilados textiles, etc.) también sus precios se fijan en el mercado internacional y su precio en pesos se forma multiplicarlo el precio internacional por el tipo de cambio,  tomando en cuenta la estructura de aranceles de importación. También los otros costos no resultan relevantes.

En el resto de la estructura industrial, sus precios se determinan principalmente por los precios de los insumos de los otros dos sectores mencionados, o sea los del sector agropecuario y de insumos difundidos, más los costos locales de producción.  Dicho de otra manera, el precio final de la producción de manufacturas industriales complejas de alto valor agregado (línea blanca, maquinaria, automóviles, etc.) se forma como la determinación del “precio” del valor agregado localmente a las materias primas, importadas  o locales, de los otros dos sectores. Siendo sus costos relevantes los salariales y la energía. (El costo local de la producción).

Los servicios de gestión pública tienen precios regulados (energía, transporte) y los servicios “puros” (salud, comercio, etc.), es decir los bienes no transables internacionalmente,  si forman sus precios según variables más tradicionales de costos y  márgenes.

Este análisis sirve para situar la centralidad de una modificación del tipo de cambio en toda la estructura de formación de precios local y la complejidad de estabilizar precios.  Más aún, dada la experiencia inflacionaria argentina, como afirmaba Adolfo Canitrot, el costo del capital circulante, es decir stock de materias primas,  otros insumos, productos semielaborados, se mide a costo de reposición, donde cobra relevancia el tipo de cambio que se espera en el futuro cercano, no ya el vigente, (esto lo digo yo) que incide en los márgenes de ganancia, ya que siguiendo a Canitrot “ el riesgo de pérdida de capital por un ajuste insuficiente es más alto que el de pérdida de ingresos por un retraso del ritmo de ventas”.

El éxito de la devaluación operada, es decir producir un cambio en los precios relativos de la Argentina, depende de la velocidad en que dicha devaluación se incorpora a los costos locales, sobre todo durante el primer año y en la sustentabilidad en el tiempo del tipo de cambio frente a las expectativas de los empresarios y las demandas de los trabajadores y el movimiento social.

Esta situación ha sido diferente en cada coyuntura. Siguiendo a Saiegh, tenemos que en el Rodrigazo el pasaje a precios fue del 83 %, a la salida de la tablita de Martínez de Hoz, del 73 % y tras el abandono de la Convertibilidad en 2002, sólo del 12 %, claro que con destrucción del aparato productivo y desocupación del 25 %.

El éxito depende entonces de mantener los “precios cuidados”, es decir los precios de la canasta de consumo popular con un bajo nivel de variación, por debajo del incremento salarial que en promedio se obtenga en paritarias. El deslizamiento de los otros precios de la economía, ya vimos su regla de fijación, dependerán de la negociación caso por caso con los proveedores de insumos y la industria para que su deslizamiento en términos interanuales no supere el rango del 30/35 %, el nivel esperable en que cerrarían las paritarias, vistas desde hoy.

La primera clave de la estabilización es que el tipo de cambio nominal de ocho pesos sea suficiente hoy para darle oxigeno a las alicaídos reservas, es decir que comience a haber liquidación de granos y el BCRA adquiera dólares comerciales. La medida a adoptarse a partir del 17 de febrero de obligar a que los importadores traigan crédito comercial para hacerse de bienes del exterior es una medida que afloja la presión sobre esas mismas Reservas, una medida ya adoptada en el pasado, con matices (2004). En el mismo sentido, la decisión de reducir la cantidad de dólares y títulos dolarizados que los Bancos pueden tener en cartera, medidas técnicamente en porcentaje de su Responsabilidad Patrimonial Computable (RPC) va en el mismo sentido. (También es una medida que estuvo vigente hasta 2005).

Recuperar Reservas a este nivel del tipo de cambio es central para que el esquema de precios pueda estabilizarse. Como finalmente se ha decidido implementar una política de tasas de interés cercanas a la inflación esperada  y se ha aceptado un mecanismo que posibilita la adquisición de dólares para atesoramiento, los incentivos a la dolarización (sin desaparecer), se atenúan.

Con la inversión debilitada, el consumo con menor dinamismo y las exportaciones estancadas en un mismo nivel hace tres años la actividad económica se verá resentida y no se tratará solamente de lograr que la devaluación y su consecuencia inflacionaria no impacten gravemente a los salarios sino que aparecerán problemas de empleo, los que deberán ser resueltos con la misma decisión que en 2009.

Estamos frente a un ajuste económico, aunque el Gobierno no lo llame así. En este punto, que finalmente sea exitoso, (con indudables costos, ya lo creo)  es la condición para mantener en primer lugar la Gobernabilidad y luego adoptar otras medidas más allá de la coyuntura. Caso contrario, la espiral devaluación, salarios, inflación, hará despertar los viejos fantasmas y pesadillas de la economía argentina.